CINE / DUNE, DE DENIS VILLENEUVE


El canadiense Denis Villeneuve (Trois Rivieres, 1967)  rompe el mantra de que los remakes no logran jamás superar al original, entre otras cosas porque el Dune, del inclasificable y genial David Lynch, era una de las películas más flojas de la filmografía del director de Blue Velvet. El realizador de Incendios y Sicario lidia con una superproducción galáctica sin renunciar a sus principios cinematográficos y consigue mantener su sello autoral a pesar de la presión comercial que el producto, lógicamente, impone. Esta Dune es un gran espectáculo impecablemente manufacturado para disfrutar sin tapujos, con o sin palomitas, bien narrado y con unos efectos especiales comedidos que no entorpecen con explosiones sin sentido el discurrir de la película.

 


Destaca, desde mi punto de vista, el subrayado anacrónico en este film colosal: las naves son de piedra, y con forma de ella (como en La llegada, también de Denis Villeneuve); no hay sofisticadas armas de fuego, ni siquiera electromagnéticas, ni combates con rayos láser, sino espadas y cuchillos de acero  en los enfrentamientos fisicos; y los fremen, raza que parece descendiente de los tuaregs, que viven en lo más profundo del desierto de Arrakis, el otro nombre del planeta Dune, visten con harapos y rechazan toda tecnología en un regreso a la vida primitiva. Por otra parte, los Atreides y los Harkonnen, las familias secularmente enfrentadas por el dominio de Dune, mantienen un comportamiento medieval más próximo a la saga de El señor de los anillos que a La guerra de las galaxias, todo lo cual hace que el producto final sea muy original.

 


Sin esquivar las escenas de gran espectáculo (los monstruosos gusanos de seda que todo lo absorben en el desierto; el asalto aéreo de los Harkonnen al feudo de la Casa de los Atreides), Dune se centra en la lucha de poderes entre casas nobiliarias por extender su dominio sobre Arrakis, ese planeta desértico en donde se cultiva la preciosa especia (el oro de antaño, el petróleo de ahora: siempre la maldita economía en el centro de los conflictos. Los Atreides, que son comandados por el duque Leto (Oscar Isaac) y su concubina Jessica (Rebecca Ferguson), quedan fascinados ante la sencillez de la vida salvaje y nómada de los fremen comandados por Stilgar (Javier Bardem), que viven en el desierto y seducen al heredero de la casa Atreides, Paul (Timothée Chalamet), que se enamora de una de ellas, la misteriosa Chani (la cantante y modelo Zendaya).

 


Dune, que no es la primera incursión del director de Sicario en el cine fantástico de gran presupuesto (ahí está la antes citada La llegada o esa versión fallida de Blade Runner, porque esta vez sí que era imposible superar el original), tiene, en contra de los más recientes taquillazos, un ritmo pausado que se agradece y quizá no sintonice con el cine frenético al que están acostumbrado las nuevas generaciones de espectadores, está rodada en paisajes naturales espectaculares de Jordania y contiene alguna performance delirante como la conversión del gran actor nórdico Stellan Skarsgärd, el actor fetiche de Lars Von Trier, en Vladimir Harkonnen, un villano multiforme y obeso mórbido que levita y alarga su estatura a su antojo, o la inquietante presencia de Charlotte Rampling en el papel de la severa preceptora Gaius Hellen que mete la mano de Paul Atreides en la máquina del dolor para ponerlo a prueba.

 


Estrenada esta primera parte, se espera la segunda y que esta no defraude las expectativas creadas. Dune de Denis Villeneuve es la evidencia de que se puede hacer un cine digno de gran espectáculo sin caer en la subnormalidad a la que este últimamente se asocia. 


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