CINE
Debra Granik
No es habitual que una producción indie, pequeña como ésta, se cuele en las nominaciones de los Oscar (mejor película e intérprete, entre otras) pero sí lo es que los films que pasan por el festival de Sundance, una de las mejores aportaciones de Robert Redford al séptimo arte, siempre sean interesantes. La película de Debra Granik obtuvo el premio al mejor guión y el del jurado en su última edición. Ree Dooly (Jennifer Lawrence, a la que ya vimos en Lejos de la tierra quemada de Guillermo Arriaga) es una chica de 17 años, en una comunidad de la Norteamérica profunda, que debe cuidar de sus hermanos pequeños y de su madre enferma mental porque su padre, delincuente habitual, abandonó su hogar. Una fianza pesa sobre la casa de Ree porque el padre no se presentó a juicio y la hija decide buscarlo, desesperadamente, encontrarlo, vivo o muerto, para salvar la propiedad y poder subsistir.Hay en la película un inquietante trasfondo de cine negro en el medio rural (la protagonista femenina se arroga el papel de detective en sus indagaciones entre los miembros de su pequeña, dispersa y misérrima comunidad) pero hay mucho de retrato socioeconómico de un determinado paisaje humano de la primera potencia del mundo que no suele salir en las glamurosas producciones de Hollywood, en el cine entretenimiento. Debra Granik radiografía ese reducido microcosmos endogámico, en el que todos sus miembros son parientes (tíos, abuelos…) sin que ello impida que se odien a muerte y ajusten cuentas entre ellos. Winter’s Bone es un retrato de los desheredados de la tierra, de los hijos de esta segunda y profunda depresión norteamericana, los excluidos del sistema que nunca han votado ni votarán en unas elecciones, que malviven entre bosques, lejos de toda civilización, en un ambiente en el que se acentúan los instintos primarios de supervivencia: comen ardillas, coleccionan armas de fuego para defenderse los unos de los otros, organizan tristísimas veladas de country, se destrozan los coches mutuamente, viven en perpetua amenaza, desconfían los unos de los otros…Pocas veces el cine norteamericano había retratado con tantísimo acierto a ese segmento pobre (se calcula que un 30% de su población) de Estados Unidos. El aire enrarecido y hosco de Winter’s Bone retrotrae a La matanza de Texas de Tobe Hooper (una de las secuencias parece que va a terminar así) y a Deliverance, la película de John Boorman sobre la brutalidad de la Norteamérica profunda. Una ambientación cuidada, una fotografía que produce frío, una cámara que se mueve como un bisturí en el caos de esos hogares desestructurados y unos secundarios que parecen directamente extraídos de esos andurriales, y no actores, contribuyen a dar mayor verismo a esta película tremenda que nos habla de una realidad oculta y poco agraciada.
