S0CIEDAD / DE BLESA Y OTROS SUICIDIOS

De Blesa y otros suicidios
Observen la cara de felicidad de este tipo que, presuntamente, se ha cazado a sí mismo y que cazaba con lo que estafaba a muchos millones de víctimas hasta hipopótamos. De tipos que se pasan la vida matando animales, como Blesa (hay fotos de él con todas las especies del reino animal, prueba de su voracidad como cazador) se puede esperar que en un momento determinado apriete el gatillo contra sí mismo, pero Blesa no entraba en los parámetros de los suicidas homologables. En primer lugar, aunque la policía diga lo contrario, existe un problema técnico para dispararse con un rifle de caza en el pecho: por muy largo que tenga el brazo, el dedo no llega al gatillo. El método Hemingway, el escritor vividor que puso fin a su vida cuando sospechó que ya no iba a vivir tan bien, incluye apretar el gatillo de la escopeta de caza con el dedo gordo del pie y previamente besar el cañón: habría quedado el coche del amigo de Blesa hecho un asco, con trozos de cráneo, sesos y sangre en el techo, sin duda.

Siempre caben excepciones, pero el suicidio es un acto íntimo, como el ir a evacuar los intestinos o satisfacer la libido. No parece muy lógico que Blesa deje a sus amigos un momento, se encierre en el coche de uno de ellos y se pegue ese imposible tiro en el pecho, entre otras cosas porque todos sabemos cómo son esas cacerías berlanguianas en las que la sangre de las bestias suele estar acompañadas por vinos de buena añada y mejor precio y volquetes de putas rusas, por lo menos.
Es cierto que a Blesa, pese a haber liquidado al juez Elpidio Silva que tuvo la desfachatez de enviarlo a prisión y pagó muy cara su osadía, las cosas se le estaban complicando, que no podía salir libremente a la calle sin el peligro de que un comensal le partiera esa cara tan pública y tan pija al verlo entrar en un restaurante o que un afectado por las preferentes le rompiera una pancarta en la cabeza. Blesa tenía unos cuantos juicios pendientes y las condenas se le iban a cumular con lo que seguramente iría a parar a ese barrio vip que es Soto del Real, que más que a cárcel suena a urbanización de alto standing, en donde no se está tan mal en compañía del mayor de los Pujol y de Ignacio González con quienes podría darle al pádel, hacerse unos largos de piscina u organizar timbas de cartas mientras pasaban los días y su fortuna esperaba en algún paraíso fiscal su salida de la cárcel, pero bien es cierto que para una persona acostumbrada a viajar a África para matar animales y todo lo que entraña su concepto de buena vida (jets privados, volquetes de putas, vinos selectos, hoteles de lujo, comilonas, paseos en yate…) la estancia forzosa en Soto del Real, los años que pudiera pasar entre esas suaves rejas de una cárcel inaugurada por otro recluso insigne, Francisco Granados, a la que pronto volverá, no era un plato de gusto.

A lo largo de la historia de la humanidad ha habido suicidios muy sospechosos que seguramente no lo fueron. El de Marilyn Monroe, sin ir más lejos. El de Roberto Calvi, el banquero de Dios que era mucho más que Bankia. Blesa, el banquero de José María Aznar, sabía muchas cosas, como las sabe Bárcenas y calla tras una temporada muy locuaz (los silencios se negocian) o las sabe Jordi Pujol y es su salvoconducto para que no ingrese en esa cárcel VIP de Madrid a la espera de que lo entierren antes. Además los afectados por las posibles confesiones de Blesa ya tienen amortizadas todas sus canalladas económicas y sus votantes palmeros les seguirán votando hasta la tumba, la ruina o el desahucio, porque son sus hijos de puta, en el argot yanqui. Y todo eso, más las cuestiones técnicas (ese dedo que difícilmente puede llegar al gatillo) hace que el suicidio presunto de Blesa sea objeto de polémicas y teorías conspiranoicas.

La muerte de Blesa ha ido a los telediarios y a las primeras planas de los periódicos; la de sus víctimas, no tan glamurosas (arrojarse desde la ventana de su casa; inhalar el butano de la bombona, aspirar el humo de escape de tu coche, sajarse la garganta con un cuchillo carnicero…), es solo estadística, o ni eso.  


Lo realmente literario de esa bestia sedienta de sangre, cuyo aspecto físico era el de un elegante galán de la UFA que podía seducir a cualquier mujer desde sus casi dos metros de altura, y que me movió a escribir este thriller, fue su peripecia vital cuando fue descubierto de forma casual por una de sus víctimas que acudió como paciente a su consulta médica. A partir de ese momento Heim se desdobla en una infinidad de personajes, se deja ver por los confines más apartados, juega al gato y al ratón con la policía de medio mundo y los servicios secretos israelíes, que quieren cazarlo como a Adolf Eichmann, se escabulle una y otra vez, busca refugio en las dictaduras fascistas latinoamericanas, a las que aporta sus métodos de interrogación, y acaba convirtiéndose al Islam con el fin de desconcertar a sus perseguidores. 
(José Luis Muñoz en SUBURBANO MIAMI)
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