1-LA CRÓNICA DE LA SEMANA NEGRA

Texto: José Luis Muñoz
Fotos: Mauricio-José Schwarz, sin su permiso pero seguro que con su comprensión, y Julio Murillo, que me las ha cedido para ilustrar esta novela río sobre la Semana Negra
DE LA IGLESIONA AL CUBANISIMO, SIN PASAR POR LA TERRAZA DEL DON MANUEL


Llegué a la Semana Negra, ese acontecimiento literario de difícil adscripción─ simposio atípico al margen de divismos; utópica fraternidad en la que, los que nos desenvolvemos en la arquitectura de las palabras y truncamos, por unos días, la soledad creativa, nos comunicamos con nuestros congéneres─, bajo buenos augurios ─ Iberia no falló en los enlaces Granada, Madrid y Oviedo─, el domingo día 13. Tampoco falló el coche de la organización a la puerta del aeropuerto, ni Paco Ignacio Taibo II a la hora del abrazo de bienvenida en el hotel Don Manuel, buque insignia de la hostelería, ni el de su encantadora compañera Paloma, y no son abrazos asépticos, de esos que vienen luego seguidos de una palmadita condescendiente en la espalda, sino sentidos estrechamientos de verdadero afecto, de alegría por vernos de nuevo.


Compruebo, eso sí, que mientras las canas y las arrugas van haciendo mella en mi rostro desde que, hace 21 años, empezara el evento ─ era, por entonces, un adolescente de treinta y pocos años, escritor con dos novelas, EL CADÁVER BAJO EL JARDÍN y BARCELONA NEGRA, editadas por la mítica Etiqueta Negra de Editorial Júcar─ el tiempo se ha detenido en el mefistofélico PIT II, que parece más joven que nunca, que se ha quitado unos kilos y ha reducido su dosis diaria de cigarrillos y colas ─ en teoría Pepsis, pero me han llegado malévolas informaciones de que hace años se pasó al enemigo─ y mantiene su cabellera negra y rizada, su poblado mostacho mejicano y sus energías, al cien por cien, de toro batallador.



Al entrar con las maletas al hotel tropiezo con el buen amigo Fernando Marías, con la oreja atrapada por su móvil black berry, más delgado que nunca ─las pesas y su entrenador personal se notan─, y con Silvia Pérez, de Imagine Ediciones, que me va a editar, en los próximos meses, EL CORAZÓ DE YACARÉ. Me presentan, porque está próxima a la barra, a Sanjuana Martínez, mexicanita vivaracha y lista como ella sola. Quedamos para comer mientras subo a la habitación, a dejar las maletas y desempacarlas, a darme una ducha y bajar luego, volando, del quinto piso en donde estoy alojado, hasta la planta baja del Don Manuel que ya hierve de escritores a los que me apetece abrazar, como Juan Ramón Biedma─ intuyo que va a ganar el


Hammeth, pero lo callo ─y su compañera, como el pedazo de cubano de Lorenzo Lunar y su pareja, y también escritora policiaca que se estrena en esta Semana Negra, Rebeca Murga, y está, con reciente novela premiada bajo el brazo, el amigo cubano Amir Valle a quien le pido dedicatoria para una amiga en común, y fidelísima lectora, de su LARGAS NOCHES CON FLAVIA; me fijo, quién no, en la pinta de pirata de Carlos Salem, con su pañuelo negro perpetuamente anudado a su cráneo sobre el que se hacen cábalas diversas y de quien, dos días más tarde, me voy a hacer buen amigo, y en el asistente más jóven del evento, el bebé de Mercedes Castro, la dicharachera autora de Y PUNTO, y nos vamos a comer a uno de los restaurantes insignes de la semana negra, la Iglesiona, comida casera y buena─ fabada exquisita, cordero y cabrito bien guisado, huevos fritos con patatas y jamón insignes─ con una troupe formada por Fernando Marías, Silvia


Pérez, Sanjuana Martínez, la incombustible Cristina Macia, más delgada y guapa, si eso es posible, una dama delgada, hermosa, morena, de sonrisa cinematográfica, sosias de Carmen Posadas, que se llama Paloma, guardiana de los soldaditos de plomo de la Semana negra, y su cuñado Alejandro Noguera, como el Alejandro Magno de la batalla de Gaugamela que se recrea con minuciosidad en el recinto, mitad valenciano mitad normando, arqueólogo e historiador, pocos años pero erudición a raudales, a quien ya ficho, desde ya, como asesor de mis novelas históricas, mesnada a la que se añade un elegante y ocurrente caballero argentino, de