Un film sobresaliente, sin duda.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
CISNE NEGRO
Darren Aronofsky El director Darren Aronofsky lleva golpeando las plateas de los cines con fotogramas imborrables desde que en 1998 Pi lo sacará del anonimato. Desde entonces este director norteamericano se ha ganado con cada nueva película (y ya van cinco) un puesto entre los directores más respetados y admirados de la industria norteamericana del momento.Ahora regresa a la primera línea con Cisne Negro, la película que lo acomoda definitivamente en el Top de directores hollywoodiense, y a la vez le abre las puertas del éxito. Además el filme alberga opciones de recoger alguna estatuilla dorada a finales de este mes. Al menos se aventura un premio seguro para la actriz sobre cuyos hombros gira esta historia.Natalie Portman se pone en la piel de Nina Sayers, una joven bailarina cuya vida ha estado dedicada en exclusiva a la danza. La joven vive en un piso del Upper West Side en Manhattan junto a una madre sumamente protectora, que moldea la personalidad de su hija a la semejanza de sus aspiraciones antes de verse truncadas por una lesión. Cuando la estrella de la compañía de ballet en la que trabaja se retira, Nina es la elegida para representar el rol principal en la nueva versión de “El lago de los Cisnes” que abrirá la temporada. El conflicto arranca en el momento en que la protagonista no es capaz de ofrecer la versión sombría que requiere su personaje en la obra. Un conflicto que se agrava, volviéndose insoportable para ella, con la llegada de Mily (Mila Kunis), una chica bella, hermosa y descarada, que representa exactamente la antítesis de Mina, y la faceta oscura que ella ansia descubrir, posicionándose además como su principal competidora para el papel principal a ojos del exigente coreógrafo que interpreta Vincent Cassell. A partir de esta premisa el director de Requiem por un sueño teje un thriller psicológico, bien pavimentado en torno una trama que crece en tensión y ritmo, y sobre todo sobre la admirable actuación de Natalie Portman. La ejecución que lleva a cabo Aronofsky del libreto firmado por Mark Heyman, Andres Heinz y John J. McLaughin resulta alabadora. Pero primero centrémonos en un guión no menos ejemplar. El Cisne Negro se edifica como una relectura hiperbólica de El baile de los cisnes de Thaickovsky. La propia estructura gira en torno a la propia representación del ballet, a la vez que temáticamente también se inspira en las claves narrativas de esta obra del siglo XIX. A nivel de texto la historia queda marcada por las rivalidades enfermizas, la competencia feroz y dañina de cuando se aspira a la fama y al reconocimiento, la opresión ambiental, la búsqueda de la perfección, y cómo la suma de los factores acaba convirtiendo al personaje central en una bailarina esquizoide. Todo ello revestidos por unos esquemas formales que navegan por los cauces del terror psicológico y el drama de rivalidades deportivo.
Unas ideas argumentales que Aronofsky desembaraza mediante unas cuidadas, pero poco sutiles, elecciones formales encaminadas a resaltar esa dualidad que aflige al carácter central: el contraste entre luz y oscuridad, el bien y la maldad, que se expresan con el blanco y el negro que pueblan todos los recónditos (estéticos y argumentales) de esta película. Empezando por la misma Nina, el personaje puro y frágil que busca su reverso tenebrosos en la proyección perversa y malsana que representa Mily. Detrás de ello, hay connotaciones psicoanalíticas de mayor calado, más visibles en los lazos con la madre castradora.
Esta idea de dualidad enfermiza que golpea a Nina hasta los extremos más kafkianos está presente a lo largo de todo el filme con los constantes juegos de espejos, que no sólo poden en duda para el espectador qué de lo acontecido es real y qué imaginaciones propias de una mente enferma, sino que son un barómetro emocional del estado por el que pasa Nina.Una potente base textual en la que el director de The Fountain se siente cómodo desplegando su repertorio de pericias audiovisuales. Influenciado por el cine fantástico de la RKO, el cine de Polanski (los pasillos del apartamento parecen sacados del espacio claustrofóbico donde habitaba Catherine Deneuve en Repulsión) o incluso las atmósferas turbias de Lynch. Sin embargo Aronofsky se recrea tanto en la representación de este ballet tenebroso que en momento desequilibra el empaque formal, en medida por tics demasiado ornamentales, teatrales y excesivos, que desfiguran un poco el tono de la historia, y que sacan al espectador del drama psicológico para llevarlo a un filme de terror producido por la Disney. Por suerte, esas escapadas de desequilibrio son contadas y el filme no se resiente en exceso, pero sí que es verdad que pierde un poco de veracidad con tanto exceso hiperbólico manifestado en efectos de sonidos resaltados, ciertas secuencias que desentonan (la más evidente cuando Nani se aterroriza en la habitación de su madre por unos cuadros que cobran vida), caracterizaciones de personajes extremas y actuaciones sobreactuadas, como la de Vincent Casell.Limando estos aspectos, y con un Aronofsky menos liberado y más despreocupado en su ímpetu de filmar un ballet cinematográfico perfeccionista y trascendente, estaríamos hablando de una película mejor de lo que es. Es indudable su poder hipnótico, y la capacidad para ir en crescendo con su intriga argumental bien clausurada en un final majestuoso, pero muy previsible. Con tan solo un poco de contención en los subrayados estaríamos añadiendo otra obra maestra a la carrera de este joven director. Pese a todo, el Cisne negro se erige como la película con la que a partir de ahora habrá que referirse cuando alguien nos pregunte por su director. Sin embargo, para muchos, y en los que me incluyo, Darren Aronofsky seguirá siendo el director de Requiem por un sueño, hasta que demuestre lo contrario.
