DIARIO DE UN ESCRITOR
Barcelona, 23 de marzo de 2013
Creo
que estoy somatizando la crisis social, política y moral que estamos sufriendo
todos. Bueno, no todos. Hay un 0,5 de la población mundial que se frota las
manos en el momento en que yo escribo esto, desayuna caviar con vodka y está
tomando el sol en la cubierta de su yate con un ejército de camareros
revoloteando a su lado y un capitán de Vacaciones en el mar a su
servicio. Viene esto al hilo porque he enlazado un catarro largo, del que
todavía ando resentido y una tos puntual me lo recuerda, con una más larga
lumbalgia que dice bien poco a favor de mi estado físico que corre parejo con
el psíquico. El mundo está en ruinas, y yo con él, derrotado.
Menos
es más. Menos es Tabú, una película portuguesa que poca gente verá, en
donde Manuel Gomes consigue una poética fílmica maravillosa y meter al
espectador en una historia fascinante con elementos que vienen del cine
primitivo, del otro Tabú de Murnau, por ejemplo. Minimalismo puro.
También tiene mérito, con más es más, Joe Wrigth, en el extremo opuesto de
Manuel Gomes, y su exuberante versión de Ana Karenina que todavía sigue
girando en mi cabeza, como un derviche de tules, deslumbrándome. Menos es más
en ese escritor militante llamado Antonio Ferres al que descubro hoy, en una
foto de El País, en su pequeño cuarto en donde vive y trabaja de forma
espartana, sin nada aparte de un ordenador a dos pasos de su cama con el que
escribe sus novelas sociales, una rareza en estos tiempos que corren, que
puntualmente le va publicando la editorial Nadir. No sabe Antonio Ferres que
hace diez años estuve a punto de llamarle para preguntarle por algo tan
prosaico como si había cobrado el premio Ángel Guerra que ganó un año antes que
lo hiciera yo. Quizá no lo cobró, lo digo porque yo tardé ocho años en hacerlo
y después de una maraña de pleitos con el ayuntamiento de Teguise, una
situación que daría para una nueva novela que añadir a la premiada Mala
hierba. Hace días González Pons, miembro del PP que tiene modales impecables y algo británicos —no como Floriano, al que se le pueden perdonar sus espantosas corbatas, como recalca Javier Marías, y su aspecto de navajero, pero no la sarta de memeces e incongruencias que dice por segundo, a la altura de la Bien Pagá que no sabe cómo explicar lo inexplicable, y no la culpo—se quejaba del acoso que él, y su familia, sufría por parte de miembros de la plataforma de Afectados por la Hipoteca. Pobre hombre, me dije, tener que aguantar esa sarta de pitidos e improperios mientras revientan puertas de viviendas a mazazos, arrastran parejas y niños de sus casas a la calle, aporrean a los que se interponen y cientos de familias viven bajo los puentes porque políticos como González Pons miran con absoluta indiferencia el drama ciudadano y se refieren a él como dolorosas medidas. ¡Cuánta violencia la de esos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca mientras la gente se tira por los balcones, desesperada!
Nos dijeron, cuando éramos pequeñitos, que la vida era un valle de lágrimas. Últimamente tengo la sensación de que estaban en lo cierto. Cada vez que me encorvo, ignorando mi estado físico, y un latigazo, como una descarga eléctrica, me deja paralizado y cortocircuita, por un instante, mi sistema nervioso, me acuerdo de las picanas argentinas, que debían doler mucho más y eran continúas. Cené, hace algunas noches, con la sobrina de un desaparecido. Tomé café, hace casi dos años, con una mujer que pasó por la picana después de ver hechos pedazos a sus dos compañeros sentimentales. Soy amigo de un guerrillero superviviente de las cárceles argentinas en donde lo molieron a patadas. Tenemos, tienen, un papa argentino como premio a una jerarquía católica que miró hacia el otro lado cuando el católico de misa diaria Videla asesinaba, secuestraba, torturaba y violaba. ¿Es de justicia tener a Videla en arresto domiciliario por ser un viejo asesino y no en una celda de dos por dos? se preguntaba la sobrina del desaparecido. Cada vez que abro un periódico o sintonizo un canal de noticias, siento una descarga en el lumbago. Somatizo.
