LITERATURA
Ciudad en llamas
Autor: José Luis Muñoz
Neverland Ediciones
RESEÑA PUBLICADA EN LA REVISTA NARRATIVAS
Con “Ciudad en llamas” José Luis Muñoz nos
ofrece otra vuelta de tuerca en su carrera de fecundo escriba siempre en busca
de nuevos horizontes, con una trama que bebe en las fuentes de la ciencia ficción
y la distopía. Antes de seguir diré que distopía define a una sociedad ficticia
e indeseable en sí misma, justo aquella que se describe en la novela y muy
parecida a la del país y el tiempo que nos toca vivir.
Aun tratándose de un futurible, como es el
caso de “Ciudad en llamas”, lo primero que debe pedirse a una historia producto
de la fantasía es contener la suficiente dosis de credibilidad para que el
lector se identifique con su trama y con su topografía social y personal, hasta
llevarle a pensar que aquello que se describe pudo o en nuestro caso puede
suceder, aunque sepa que es el resultado de la imaginación del autor. Y esa
verosimilitud la consigue el libro de José Luis a plena satisfacción.
La acción de “Ciudad en llamas” se data en
el año 2070, una fecha suficientemente próxima y a la vez lejana para permitir
una extrapolación de la situación actual, y acontece en la ciudad de Barcelona,
un espacio físico que en su descripción novelada podemos contrastar y comparar con
la realidad existente a día de hoy. Especial relevancia merece el barrio de
Gracia, que aparece en las páginas de “Ciudad en llamas” como uno de los
enclaves donde se desarrolla la acción. Nos son familiares los nombres de Joanich,
Sol, Diagonal, Carmelo.
Dejando al margen la toponimia, una parte
importante de lo que José Luis Muñoz dibuja para el año 2070 ya nos es familiar
y forma parte del mundo que nos rodea. Y si no veámoslo: El progresivo
calentamiento de la Tierra hasta hacerse en la novela prácticamente inhabitable,
con el detalle de que en “Ciudad en llamas” la temperatura se mide en grados de
la escala Farenheit. Es un homenaje a Ray Bradbury y a su Farenheit 451. Ese es
el nivel, equivalente a 233 grados centígrados, en que el papel de los libros
se inflama y arde hasta convertirse en cenizas borrando la memoria, la historia
y la poesía que atesora.
Añadamos a eso una despiadada lucha por
los recursos naturales (agua potable, espacio vital, alimentos) que una
sobreexplotación del planeta ha mermado, sumado a un exponencial incremento
demográfico que convierte en escaso cualquier medio artificial de supervivencia
(ciencia, medicina, técnica), con una oligarquía político-económica corrupta dueña
y señora de todos los resortes del poder. Y finalmente una separación en dos clases
sociales, los “intrusos”, los parias de la tierra, y el stablishment, los
nuevos señores feudales. Los explotados y los poderosos.
Este es el panorama social, político y económico
que para el año 2070 nos traza Muñoz. Un panorama que en muchos aspectos ya
forma parte de nuestro presente, obligados como estamos a convivir con la corrupción,
el agotamiento de las fuentes de energía, el aumento de la temperatura del
globo, el agujero de ozono y la sobrepoblación.
En la olla podrida y dentro del año en que
estamos, el 2013, la simulación y extrapolación hacia el futuro, hacia ese
2070, tiene como antecedente un conjunto de realidades y sucesos políticos y
sociales de nuestro pasado reciente que conforma y condiciona el presente y sin
duda el mañana, y que el novelista enumera.
En primer lugar la caída en 1989 del muro
de Berlín y la consiguiente eliminación del comunismo como contrapoder y
alternativa real al capitalismo, que ha permitido a este desprenderse de
cualquier inhibición o cortapisa para aplicar un liberalismo a ultranza, una
globalización de los asentamientos de producción asocial y esclavista en el
Tercer Mundo, sumado a un modelo de economía de mercado cada vez más feroz. Recordemos
el hundimiento por sobrepeso del edificio Rana de Bangla Desh ocurrido el
pasado 24 de abril, con 1.200 muertos y 2.500 heridos, trabajadores todos ellos
de Mango, Zara o Benetton por un miserable cuenco de arroz.
En segundo lugar la caída de las torres
gemelas, que ha traído como corolario la sicosis del miedo y de la
vulnerabilidad junto a la sobrevaloración de la seguridad por la seguridad para
cuya consecución todo vale. Un ejemplo vivo de los efectos que esa sicosis conlleva
y la desmesura con que se la combate lo tenemos en la prisión de Guantánamo, que
ni siquiera el presidente Obama ha desmantelado por muchas promesas electorales
hechas en su día.
