LITERATURA / LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DEL RELOJ DE ARENA, DE FERNANDO MARTÍNEZ LÓPEZ
LOS ÚLTIMOS RECUERDOS
DEL RELOJ DE ARENA
Fernando Martínez López
Vuelve al género negro, y lo
hace con oficio de narrador curtido, ya que Los
últimos recuerdos del reloj de arena es su séptima novela (El sobre negro, El rastro difuso, El mar
sigue siendo azul, Fresas amargas
para siempre, Tu nombre con tinta de
café, El jinete del plenilunio), el jienense afincado en Almería Fernando Martínez López, galardonado,
entre otros, con los premios de novela Ciudad de Jumilla y Felipe Trigo. Tiene
la última novela de este escritor, que cierra una trilogía policial, estructura
compleja y un buen número de personajes principales que el autor gobierna con
oficio para que la trama no se disperse.
Con saltos continuos al
pasado, que explican el presente de dos de los personajes fundamentales sobre
los que pivota la narración, el ginecólogo Claudio Berbel Ochotorena, cuyo
cadáver aparece desnudo y con signos de violencia en las calles de una Almeria
asolada por una huelga de basureros, y el banquero Eugenio Valls, prototipo de
la corrupción y deshonestidad financiera (vendedor de ese producto turbio
llamado participaciones preferentes que llevó a la ruina a buen número de
impositores en nuestro país), construye Fernando
Martínez López una trama criminal que debe desentrañar Gabriela Ruiz, una
inspectora de policía de fuerte carácter, ayudada por Juan Heredia, un policía
gitano (¿homenaje al Flores de Brigada
Central de Juan Madrid?), con el
que acaba teniendo una relación amorosa.
Están muy presentes en la
narración los tiempos precarios que arrostramos y la crisis del sistema social
que no es otra cosa que corrupción—. Malos tiempos, para la
lírica y para casi todo, malos tiempos para los millones de parados, malos
tiempos para la honestidad, malos tiempos para amar, tiempos de corruptos y
asesinos. Asesinos. Había uno que debían encontrar—. Con pinceladas precisas nos traslada el autor al
pretérito, al mítico burdel granadino de La Bizcocha, por ejemplo, en donde uno
de los personajes debe estrenarse por voluntad de su padre—. Se percibían
respiraciones agitadas, ruidos de somieres, algunas risas, se intuía el susurro
de obscenidades, el olor profundo del semen y los fluidos vaginales.
No olvida el escritor
jienense dar pinceladas sobre el pasado de todos sus personajes, de sus zonas
oscuras que permanecen como heridas que todavía supuran—. Y ahora,
tumbada en la cama y los ojos abiertos, notaba el pulso acelerado por el
orgasmo que le había proporcionado otra vez Isidro Cruz, un fantasma del que
solo quedaban sus huesos descarnados—, como en el caso de ese personaje potente, hasta físicamente, que es la
inspectora Gabriela Ruiz, que guarda un recuerdo imborrable de una relación
tóxica que le ha dejado marca—. No pudo dejar de amar a aquel chulo rijoso, a aquel
seductor que reblandecía voluntades femeninas con la promiscuidad de un perro
en celo, a aquel auténtico hijo de puta que, para colmo y como rúbrica al
destrozo que le causó a su vida, fue asesinado para que ella tuviera que
averiguar quién lo hizo y todas las turbias corruptelas que plagaron su
existencia—.
Tampoco falta la sensualidad
o la explicitud sexual cuando la narración lo requiere en algunos de sus
momentos—. Ella también se había desnudado, sólo mantenía las
medias con liguero y los zapatos de tacón alto. El corsé y el mantón habían
desaparecido y descubrían unas curvas deliciosas de guitarra, unos senos
abundantes y firmes con los pezones enhiestos hacia los ojos marrones de
Claudio Berbel Ochotorena—y lima el autor de Tu nombre con tinta de café el lenguaje,
captura las palabras precisas para conseguir ese efecto deseado.
Con un estilo impecable y
pulido, dominio de los diálogos y de los tempos literarios y buena arquitectura
de personajes, Fernando Martínez López
construye un thriller que habla de épocas no tan lejanas de intolerancia en las
que homosexualidad debía esconderse y los que tenían esa tendencia sexual debían
matrimoniar por conveniencia con el terrible drama personal de ser toda la vida
un falsario—Fallido intento, querido, y ahora, mientras ya se
adentraba en la avenida Vivar Téllez, le venían a borbotones sangrientos cada
una de las discusiones y peleas con Paula, harta de indiferencia y de mantener
su vagina seca—; del trueque de bebés en los
paritorios de los hospitales, práctica al parecer no excepcional como nos
informa la prensa de cuando en cuando; y de la crisis financiera de nuestro
país, las claves sociales de una novela negra que fluye ágil a lo largo de sus
poco más de trescientas páginas y reafirma el talento literario de este autor
con una sólida carrera a sus espaldas.
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