Con Grecia Espectra está haciendo una prueba. Porque no nos engañemos, hay una organización criminal, que debe tener buenos enlaces en el selecto club Bildelberg, ese que se reúne en secreto en no se sabe qué hotel cada año y maneja el mundo a su antojo, los verdaderos amos del planeta, los que diseñan las hambrunas, distribuyen enfermedades para ver su resultado, crean guerras a su antojo, unos especimenes humanos más allá del bien y del mal para los que los demás somos hormigas a vista de pájaro, como lo eran desde lo alto de la noria del Práter vienés para el malvado Orson Welles de El tercer hombre que ahora sería San Francisco de Asís. Si a los griegos, a los que se les está quitando todo, abocando a la ruina económica, social y moral, que tendrán que vender a pedazos el Partenón y unas cuantas islas del Egeo, la política de la Troika (nefasto nombre que uno querría borrar de un manotazo) los está puteando (jodiendo, machacando) lo indecible, llamemos a las cosas por su nombre, y la reacción son un sinfín de huelgas generales, manifestaciones y una proliferación de suicidios, es que la cosa funciona y pueden seguir adelante con los ajustes, que me suenan a otra vuelta de tuerca el en garrote vil que terminará quebrándonos las vértebras. Si a los chipriotas les van a robar el dinero que tienen en los bancos, se van a quedar con el 25% de sus depósitos (no se lo roban los santos atracadores, bienvenidos sean esos románticos de antifaz y pistola, sino su estado protector vía clic ordenador, que es mucho más letal que un disparo, porque con un clic simple arruinan la vida de cientos de miles de personas) y no pasa nada más allá de protestas, tiras y aflojas y gritos de desesperación y rabia, es que vamos por buen camino. Nota jocosa al margen: avisan a los chipriotas que tengan cuidado con llevarse el dinero a sus casas, no sea que se lo roben. Ja. Es un buen chiste. Déjelo en el banco que nos lo quedaremos todo.
No sabemos qué planes tiene Espectra para España, pero preparémonos porque el futuro es negro, negro, negrísimo y vayamos pensando en lo peor.
Escuché, días atrás, a Niño Becerra, extraño economista, tanto como sus apellidos y su aspecto amish, que va de cínico por la vida, lo que le honra más que otros que ven brotes verdes en lo que no es más que un erial. Sus recetas fascistoides para acabar con la crisis ya las conocía. Sobran seis millones en la piel de toro para cuadrar las cuentas: emigrantes fuera. En ese proceso de esclavitud en el que estamos inmersos, imparable, hay dos alternativas nada halagüeñas: guerra o revolución. O genocidio lento y de baja intensidad: empeoramiento de la sanidad pública para hacer una selección de la especie, que es lo que están empezando a hacer. Hemos vivido en una especie de ensoñación democrática y esto es lo que hay ahora. Hay que tenerlo muy claro por nosotros y por los que vendrán después y saber a qué estamos dispuestos cada uno, hasta dónde somos capaces de llegar para parar los pies a los canallas. Cada españolito no viene con un pan bajo el brazo al mundo sino con una deuda de 19.000 euros que va creciendo. La deuda que tiene España tiene 12 dígitos, y son euros: la cifra me marea, y no se detiene. En esos doce dígitos infaustos están los aeropuertos fantasma, las autopistas que se asfaltan una y otra vez, los edificios de Calatrava, los negocios de Urdangarín, los AVE, los elefantes y osos que mata nuestro monarca (y las osas y elefantas que se come, también), las comisiones de la Gürtel, los sobre del PP, las VISA de los políticos, las ayudas a la banca que lo hizo con el culo, los ERE del PSOE, los trajes de Camps y cia., los bolsos Vuitton de Rita Barberá, el Jaguar del que nada sabía Ana Mato, los chanchullos del fotofóbico Fabra que tiene una hija estupenda, Jaume Matas de Baleares que hora es que pise la cárcel, los millones que se tiraron a la basura y fueron a las farmacéuticas con la mentira de la gripe A gracias a Trinidad Jiménez, los millones de Bárcenas, lo que nos cuestan las guerras en donde nos metimos sin nadie quererlo, el bodorrio de Aznar (que vaya usted a saber cómo se pagó esa boda en El Escorial a la que fue la plana mayor de la Gürtel. ¿Y si fue Correa quién corrió con los gastos y por eso fue de invitado?), la estación del AVE que no está en Guadalajara capital sino en una urbanización, las rayas de coca, las putas de lujo, los coches de alta gama, el cheque bebé del iluminado ZP que cobraron las multimillonarias mamás, el Plan Eñe de gastar a lo loco, etc. Una lista interminable y agotadora que me deja sin respiración.