MARC MUÑOZ
MÁS ALLÁ DE LA VIDA
Clint Eastwood
Soy de los que opinan, y que me perdonen los muchos fans que tiene el viejo pistolero, que el epíteto que se utiliza para designar a Clint Eastwood como el último gran clásico del cine norteamericano le viene inmenso, más si lo comparamos con los clásicos de verdad, a los que nadie discute porque no hicieron una, dos, tres obras maestras, sino que toda su filmografía es una completa obra de arte: Ford, Kubrick, Wilder, Wells... Eastwood tiene en su dilatada filmografía tres películas mayores, tres, que son incuestionables (Bird, Mystic River, Million Dólar Baby y, a cierta distancia, Un mundo perfecto), un montón de películas medianas (Invictus, Los puentes de Madison, Gran Torino) y unas cuantas malas o muy malas (Medianoche en el jardín del bien y del mal, Poder absoluto, que creo que se lleva la palma, aunque la aburridísima Cartas desde Iwo Jima no le va a la zaga) y eso sin contar con las películas alimenticias sobre cowboys espaciales. Más allá de la vida la sitúo entre estas últimas. Si Eastwood no tiene un buen guionista, una historia bien estructurada que contar, sus películas no funcionan, y el guión de su última película es, desde mi punto de vista, malo, porque esas tres historias paralelas de una superviviente del espantoso tsunami, de un niño que pierde a su hermano gemelo con el que estaba tan unido y con el que trataba de sacar a su madre del mundo del alcohol y la droga, y del hombre que entra en contacto con los muertos tocando las manos de los allegados de los desaparecidos, no cuajan entre sí, más allá de que al final los tres protagonistas se encuentren, ni son convincentes por separado. Más allá de la vida me ha parecido celuloide rancio, sin vida, viejo nada más nacer, con unos diálogos bastante forzados y una composición de personajes de escaso calado psicológico, porque no me creo al parapsícologo George (Matt Damon) ni cuando entra en contacto con los muertos ni cuando parte tomates en clases de cocina; no entiendo a Marie Lelay (Cécile De France), que escribe un libro sobre su experiencia en vez del retrato político de François Miterrand que le encarga su editorial; y nunca me creí a Jacob (Frankie McLaren) el niño al que su hermano salva la vida desde el más allá. De toda la película me quedo con el espectacular tsunami inicial, rodado de forma magistral, y seguramente por Steven Spielberg que estaba por allí en labores de productor, porque esa escena dramática lleva su sello inconfundible, un inicio potente que enseguida se desinfla.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Comentarios
Pero, en general, estoy de acuerdo con tu valoración del viejo Clint. Compararlo con Ford o con Wilder es, evidentemente, un desparrame. Curiosamente, yo discrepo de tu valoración de las grandes de Clint: a mí Mystic River me pareció tramposa a más no poder (venga a cargar las tintas sobre el pobre Tim Robbins, cuando estaba claro que él no podía ser el malo) y Million Dolar Baby, con todo su efectismo, tan manipuladora como Gran Torino. Sin perdón, Un mundo perfecto y esa maravilla olvidada que es Cazador blanco, corazón negro son para mí las tres grandes de Clint.
Un abrazo
David Torres