SOCIEDAD / GUAIDÓ VERSUS KHASHOGGI
GUAIDÓ VERSUS KHASHOGGI
Arabia
Saudí y Venezuela comparten en sus entrañas un bien muy preciado y codiciado:
petróleo. De hecho el país caribeño y el árabe detentan dos de las mayores
reservas de combustibles fósiles del mundo. Si para uno es una bendición, para
el otro es una maldición. Curiosamente los dos importan casi todos los bienes
de consumo y productos de primera necesidad que no producen. Arabia Saudita por
razones obvias: no hay más que desierto. Venezuela por una desastrosa planificación
económica completamente supeditada al petróleo. La bajada del precio del crudo
y las sanciones económicas en forma de congelación de bienes que Venezuela
tiene en el exterior, parecen apuntillar el régimen chavista, aunque Nicolás Maduro se resista a tirar la
toalla.
Venezuela
es un régimen autoritario, implantado por Hugo
Chávez y heredado por Nicolás Maduro,
al que muchos tildan de dictadura, y Arabia Saudita, una monarquía feudal y
medieval en las antípodas de lo que se considera un estado democrático y
avanzado que no reconoce derechos a sus súbditos. Con Venezuela hay una lupa
permanente; a Arabia Saudita se la mira con catalejo.
Quisiera
llamar la atención de cómo son tratados los opositores en un país y otro. En la
“dictadura” de Maduro, Juan Guaidó, el líder opositor, entra y sale
del país, circula libremente por él, hace llamamientos a la sublevación militar,
encabeza manifestaciones y se autoproclama presidente en la calle sin haber
sido elegido. En Arabia Saudita, en donde no saben lo que es una urna, los opositores
no tienen la misma suerte.
Siguen
saliendo detalles escalofriantes del secuestro y brutal asesinato del
periodista del New York Times Jamal Khashoggi
en la embajada de Arabia Saudita en Ankara; asesinado y descuartizado por una
banda de sicarios a las órdenes del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, sus restos fueron incinerados en una casa
próxima con excepción de la cabeza del infortunado periodista disidente. Traedme la cabeza de ese perro, dijo el
que se considera a sí mismo modernizador (gracias a él las mujeres ya pueden
conducir) de esa satrapía inmunda. Cabe imaginar que la cabeza embarcó en algún
avión bajo valija diplomática y Mohamed
bin Salmán estará en su jaima escupiendo a los ojos de su decapitado
enemigo.
Tras
las tibias protestas internacionales, y eso porque Turquía aireó el espantoso
asesinato, no recuerdo que ningún país haya retirado sus embajadores, roto
relaciones de cualquier tipo con el reino medieval (del que salieron, por
cierto, casi todos los terroristas que atentaron contra las Torres Gemelas), se
hayan congelado sus numerosísimos bienes en el extranjero, se hayan
implementado sanciones económicas o se haya sometido al país a un férreo
bloqueo exigiéndole el esclarecimiento, hasta las últimas consecuencias, de ese
asesinato y el respeto de los derechos humanos que son conculcados a diario en
la repulsiva satrapía.
Alguien
me podrá decir: En Arabia Saudita no hay protestas. Claro, por supuesto, en las
dictaduras nadie protesta. La suerte de Jamal
Khashoggi puede hacerse extensiva a cualquier ciudadano del reino del
desierto que encabeza un siniestro récord de amputaciones de miembros,
decapitaciones y lapidaciones. Juan
Guaidó conserva la cabeza sobre sus hombros y ese es un detalle importante
que se olvida. Ah, y otro olvido, que es que los occidentales somos muy
desmemoriados: Arabia Saudita bombardea a diario Yemen. Lo dicho: lupa y
catalejo.
"El bosque sin límites", la novela sobre los años de plomo en Euskal Herría.
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