aspecto actoral, escritor de éxito, elegante y cordial, Ernesto Mallo, con el que voy a cruzarme una y otra vez en los periplos por la Semana negra y del que voy a disfrutar las ocurrencias de su agenda tupida de chistes. Allí, entre comida sabrosa y pan de hogaza que devoramos, entrechocamos por primera vez copas llenas de sangría peleona ─ la de Fernando de agua cristalina, así está el chico de fuerte y sano─ por esa Semana Negra en su edición XXI que empieza.
Pero como la noche es joven, y esa es mi primera ─ no para quienes me acompañan en el ágape, que disfrutaron del largo trayecto Madrid -Gijón en el tren negro─ acabamos todos, no en una tertulia sesuda bajo el relente de la noche en el Don Manuel, templete de intelectualidad nocturna teñida por los efluvios del alcohol, sino en el Cubanísimo, y allí, mientras unos libamos mojitos y escuchamos música latina, y otros se tiran al San Francisco y al agua Perrier, estalla la noche, brillan los ojos y las lenguas empiezan a decir endiabladas sandeces cruzadas por risas. A poco, el local, que es el clásico de baile de la Semana Negra ─ lástima que no hayamos pescado una actuación en directo, pero eso nos lo soluciona el compay Lorenzo Lunar cuando llega, sentándose a nuestro lado y cantando un bolero a capela mientras Rebeca se enternece de emoción; en ese momento sé cómo ese enorme escritor cubano de prosa musical, cuyos libros son imposibles de leer sin andar bailando, encandiló a su joven musa, qué artimañas utilizó el fauno para someter a tan bella doncella ─se llena de escritores como el seductor Juan Bolea, del que alguien, que no voy a nombrar, dice que es el hijo de Clark Kent, alter ego con gafas de Superman, o Alfredo Mateo-Sagasta, con su aspecto de hidalgo español que acaba de ser descolgado de un cuadro de Velázquez. Y como la música arrecia y el ritmo, como el mojito, entra en las venas, soy desafiado una y otra vez por Sanjuanita a bailar salsa, sin aceptar el envite, hasta que la pequeña mexicanita, que es linda y picante como una guindilla, consigue sacar a la pista al normando valenciano que de soldaditos de plomo, historia y arqueología entenderá, pero de bailar ni flowers, y eso sí, nos servirá para despellejarlo vilmente mientras va saltando de un lado a otro del escenario, dominado y escarnecido por Sanjuanita que, además de inteligente, es bailonga, que es de esas que, tal como se mueve, no hace otra cosa que bailar los fines de semana, seguramente tomó clases de baile, lo que acongoja más, y cuando vuelven a la bancada esa Sanjuanita eufórica, remeneada, centrifugada, tremendo movimiento de caderas, ya me arrastra a la pista sin remisión, y qué quieren que les diga, cumplo, a pesar de que creo que nunca bailé salsa, o de que lo hice en una de esas bodas en las que todo el mundo anda borracho y no se fija en los ridículos movimientos de uno, y sólo decir que, ante la voracidad de la mejicana, mantuve digno el pabellón patrio y me fui, cuando terminó la música, en busca del segundo mojito.
Nunca bailé con un editor. El editor, para mí, en un señor serio con el que cruzo palabras a una determinada distancia de la mesa o por teléfono, con el que discuto los entresijos de mi próximo libro y con el que me suelo pelear por la portada. Morbo me dio, he de confesar, bailar salsa con un editor ─ editora, en este caso─ pero ustedes lo comprenderían, a buen seguro, si conocieran a Silvia Pérez de Imagine Ediciones, argentina exótica de suave acento, con mestizaje de judía e india en el rostro, buena planta y melena negra, que edita tan bien como baila, buena pareja de danza a esas horas de la noche en la que ya se pierde el decoro y el sentido de la vergüenza, con la que me marqué algún pase de baile complicado: hubo revoltillo de brazos, requiebros imposibles de cintura y no pisé una sola vez su pie ni me caí en la pista.



Mientras, a poca distancia, las damas que acompañaban a Juan Bolea, desmadrado y sin gafas ─ las dejó en el mostrador y no las volvió a ver hasta pasados dos días, pero esa es otra historia, u otro relato─ andaban algo bebidas, como todo el personal del garito, pero eran poco duchas en esos menesteres a juzgar por lo difícil que tenían lo de mantener su verticalidad, y la opacidad de sus miradas perdidas en el vacío. Al poco rato la pista de baile de El Cubanísimo era pura literatura, con el pirata Carlos Salem y su compañera, que se despelotaban haciendo fotos a diestro y siniestro no sé con qué turbios fines─creo que harán chantaje a uno que yo me sé y, más que bailar, violaba─, con Lorenzo Lunar que fue el bailarín más solicitado e impartió clases magistrales a todas las damas a diez pasos a la redonda que esperaban pacientemente, y no tanto, su turno.



─Esperen, señoritas, que me reponga─ decía el gran maestro de baile cubano, entre resoplidos, cuyos pies, en las sandalias, bailaban solos, ante la paciente mirada de su Rebeca.
Y en esto, el caballero argentino Ernesto Mallo, que se había aislado con esa morena valenciana de sonrisa cinematográfica, la sacó a bailar, a pesar de sus protestas, aunque no fue salsa lo que bailaron sino un lento vals, ajena, la amartelada pareja, al jolgorio general, lo que desató las habladurías, y creo que con razón.
Llegamos, por nuestros medios, sin demasiados tumbos, sin comernos las farolas, al hotel, y desembarcamos, creo, cada uno en sus respectivas habitaciones; al menos yo entré en la mía, los demás no sé qué hicieron.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
MIl gracias por esta crónica, asi me entero de todo lo que paso en la SN08 mientras yo fotografiaba.
con tu perdón y permiso ya puse el link en el facebook de semana negra.

http://www.new.facebook.com/group.php?gid=21910862682

el jefe dice que escribas que te parece, que se puede cambiar, propuestas etc...

besos inmensos

Marina taibo 3 semanera incombustible

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