DIARIO DE UN ESCRITOR
Arán, 16 de agosto de 2012
Todo se está haciendo muy extraño. Empezando por mi vida desde hace unas semanas. Desde que abandoné el diario. Quizá por eso.
Así es que me despierto a las nueve y media. A veces
a las once. Y tomo un trozo de bizcocho decente mientras busco una cadena
decente, porque, consecuente conmigo mismo, ya no volveré a sintonizar ni TVE1
ni el Canal 24 horas. Les hago boicot concienzudo y no me detengo un solo
segundo en ellas ni cuando hago zapping. Me decanto por las autonómicas, por
3/24, después de ver días atrás, incrédulo, el telediario de Telecinco: sol,
playa, crónica de sucesos y corazón…Gran Hermano aplicado a los informativos.
Vómito berlusconiano.
Escribo. Mucho. Demasiado. Llevo días sin pisar la
calle, encerrado en la buhardilla. Tampoco me apetecería salir si no tuviera
tanto trabajo. El pueblo está en fiestas. Han adornado las calles. Han llegado
feriantes latinoamericanos que aparcan sus roulotes en un descampado al otro
lado del río. Hay mucha gente. De otros pueblos. Que veranean en el pueblo y a
los que nunca he visto. Me siento más solo. De pronto me siento extraño en el
pueblo en donde nunca me sentí como tal. Y nunca encuentro mesa en la terraza del bar
de El camarero que lee a Thomas Mann. Así es que escribo, apenas como un bocado
al mediodía, y sigo escribiendo por la tarde.
Se habla de Julian Assange. De que los británicos
quieren asaltar la embajada de Ecuador adonde ha ido a refugiarse para no ser
extraditado a Suecia para responder a esa farsa de las agresiones sexuales, y
luego a Estados Unidos, que quiere matar al mensajero. La gente roba, miente, tortura,
asesina y el culpable es quien denuncia las atrocidades no quien las comete.
Debería acostumbrarme a ello. Pero no puedo.
15 S. Iré a la gran manifestación en Madrid contra
los recortes. Ese día se ha de tomar Madrid y gritar contra el gobierno que nos
conduce a la ruina colectiva a todos. 25 S. No voy a asaltar ningún congreso.
Una cosa es marchar, rodear, cercar. Que los políticos, abucheados, sientan
vergüenza de sí mismos. Que entren escoltados por la policía de la ira del
pueblo. Que se enteren de que no nos representan. Cuando sale alguien y dice
que el Parlamento representa la voluntad popular me río. Antes, quizá. Ahora
no. El golpe de estado contra la legalidad constitucional la han dado los
partidos. No sé si va a caer este gobierno con el que hemos retrocedido treinta años en poco menos de ocho meses y no ha hecho otra cosa que acelerar el desempleo. Pero entre todos deberíamos empujarlo a que presente la dimisión, por ineptitud absoluta, gobernar contra el pueblo y vulnerar artículos de la constitución. Es un gobierno legal, pero no legítimo. Es un gobierno en fraude político que ha quemado su propio programa.
Pero ni siquiera estoy para eso, para indignarme, sino para escribir.
Llevo toda la semana con “Ciudad en llamas”. Y cada dos días, para no entumecer mis músculos,
me escapo al monte, me pierdo de noche por bosques, veo algún ciervo emboscado
y regreso completamente a ciegas porque no hay luna. Eso sí, he descubierto un
nuevo uso del móvil: en caso de necesidad sirve como linterna.
También, como descanso, veo películas. Aliens, por
ejemplo, de James Cameron, ya que días pasados vi Prometheus. Y una película
filipina, tremenda, que no nombro, por si alguien sufre el accidente de verla,
y que me ha dejado noqueado mientras la veía y muchas horas después. Realizada
con maestría, te mete directamente en la ciénaga del horror y sientes la asfixia
de su protagonista mientras te preguntas qué harías en su caso. Y eso es lo que más horroriza.
Pero ni aún con ese horror de ficción levitando sobre mi cabeza
dejo de escribir. No sé si es un privilegio o una condena.
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