Sigue como tercer elemento la pérdida de
derechos individuales por parte de la ciudadanía. Recortes laborales, económicos,
participativos, políticos, incluso de opinión. Y para completar el panorama, los
absolutos y omnipresentes medios de fiscalización de cuanto decimos, hacemos y
hasta lo que pensamos a través de la informática y la telemática, convertida la
Democracia en pura estadística sin contenido real, en la pantomima cuatrienal de
depositar un coloreado papel impreso llamado voto en una urna de cristal que
solo sirve para formalizar una apariencia de soberanía popular. Un puro teatro,
como dice la canción. Se echa en falta mecanismos de verdadera elección, selección
y equidad como serían las listas abiertas, la uniformidad en el valor del voto,
la limitación de los mandatos y de los privilegios exorbitantes e incontrolados
de la casta política, una real división de poderes y, ya puestos a pedir, la
eliminación de los paraísos fiscales que solo sirve a los poderosos. Todo ello
conforma, elevado al cubo, la urdimbre del negro paisaje y el tenebroso
horizonte que dibuja “Ciudad en llamas” para el 2070.
Muñoz nos ofrece una reflexión inclemente
sobre el mañana que aguarda a la humanidad a medio plazo. Ese es para mí el
principal valor de su novela, el reflexivo, consistente y solvente resabio amargo
que deja después de leerla al permitir atisbar la situación a que nos conduce
la realidad actual marcada por una oligarquía envilecida, distante y distinta
de lo que entendemos por el pueblo, controlando las leyes, la economía, la
información, la educación, la cultura, con unos lobbys y unas corporaciones supranacionales
de enorme capacidad de influencia y voracidad, y dotadas de unos medios
económicos ilimitados. Organizaciones en contubernio con la casta de
gobernantes a la que manipulan, dirigen, ponen y quitan a su santa voluntad
como personajes de guiñol. Unos entes, esas corporaciones, opacos y anónimos y capaces
de moldear la vida, las necesidades y el día a día de todos y cada uno de los
habitantes del planeta azul a través de los medios de información y opinión que
poseen y dominan de la A a la Z. A esos parámetros ya existentes y al alza, Muñoz
añade un nuevo elemento que en los momentos actuales se va realimentando y
tomando cada vez más fuerza: el desprecio a la vida en aras a una mal entendida
seguridad individual y prevención de riesgos que hunde sus raíces, además de en
las torres gemelas y en la carta blanca que su caída significó, en la lucha de etnias,
civilizaciones y religión que procedente del pasado regresa como los Cuatro
Jinetes de Apocalipsis: Cristianismo contra islamismo, cruzados contra cátaros,
suníes contra chiitas, albaneses contra serbios y kosovares, por no hablar de
otras etiquetas que nos tocan más de cerca. Una interesada, maniquea y
manipuladora dramatización del Bien contra el Mal en donde el poder político se
autoadjudica la patente de corso para hacer de árbitro estableciendo la frontera
de la ética y la bondad y, una vez trazada emplear todos, insisto, todos, los
medios por parte de los supuestos buenos para acabar con los malos, léase la
invasión de países avalada por falsedades como unas inexistentes armas de
destrucción masiva, obviando cualquier derecho o defensa, y sambenitos que se
cuelgan en la espalda de quien ha tenido el valor de denunciar esos malos usos,
ya se llame Julián Assange o Snowden, persiguiendo y presentando como villanos a
quienes en realidad lo único que han hecho es denunciar los desmanes de los
poderosos, de aquellos que están ahí, se supone, para evitar tales desmanes.
Hoy es el lobo el que vigila al rebaño de
ovejas.
Dentro de ese proceso evolutivo de hacia
dónde va el poder y la sociedad, un elemento a destacar es la importancia
creciente de la seguridad privada en detrimento de la pública y la inoperancia
de la justicia, que no significa otra cosa que la dejación por parte del Estado
de las dos principales razones de su existencia: garantizar la protección y la
equidad para todos los individuos. Limitándonos a nuestro país y al tema de la
seguridad –de la justicia ni siquiera merece la pena hablar, lenta, mala y
tardía-, desde el año 1974 cuando se instauró por ley la seguridad privada, el
volumen de negocio que genera se ha multiplicado, ocupando campos y actividades
incluso dentro de la propia Administración Pública. Hoy es habitual que un
segurata nos pida la identificación para acceder a una oficina ya sea
municipal, autonómica o estatal, y que nos barre el paso si no atendemos a su
demanda. Future Policeman es el todopoderoso y monopolista estamento privado
que Muñoz describe como depositario de la seguridad y por extensión, de la potestad
represora en ese no tan lejano 2070. De estos polvos vendrán esos lodos.
“Ciudad en llamas” está narrada en primera
persona, lo que la acerca más al lector, que siente en sus propias carnes lo
que piensa y padece el protagonista, un reflejo de alguna de las cosas que él
mismo, en este 2013, piensa y padece. Pero la novela no pretende ser ni mucho
menos un discurso contestatario o un manifiesto político, muy al contrario, es literatura
en estado puro, una ficción donde el autor deja completa libertad al lector
para que por sí solo alcance, o no, las reflexiones que antes he apuntado.
José Luis Muñoz trufa la novela con inteligentes
toques de humor. Un ejemplo es elevar el spanglish a opción de idioma cuando
uno de los protagonistas llama a la Televisión Tridimensional Holográfica y un
programa informático, parecido al que ahora nos oferta la posibilidad de hablar
en catalán o en castellano pulsando la tecla uno o la dos, añade el spanglish
como opción pulsando la tecla tres. O al referirse a Telengendro como la cadena
de televisión más vista, un clónico de las televisiones públicas y privadas
–todo vale por el Share de la audiencia-, que hoy nos ofertan esos programas de
tomate llenos de insultos y malos modos. Y un tercer ejemplo con
Transplantation, una de las empresas más rentables de la Corporación, que se
dedica a trocear y comercializar los órganos de los ejecutados vendiéndolos a
clínicas privadas.
La macabra y antropófaga visión de la
ciudad de Barcelona y sus moradores que dibuja “Ciudad en llamas” en ese 2070, podría
ejemplificarse en el siguiente párrafo del libro: “Las morgues de la ciudad estaban colapsadas y de sus chimeneas se
elevaban densas columnas de apestoso humo de las incineradoras a pleno
rendimiento cuyas cenizas revertían en los campos de cultivo de las zonas
altas. Verduras abonadas con cenizas de muertos intrusos. Nos estábamos
convirtiendo en caníbales.”
No puedo dejar de mencionar la imagen del
sexo que Muñoz presenta en ese 2070, convertido en una estricta función
glandular alejada de cualquier sentimiento mínimamente empático diferente de la
pura carnalidad, ya no digamos del amor. Los onanistas hologramas conteniendo
imágenes pornográficas, los locales de PayforSex, los fetichistas clónicos de
Marilyn Monroe, Ava Gardner o Sara Montiel que, se nos dice, son obtenidos con
trozos de piel, cabellos u órganos de las musas para alcanzar la perfección del
modelo, el concepto de usar y tirar, la identidad del medio con el fin, la
inmediatez del aquí y ahora, son las características dominantes de ese
sexo.
En 1947 George Orwell escribió su novela 1984.
Lo hizo dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, y entre otras
cosas, como una advertencia para las generaciones futuras por evitar otro
exterminio como el que Hitler había llevado a cabo con los judíos, gitanos,
enfermos mentales e inválidos, los parias, los “intrusos” de José Luis Muñoz en
su novela. En 1984 Orwell hablaba, utilizando la literatura, del Gran Hermano,
la Policía del Pensamiento, la Habitación 101 o la Neolengua como métodos de
control, represión y exterminio por parte del poder. Quince años después,
alguien tan poco sospechoso de ser un terrorista como Dwight David Eisenhower, el
17 de enero de 1961, al dejar la presidencia de los Estados Unidos avisaba y
prevenía, no en clave literaria, sino política y ciudadana, real, sobre las “consecuencias del crecimiento de un poder
fuera de lugar que amparado en lobbys se está gestando por parte de un
conglomerado industrial y militar, un poder emergente que puede poner en
peligro y amenazar las libertades individuales siendo causa de que la política
nacional de los Estados Unidos sea rehén de una casta científico-tecnológica a
espaldas del Estado y alejada de cualquier control democrático”. Porque al
final siempre nos encontramos con lo mismo: con el deseo de quien detenta el
poder económico y/o político por perpetuarse, necesitando para ello dominar y
tener dóciles a los que están bajo su bastón de mando. Nuevos tiempos, nueva
técnicas, nuevas formas y nuevos instrumentos, nuevos perros con distintos
collares o nuevos collares con distintos perros, pero la finalidad es siempre
la misma. No es casualidad la frase de Tomaso de Lampedusa, sacada del
Gatopardo, con la que Muñoz abre el libro: “Si
queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.” Una
lección, la de cambiar periódicamente de piel para sobrevivir como hacen las
serpientes, que los poderosos tienen incluida en sus genes desde la cuna.
Sobre la inquietud social de José Luis
Muñoz, que es pública y notoria, y de la cual “Ciudad en llamas” es un
literario y fecundo ejemplo, acabaré esta reseña aplicándole una frase de Miguel
de Unamuno que marca su trayectoria de escritor: “El escritor solo puede interesar a la humanidad cuando sus obras se
interesan por la humanidad”.
José Vaccaro Ruiz
jvaccaror@gmail.com
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