CINE / SIN AMOR, DE ANDREY ZVYAGINTSEV
Sin amor
Andrey
Zvyagintsev
Hace
unos días comentaba con un cinéfilo de pro que una película rusa mala es una especie
de oxímoron en sí misma. No existen. Y lo mismo sucede con el cine polaco. La
calidad del cine ruso le viene de su etapa soviética, de Sergei M. Eisenstein y Vsévolod
Pudovkin, sus apóstoles. Si algo positivo tuvo el, por otras muchas razones
aberrante sistema soviético liberticida, fue la apuesta clara del estado por el
arte y, especialmente, por la cinematografía, y esa escuela sigue dando sus
frutos en la Rusia de hoy. La densidad del cine soviético corre pareja con la
de su literatura: abundan los Dostoievski, Tolstoi, Turgeniev o Gogol que
escriben con imágenes. El impronunciable Andrey
Zvyagintsev, al que muchos ven como el sucesor de Andrei Tarkovsky, es un
claro ejemplo de ello.
Descubrí
la película rusa Loveless/ Sin amor
(quizá más ajustado sería Desamor) en
la Sección Perlas del festival de San Sebastián, y no fue una sorpresa
conociendo a su director. Desde la espléndida y aclamada El regreso, el ruso Andrey
Zvyagintsev (Novosibirsk, 1964), que no pudo estar en el pase de su
película por problemas de salud (sí la impresionante, por talento y físico,
actriz Maryana Spivak y el
protagonista masculino Alexey Rozin)
es uno de los directores de mayor prestigio y más galardonados de su país, un autor
de una filmografía, tan breve como selecta, que incluye los films El destierro, Elena, y Leviatán.
Sin
amor
se centra en la desaparición de un niño. Un matrimonio formado por Zhenia (Maryana Spivak) y Boris (Alexey Rozin) se está divorciando de
forma traumática: es decir con gritos, reproches e insultos que entran dentro
de la violencia verbal; cada uno de ellos tiene un amante con el que
prácticamente viven (la pareja de él, Masha (Marina Valsiyeva) incluso embarazada); ese matrimonio destruido
tiene un hijo de 12 años llamado Alexey (Matvey
Novikov) no deseado por ninguno de ellos, especialmente por la madre que,
literalmente, lo detesta desde que lo parió, y no saben qué hacer con él, quizá
meterlo en un orfanato; el niño, en una de las secuencias más dolorosas,
escucha entre lágrimas tras una puerta lo que discuten a gritos sus padres y
desaparece.
El
director ruso rueda una película estremecedora sobre un par de villanos
desalmados que ni cuando reciben la noticia de que su hijo ha desaparecido son
capaces de dejar al margen el odio que se profesan (ella araña y abofetea a su
marido en otra de las secuencias culminantes) y sobre un sistema en
descomposición, el ruso, cuya policía no mueve un dedo por encontrarlo (sí una
ONG cuya labor se centra en los niños desaparecidos y se implica a fondo). Andrey Zvyagintsev dibuja esa relación
tóxica (quizá Zhenya haya heredado su mal carácter de su asocial madre, protagonista
de otra de las tensas secuencias) que ha destruido
una familia que no debió formarse jamás . El ruso filma con naturalidad las escenas de
sexo de los protagonistas con sus respectivos amantes, mueve la cámara con
suave elegancia por los paisajes nevados y los urbanos, naturalezas
muertas, pero generando tensión
en cada uno de sus planos (la secuencia de la morgue) subrayados por una banda
sonora impactante (Evgueni Galperini)
y una fotografía gélida (Mikhail
Krichman). Andrey Zvyagintsev confiesa que no quiere que le encasillen en
ningún género, pero su Sin amor es
sin duda un thriller rodado con un ritmo no tan moroso como el habitual en él
(a este rendido espectador sus 127 minutos se le pasaron volando, un soplo).
La
película se abre y se cierra con la misma imagen: un árbol, junto a un río, en
un paisaje nevado desolado, de una de cuyas ramas pende la cinta que colgó el
niño víctima de esa historia cuando desapareció, y entre esas dos imágenes
exactas han pasado siete años de olvido e indiferencia y la cinta sigue
pendiendo de esa rama. El director de El regreso, obsesionado por las
disfunciones familiares (en Elena
trataba el tema en la difícil relación entre una madre y su hijo desastroso; en El regreso la lucha imposible de un
padre ausente para hacerse de nuevo con el cariño de sus hijos que son unos
desconocidos), con
padres que no se comportan como tales con sus hijos y omiten sus deberes hacia
ellos, edifica su mejor película, una pieza en la que nada chirría y el
espectador entra literalmente en la pantalla y se implica emocionalmente, virtud
que muy pocos directores poseen. Sin amor
es un drama familiar que le sirve a Andrey Zvyagintsev para hablar de Rusia
presente de Vladimir Putin como
estado fallido en donde nada funciona y todo se ha corrompido. Si critico a mi país es porque soy un
patriota, afirmó en una reciente entrevista, El capitalismo ha propagado la corrupción y las relaciones humanas se
han convertido en transacciones.
Nelyubov, su
nombre en ruso, deja al espectador en estado de conmoción profunda, en shock
por sus imágenes poderosas y lo que trascienden éstas. Es un desgarrador poema
visual cuyos versos laceran el alma. El arte está para conmover y no dejar
indiferente al receptor. Esto es cine con mayúsculas. Arte que conmueve y
estremece y se acrecienta una vez que se ha visionado la película. Apunten ese
título, Loveless/ Sin amor. No se lo
pierdan aunque salgan de la sala noqueados de dolor. Ya ganó el premio del
Jurado en el festival de Cannes y si le dan el Oscar (está seleccionada a la
mejor película de habla no inglesa) prestigiará esa feria de vanidades que es
Hollywood. Obra maestra absoluta y deslumbrante. Lo mejor de la cosecha del
2017. Diez.
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