CINE / CINCO LOBITOS, DE ALAUDA RUIZ DE AZÚA
Puede que al espectador le cueste entrar en la historia, quizá por demasiado minimalista, porque en los quince primeros minutos no ocurre nada digno de resaltar, todo se mueve dentro de la cotidianidad. En cine, y en literatura, esperamos narraciones grandiosas y trascendentes que nos zarandeen, y la virtud de este primer largometraje de la realizadora vasca Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978), premiado con el Biznaga de Plata al mejor guion en el festival de Málaga, es precisamente lo contrario, porque al principio del film no sucede casi nada, o nada más que el nacimiento del hijo de Amaia (Laia Costa) y una maternidad no asumida porque la muchacha no se ve en el papel de madre, y todo lo que conlleva ese nuevo rol, para el que no está preparada, hasta dar de mamar a la criatura, se le hace cuesta arriba, y reprocha a su pareja Javi (Mikel Bustamente) haber tomado esa decisión que cambia drásticamente sus vidas (él se aleja, porque le sale un trabajo lejos del País Vasco, y ella deja el suyo para criar al bebé).
Pero la película no va de la depresión post
parto de la protagonista, que también, sino de la relación de una madre, Begoña
(excepcional Susi Sánchez), aparentemente distante y seca, con su joven hija y
reciente madre, y como ésta madura y crece a medida que los problemas de salud
de su progenitora se acrecientan y el drama entra en ese pequeño grupo familiar
que se bunqueriza en la casa paterna de San Sebastián, cerca del mar, haciendo
piña.
Alauda Ruiz de Azúa retrata ese grupo de
familia con una enorme sutileza y elegancia, trata con cariño a esos cinco
lobitos (la canción con la que la madre acunaba a su hija, la misma con la que
esta acuna a su bebé para que duerma) que, en realidad, no son tan felices como
aparentan y tienen conflictos enquistados, como ese idilio de la madre Begoña
con Iñaki (José Ramón Soroiz) que el padre, Koldo (un, como siempre, excelente
Ramón Barea), no ha superado, o la tensa relación que mantiene ese matrimonio
de muchos años que se sigue queriendo a
pesar de las heridas no cicatrizadas.
Película esta Cinco lobitos en la que la vida (ese bebé que toma el relevo
generacional de los que se van y crece) está tan presente como la muerte, una
muerte que se produce sin esos efectismos a los que tan dado es el cine
norteamericano, buscando la lágrima fácil,
pero que no por ello deja al espectador tocado después de esos cien
minutos empatizando con los cinco lobitos que protagonizan este film ejemplar
en su minimalismo formal como complejo en su universo emocional.
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