EL APUNTE TRIPLE
GURTEL
Y LAS DOS ESPAÑAS
José Luis Muñoz
Hace uno meses el juez Garzón, al que los que le aplaudían ayer vituperan hoy, tildándole de socialista ─ que se lo digan a Felipe González, Barrionuevo y Vera ─, tira del hilo de uno de los mayores escándalos de la vida política española. La trama se llama Gürtel porque el cabecilla de la misma parece ser un tal Francisco Correa, amigo de gente muy importante dentro del PP, entre ellos, José María Aznar y su yerno Agbag, financiero de pro─ El País repite, hasta la saciedad, su foto como invitado del bodorrio, desfilando con chaqué por la alfombra roja de El Escorial, con muy claras intenciones para situar al personaje en su entorno preciso ─, y en ese entramado de corrupción aparecen implicados una serie de dirigentes, sobre todo en el ámbito municipal ─ que es el territorio en donde está el dinero del ladrillo ─, pero también autonómico, del Partido Popular, que clama al cielo y se siente víctima de una cacería.
La trama delictiva, en sí, es tan burda como parecen serlo sus principales actores, está diseñada por gente que se cree impune por su cercanía al poder, puede hacer lo que le da la gana y no toma ninguna medida de seguridad. Hay documentos, grabaciones telefónicas, movimientos de dinero que son muy significativos e ilustran de qué forma determinada gente deshonra el papel de político y confunde administrar lo público con quedárselo. Hay un número que juega en todo ese caso, la tarifa del 3% ─ sí, el mismo porcentaje que denunció un día Pasqual Maragall y armó tanto revuelo en el Parlament de Catalunya sin que se llegara al fondo de la cuestión ─, que es la comisión que Correa y su banda se embolsa de las licitaciones de obras que consiguen los empresarios gracias a sus enlaces y gestiones con políticos del partido de la oposición. Parte del dinero va a su bolsillo, y otra vuelve directamente a las arcas del partido que le está haciendo el favor, lo que le sirve de financiación ilegal. Para más recochineo, esos fondos se evaden a algún paraíso fiscal y se hurtan a Hacienda. Con tan suculentas ganancias Correa y su banda no duda en hacer regalitos al señor Camps, sabedor de la debilidad por los trajes a medida del muy elegante president de la Generalitat valenciana, y bolsos de marca a la vocinglera alcaldesa de Valencia Rita Barberá, que tiene fijación por las anchoas del norte. Hay regalos de mercedes, todoterrenos, putas, viajes, etc. para que nada falte en este escenario casposo que cada vez se parece más a un guión de Torrente. De momento aparecen cien implicados en la trama, entre empresarios y políticos, que se han beneficiado de Francisco Correa, el conseguidor.
Nada se hubiera sabido del caso de no ser por una delación. En el mundo de la corrupción política, como en las películas de la mafia, siempre hay alguien que se va de la lengua y facilita la investigación de la policía. Dos políticos municipales de tercera fila del PP son apartados de sus cargos y expedientados. ¿Por qué nosotros, se preguntan, que hemos recibido miseria, nos vamos a la calle y los demás se quedan chupando del bote? se preguntan, con razón. Y de ese agravio comparativo nace la madre del cordero del caso Gürtel. Como en este mundillo nadie es inocente y todos desconfían, menos el inocente Correa, los políticos represaliados del PP tienen unas grabaciones muy suculentas en las que el cabecilla de la trama se explaya ofreciendo multitud de detalles de sus trapicheos, entre otros proporcionar tías guarrilongas (sic) a los invitados a devorar el pastel de la corrupción política, detallar regalos y decir, con chulería, que acaba de entregar millones de euros a las arcas del PP. Muy poco se fiaban los peones de la trama de sus jefes cuando grabaron esas conversaciones por lo que pudiera pasar, e hicieron bien. Debían de haber visto el buen cine de Scorsese para saber que en este mundo estamos rodeados de caínes y hay que defenderse con lo que sea, llevando micrófonos bajo la chaqueta, por si llueven chuzos de punta.
De un partido político, al que se le supone una cierta seriedad y responsabilidad ante los electores, ante ese aluvión de presuntos delitos cometidos por unos cuantos de sus militantes, y la fundada sospecha de que su tesorero y senador Luis Bárcenas haya recibido dinero de la trama corrupta, se espera que abra una investigación interna para dilucidar responsabilidades, además de las judiciales que puedan derivarse. Nada de eso hace y carga contra los jueces, los policías, el ministerio del interior, Zapatero, la prensa que filtra secretos del sumario, y sumsum corda, olvidándose de los presuntos delincuentes que hay en sus filas, que es lo grave del asunto. Por mucho que el avestruz esconda la cabeza, el león sigue en su sitio y terminará devorándolo.
A todo esto Mariano Rajoy está ausente, aunque, imagino, insomne ─ y eso que su conciencia está tranquila porque fue él quien se desembarazó de Correa, apestada herencia de su padrino Aznar, en cuanto tuvo las riendas del partido, por lo que el jefe de la banda trasladó sus reales a Valencia, a pringar a su amigo Camps ─, no toma decisiones, no habla, se limita a aceptar, in extremis, la dimisión de Bárcenas que, ante el juez, dice que él no es L. Bárcenas, ni L.B., ni Luis el Cabrón ─ ése es otro, un empresario de la construcción, y el otro le dice que no, que es él, que no le cuelgue su sambenito de cabronazo y se querella ─, explica que ha cuadriplicado su patrimonio porque tiene muy buen ojo inversor, y dice que está muy tranquilo con gran nerviosismo, mientras otro de los presuntos imputados, José Merino, se limita a decir que él no es José Merino, rocambolesca negación de sí mismo dentro de este sainete berlanguiano.
Hay gente dentro del Partido Popular que tiene que estar muy inquieta en esos momentos, y son los que callan, los que nada han dicho sobre la trama, han mirado hacia otro lado, y me refiero al círculo del anterior presidente del PP y del gobierno, José María Aznar, que parece huido a pesar de que el cerco se estrecha y su nombre aparece una y otra vez relacionado con el círculo de los corruptos. La caja B de las sociedades de la red, profusamente nutrida de dinero negro procedente supuestamente de comisiones ilegales y de turbios negocios especulativos en Administraciones controladas por ese partido, refleja una entrega de 90.000 euros a Antonio Cámara Eguinoa, secretario personal durante ocho años del ex presidente del Gobierno. Falta saber el destinatario final de ese montante y en qué se empleó.
Nadie sabe si Francisco Correa, que lo está pasando muy mal entre rejas por algo que él no considera delictivo ─ debe pensar que es un benefactor de la economía del país porque gracias a él muchos se han hecho ricos y ha movido paletadas de dinero ─ , o Luis Bárcenas, que se ha llevado un montón de cajas de la sede del partido a su domicilio ─ muchos matarían por saber lo que hay en ellas, qué tenebrosos papeles esconden ─, una actuación que, dicho sea de paso, sería motivo suficiente para expedientarlo y expulsarlo del partido, van a cantar lo que saben cuando se vean perdidos o si mantendrán ese pacto de silencio que caracteriza a los buenos mafiosos de las películas de Scorsese, porque serán recompensados con creces cuando salgan del trullo. El PP ha seguido disparando contra jueces, policías, socialistas, sastres ─ hay que ver lo que dijeron del muy honrado sastre, que hasta fue despedido y luego readmitido ─ , y periodistas, en vez de limpiar los excrementos de su patio.
Pero no debe preocuparse el partido de la oposición por el caso Gürtel a nivel político, sí a nivel judicial los que sean pescados dentro de la trama, porque sus votantes les van a seguir siendo fieles y a las encuestas me remito, y a las elecciones al parlamento europeo también. Todo parece indicar que los votantes de derecha de este país dan por descontado la corrupción y el cohecho, comulgan con la frase zaplanista ─ ése sí que es un profesional de tomo y lomo ─ de yo me meto en política para forrarme, y les siguen votando sin hacerse ningún tipo de cuestionamiento ético por todo lo que está lloviendo. En eso aventajan al moralista votante de izquierda que, cuando comprueba que un partido ─ el PSOE de Felipe González en su última y catastrófica andadura, por ejemplo ─ cae en la corrupción política o arma a una pandilla de asesinos para llegar adonde no puede con la policía, los castiga con el voto en contra o la abstención.
Bárcenas y Merino han dimitido de sus cargos dentro del PP mientras el juez eleva el suplicatorio a las Cortes para imputarlos oficialmente en el caso. Habrá que esperar para saber si esos dos personajes van a ser la cabeza de turco del partido o bien la punta del iceberg del que vayan saliendo un reguero de nombres. La crisis abierta perjudica a Rajoy, por su inacción, cuestiona su liderazgo dentro del partido, pero extiende la sospecha sobre la vieja guardia del PP vinculada a Aznar, en donde Correa empezó a fraguar todos sus negocios. ¿Quién queda? Gallardón. Pero el alcalde de Madrid es demasiado izquierdista para el votante del PP; Esperanza Aguirre, tocada por el asunto del espionaje, no tiene baza nacional aunque sea la reina indiscutible de Madrid, y un regreso del caudillo Aznar sólo serviría para que todo el mundo cerrara filas en torno a Zapatero.
Comentaba, con cierta desolación, Javier Marías en su habitual y brillante artículo en el País Semanal, que Madrid y Valencia, en donde el PP tiene sus casos de corrupción abiertos, son las comunidades en donde más votos ha cosechado el partido de la oposición en las pasadas elecciones europeas. La fidelidad del electorado de derecha está por encima de todo. No olvidemos que si el PP perdió las elecciones tras el 11M no fue por un descenso de sus votantes, que se mantuvieron e hicieron piña alrededor de ellos pese a la gestión catastrófica y torticera del mayor atentado que sufrió España, sino porque los abstencionistas, cabreados, llenaron las urnas con las papeletas del PSOE. Y así ha sido siempre: la derecha motivada, y la izquierda, desmotivada, a no ser que vea cercano el Apocalipsis.
Cuando la guardia civil se lleva esposado al alcalde de un pueblo por sus irregularidades financieras no faltan muchedumbres que, lejos de afearle su conducta, lo jalean como si de un héroe se tratara, seguramente porque ellos, en su lugar, harían lo mismo. Esa, por desgracia, es la imagen del político que se tiene en este país.
UNA PATRONAL CÍNICA
José Luis Muñoz
Hace uno meses el juez Garzón, al que los que le aplaudían ayer vituperan hoy, tildándole de socialista ─ que se lo digan a Felipe González, Barrionuevo y Vera ─, tira del hilo de uno de los mayores escándalos de la vida política española. La trama se llama Gürtel porque el cabecilla de la misma parece ser un tal Francisco Correa, amigo de gente muy importante dentro del PP, entre ellos, José María Aznar y su yerno Agbag, financiero de pro─ El País repite, hasta la saciedad, su foto como invitado del bodorrio, desfilando con chaqué por la alfombra roja de El Escorial, con muy claras intenciones para situar al personaje en su entorno preciso ─, y en ese entramado de corrupción aparecen implicados una serie de dirigentes, sobre todo en el ámbito municipal ─ que es el territorio en donde está el dinero del ladrillo ─, pero también autonómico, del Partido Popular, que clama al cielo y se siente víctima de una cacería.
La trama delictiva, en sí, es tan burda como parecen serlo sus principales actores, está diseñada por gente que se cree impune por su cercanía al poder, puede hacer lo que le da la gana y no toma ninguna medida de seguridad. Hay documentos, grabaciones telefónicas, movimientos de dinero que son muy significativos e ilustran de qué forma determinada gente deshonra el papel de político y confunde administrar lo público con quedárselo. Hay un número que juega en todo ese caso, la tarifa del 3% ─ sí, el mismo porcentaje que denunció un día Pasqual Maragall y armó tanto revuelo en el Parlament de Catalunya sin que se llegara al fondo de la cuestión ─, que es la comisión que Correa y su banda se embolsa de las licitaciones de obras que consiguen los empresarios gracias a sus enlaces y gestiones con políticos del partido de la oposición. Parte del dinero va a su bolsillo, y otra vuelve directamente a las arcas del partido que le está haciendo el favor, lo que le sirve de financiación ilegal. Para más recochineo, esos fondos se evaden a algún paraíso fiscal y se hurtan a Hacienda. Con tan suculentas ganancias Correa y su banda no duda en hacer regalitos al señor Camps, sabedor de la debilidad por los trajes a medida del muy elegante president de la Generalitat valenciana, y bolsos de marca a la vocinglera alcaldesa de Valencia Rita Barberá, que tiene fijación por las anchoas del norte. Hay regalos de mercedes, todoterrenos, putas, viajes, etc. para que nada falte en este escenario casposo que cada vez se parece más a un guión de Torrente. De momento aparecen cien implicados en la trama, entre empresarios y políticos, que se han beneficiado de Francisco Correa, el conseguidor.
Nada se hubiera sabido del caso de no ser por una delación. En el mundo de la corrupción política, como en las películas de la mafia, siempre hay alguien que se va de la lengua y facilita la investigación de la policía. Dos políticos municipales de tercera fila del PP son apartados de sus cargos y expedientados. ¿Por qué nosotros, se preguntan, que hemos recibido miseria, nos vamos a la calle y los demás se quedan chupando del bote? se preguntan, con razón. Y de ese agravio comparativo nace la madre del cordero del caso Gürtel. