LA PELÍCULA

VALS CON BASHIR
Ariel Folman

Confieso, desde aquí, mi irracional animadversión hacia el cine de animación y, sobre todo, desde que se convirtió en pura tecnología para arrumbar lo de artesanal que tenía en sus principios. Me encantaron las primeras películas de la factoría Disney, que para mí eran deliciosas, porque sus dibujos tenían un trazo limpio e inocente, y los desternillantes cartoons de Tom y Jerry, Pato Donald, Popeye, Pájaro Loco, etc., que me acompañaron en mi infancia. En dibujos animados llegué hasta Mowgli, el libro de la selva, por lo que creo que me he perdido mucho.
Toda esta digresión es sólo para decir que no soy experto del cine de animación ni lo veo con buenos ojos. Pero Vals con Bashir, extraño título, no es desde luego una película de animación al uso, ni muchísimo menos, y cuesta imaginarla en otro formato, una vez vista, que no sea ese sobrio y bicolor dibujo animado en que está facturada.
Ariel Folman, su realizador y guionista, es un documentalista israelí de prestigio y Vals con Bashir no es una película de ficción sobre unos hechos terribles, de los que el Tsahal, el todopoderoso ejército israelí en Líbano, fue testigo y cómplice, sino un documental introspectivo, a modo de encuesta psicológica, que va alumbrando progresivamente esa zona oscura de la que no quieren hablar sus protagonistas.
La película empieza con una secuencia estremecedora: veintiséis perros corren de forma desesperada y se detienen a ladrar bajo la ventana de un hombre que no duerme. Es el sueño recurrente de un antiguo combatiente de la guerra del Líbano que lo sacude cada noche, como una pesadilla. El propio Ariel Folman, su dibujo animado, escucha con curiosidad, en un bar, el relato de su antiguo compañero de armas. Cuando invadieron Líbano, el insomne se encargó de silenciar con su rifle de precisión a todos y cada uno de los perros de una aldea que olfatearon al enemigo y alertaron de su presencia a sus habitantes palestinos. Y Ariel Folman, el narrador, realizador, guionista y soldado de aquella época, se da cuenta de que apenas recuerda nada de esa guerra, que su subconsciente, hábilmente, la ha borrado de su memoria. A partir de ahí la película, sirviéndose del recurso de las entrevistas a antiguos compañeros de armas, algunos de ellos en el extranjero, a los que Ariel acude para reconstruir todo lo que su subconsciente borró de su pasado, se convierte en una apasionante reconstrucción de una serie de hechos de los que nadie de los que han intervenido en ellos se siente orgulloso: la espantosa matanza de palestinos de Sabra y Chatila, una fría carnicería perpetrada por las milicias cristianas libanesas de Bashir, asesinado la víspera, que vengaron a su líder matando a tres mis palestinos, hombres, mujeres y niños, ante la pasividad del ejército israelí comandado por Ariel Sharon.
Con Vals con Bashir, que recibió numerosos galardones a lo largo de su periplo ─ Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa, una nominación a la Palma de Oro del festival de Cannes, y fue seleccionada por Israel para competir por el Oscar a la mejor película ─ el espectador asiste a un extraordinario documental político, de enorme utilidad y actualidad ─ el conflicto sigue y se agrava ─ que es, a la vez, un extraordinario ejercicio de introspección psicológica, algo muy loable viniendo, precisamente, de una de las partes en conflicto.
Ariel Folman filma esta curiosa película inclasificable como terapia personal para asumir esos fantasmas del pasado que quedaron ocultos en su conciencia, y es ésta una forma de alumbrarlos y de dar a conocer un episodio vergonzoso de la historia bélica de su país. Un buen ejemplo de ese cine militante que intenta despertar la conciencia dormida de un pueblo, el israelita, que de víctima pasó a ser verdugo.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

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