CINE / LA HIJA, DE MANUEL MARTÍN CUENCA
Variante negra de
vientres de alquiler ambientada en la serranía de Jaén, en la espectacular
Sierra de Cazorla, y el paisaje como elemento indispensable de esta historia
dramática que transcurre en espacios abiertos y en una casa aislada a la que se
accede por una pista forestal y crece en intensidad según avanza la película.
El film de Manuel Martín Cuenca,
minimalista también en personajes, apenas seis, tiene en cuenta todos esos
elementos y los potencia al máximo, convirtiéndose en un film de atmósferas.
Irene (Irene Virgüez), una muchacha de 15 años
se escapa de un correccional, embarazada. Javier (Javier Gutiérrez), educador del centro con el que mantiene casi una
relación paterno filial—constantes
besos en la frente—, la refugia en su apartada casa a cambio de
quedarse con la criatura que espera. Él y su mujer Adela (Patricia López Arnaiz) hace años que desean tener un hijo que no
llega. Pero las cosas se tuercen cuando interviene el novio de la chica, Osmán (Sofian El Benaisatti), que sale de prisión y a toda costa desea
verla, y cuando ella empieza a arrepentirse de la decisión que ha tomado.
La hija es la demostración de que con pocos elementos y
personajes se puede hacer una buena película. Manuel Martín Cuenca (El Ejido, 1964) mantiene la tensión durante
todo este film claustrofóbico rodado en espacios abiertos pero de difícil
acceso. El paisaje, inquietante, y la nevada final son elementos a tener muy en
cuenta. Las relaciones entre esos tres personajes aislados en esa apartada casa
de la serranía jienense, retratada a vista de dron, al borde de un barranco y
guardada por dos perros feroces (que tienen su protagonismo al final de la
cinta), pasan de lo idílico a lo conflictivo a medida que se acerca la fecha
del parto de esa joven marginal a la que la pareja formada por Javier y Adela
acogen como si fuera una hija y más tarde la convierten en prisionera. La
tensión entre las dos mujeres, que se detestan a primera vista, se masca y
crece. Irene le llega a decir en privado a Javier que Adela está loca y por un
momento el espectador puede pensar en la triangulación del conflicto, que Irene
intente seducir a Javier, pero la historia no va por ahí, el sexo ni está ni se
le espera.
Hay momentos de
alta tensión narrados en tiempo real—
Miguel (Juan Carlos Villanueva), el
policía amigo de Javier y enfermo de cáncer, husmea en la casa porque sospecha
que allí se encuentra encerrada la joven Irene —y, sobre todo, en ese final catártico y explosivo,
filmado con toda crudeza, que nos hace olvidar algunos fallos del guion firmado
por el propio director y Alejandro
Hernández (la absurda decisión de Javier y Adela de traerse a Osmán, por
ejemplo, cuando bien podían evitarlo, es un error de bulto que pesa en la
historia).
El realizador de Caníbal y La flaqueza del bolchevique arrastra al espectador por este
thriller que, pese a sus irregularidades y a sus gélidas interpretaciones,
quizá buscadas, le deja buen sabor de boca en sus poco más de dos horas que
pasan volando.
De impostores e imposturas.
Una novela negra kafkiana sobre la identidad
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