En Rusia, en cinco años de reformas, cuando todo se privatizó a lo bestia y el reinado de la mafia sucedió al acartonado comunismo, descendió la esperanza de vida en cinco años, prueba de que estaban en buen camino. A eso lleva el deterioro de lo público. Yo, usted que me lee, si me lee, seguramente somos sobrantes, excedente humano en este mundo enloquecido que nos están remodelando unos cuantos a su antojo con nuestro dinero, que eso es lo más grave, que lo hacen con lo nuestro que creen es lo suyo.
Hace casi treinta años publiqué una novela que no creía que podría ser profética y trataba de eso, del excedente humano, y cómo tratarlo: Barcelona negra. La ficción se torna realidad, por desgracia. Esos seis millones que sobran hay que eliminarlos, dirán los economistas sin conciencia, no los José Luis Sanpedro que, por suerte, aún quedan. En el Reino Unido estudian cobrar una fianza al extranjero que entre por la frontera si es de un país sospechoso. Los españoles, por ejemplo, ya podemos ser sospechosos dado el estado ruinoso de nuestro terruño.
Vamos a ver cómo les cuadran las cuentas linchando al extranjero, acelerando la muerte de los viejos (el ministro japonés dijo lo que muchos de sus colegas piensan y no se atreven a decir), empeorando la salud de toda la población para que la palmemos cuando debe ser, a los setenta, o sesenta y cinco, mejor, y así no habrá que repartir pensiones que no alcanzan para todos. Niño Becerra, que al menos tiene la virtud de la claridad y no habla de pamemas como hacen los miembros del gobierno, traza un futuro inmediato sin clase media en el que habrá un 30% de afortunados ciudadanos que tengan trabajo más o menos estable; un 30% que lo tendrán mal pagado y discontinuo, tipo minijobs; un 30% de indigentes, sí, indigentes, sin techo, trabajo, comida o prestaciones; y un 10% que tendrán todo lo que todos esos segmentos de la población haya perdido, porque hay que tener en cuenta esta máxima sagrada: El dinero no desaparece, simplemente cambia de bolsillo.
Así las cosas, me duelen los pulmones, el lumbago, el corazón, las tripas y la cabeza. Y me duele más haciendo cálculos estadísticos. ¿Ese 10% puede someter impunemente al 90%? ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo plantaremos cara a esa banda de facinerosos y les daremos su merecido? Y no hablo de manifestaciones, protestas, huelgas. No. Tienen el monopolio de la violencia, nos dirán, y, cuando vean en peligro su privilegiada situación, sacarán los tanques a la calle. Pero los tanques los tripulan los que forman parte de ese 90%, no ese cómodo 10% que nos saquea.
¡Qué dolor de lumbago, cielos!
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