CINE / BLADE RUNNER 2049, DE DENIS VILLENEUVE
BLADE
RUNNER 2049
Denis Villeneuve
Hay cinéfilos malévolos que se
reafirman en el nulo talento cinematográfico de Ridley Scott y achacan la icónica Blade Runner, obra de culto de la ciencia ficción que lo fue muchos
años después de haber sido estrenada sin pena ni gloria, a fruto de la
casualidad. Si bien es verdad que el director de Alien, otra de sus buenas películas, no alcanzó nunca el Parnaso
autoral (tampoco creo que fuera su meta), a ojos de este crítico es de los pocos
directores que le merecen una cierta solvencia, o con el que al menos no va a
perder dos o tres horas en el cine, o que, en el peor de los casos, se lo voy a
pasar bien con cualquiera de sus películas.
Sorprende, o no, que Ridley Scott sea el productor, y no el
director, de esta secuela del Blade
Runner inicial que toma, 30 años después, prestados algunos de sus
personajes originales (Rick Deckard, un Harrison
Ford todavía proteico capaz de plantar cara a K, Ryan Gosling) y que haya abdicado a favor del canadiense Denis Villeneuve. Sorprende, aunque no
tanto, que el director de Incendies y
Sicario
haya aceptado semejante reto sabiendo que difícilmente podría superar al
original está secuela por mucho derroche de medios técnicos que se le pongan en
bandeja. Así es que el director de Prisioneros
o El hombre duplicado reincide en el terreno
de la ciencia-ficción con Blade Runner
2049 después de la excelente La
llegada. Quizá le cogió gusto al género.
Tenemos a un cazador de
replicantes llamado K (Ryan Gosling),
de la Policía de Los Ángeles, y la película se abre con la brutal captura de
uno de ellos, que tiene que retirar (eufemismo de liquidar) cumpliendo órdenes
de su jefa, la implacable Joshi (Robin Wrigth), que le encomienda una
misión muy especial: la búsqueda del hijo que tuvo el blade runner Rick Deckard (Harrison
Ford) y su replicante (Sean Young);
pero como hiciera el protagonista de la primera entrega, K, que luego se
humaniza y acepta llamarse Joe, decide investigar por su cuenta a la industria
que fabrica los replicantes, y luego los retira, y se enfrentará al perverso y
ciego empresario Wallace (Jared Letto)
y a su cruel sicario replicante femenino Luv (Sylvia Hoeks) en una búsqueda de su verdadero origen. Reflexiones filosóficas sobre el futuro de la
humanidad y los humanoides que quieren ser humanos y no esclavos, a imagen y
semejanza de la película matriz.
Lujoso diseño de producción e
impactantes efectos visuales (de nuevo
Los Ángeles envuelto en la polución atmosférica que no permite la visión más
allá de dos metros; coches que despegan del suelo verticalmente y vuelan como
naves espaciales; enormes figuras holográficas y anuncios de neón en un
ambiente caótico y multicultural; planos cenitales de Las Vegas hundida en las
cenizas de la que poco queda además de sus gigantescas esculturas kitsch; o de
San Diego convertida en un gigantesco parque de chatarra habitado por
desheredados) para una película excesivamente larga, 163 minutos, y morosa que
adolece de una falta de ritmo (tampoco es que la original tuviera mucho) y ausencia
de empatía con el personaje que interpreta el hierático Ryan Gosling.
Denis Villeneuve no supera la espectacularidad de las peleas de la
película matriz con la acrobática Daryl
Hannah dando volteretas en el aire y estrangulando con las piernas (aunque
la primera pelea entre el blade runner
y el replicante agricultor que cultiva proteínas, gusanos, (el luchador y actor
Dave Bautista) remita a la pelea
final que ya es un clásico entre Harrison
Ford y Rutger Hauer, pared destrozada
incluida, y en el duelo final el protagonista se enfrente a brazo partido con
una mujer de armas tomar, Luv, experta en toda clase artes marciales que
contradice el falso axioma de sexo débil). En el apartado de luchas destacaría
la que enfrenta a Harrison Ford y Ryan Gosling en el escenario holográfico
de Las Vegas con Elvis Presley cantando sea uno de los momentos cumbres del
film. Quizá lo más interesante para este espectador es como resuelve K su
enamoramiento de esa chica virtual que es un holograma programado llamado Joi (Ana de Armas), comprado precisamente a
la empresa de Wallace para que le haga compañía, que se humaniza como si fuera
una replicante fuera de control, y que se sirve de una mujer de carne y hueso (Mackenzie Davis) interpuesta (aquí
habría que hablar visualmente sobrepuesta) para que el enamorado policía pueda
hacer el amor físicamente con ella, uno de los momentos cumbres y poéticos del
filme. En el debe, un villano bastante patético, hasta en la
caracterización de Jared Letto, y esa trampa del guion (el trabajo de Hampton Fancher en el libreto confuso, otro
de los grandes errores del film) a costa del caballo de madera y que se
resuelve de forma un tanto chapucera con el reencuentro final entre Rick
Deckard y la implantadora de memoria Stelline (Carla Juni).
Teme uno, y espero equivocarme,
que esa máquina de emascular todo talento, que es el cine de Hollywood, acabe cercenando
el del canadiense Denis Villeneuve, uno de los mejores directores del momento.
Esperemos que, como otros caídos en esa
ciénaga (Andrei Konchalovsky, por ejemplo) sepa liberarse de la tiranía del
dinero y regrese al buen cine después de este experimento fallido que es Blade Runner 2049.
El rastro del lobo no es propiamente ni una novela
histórica ni tampoco una novela negra en estado puro: es sobre todo una aguda
mirada sobre el tiempo que nos condiciona y nos limita, sobre nuestras
inseguridades y nuestros miedos, sobre nuestras más inconfesables ambiciones,
sobre la falta de escrúpulos, e incluso sobre el fracaso y la derrota, y es
también, al igual que sucedía en otra de sus más reconocidas novelas, El mal
absoluto, una aguda mirada a esa ideología asesina y despiadada que fue el
nazismo, algunas de cuyas ramificaciones todavía pueden encontrarse anidando en
diversas corrientes políticas contemporáneas, por mucho que traten de
esconderse bajo el paraguas de conceptos tan inconcretos y abstractos como la
nación, la religión o el pueblo.
(Carlos
Manzano en NARRATIVAS)
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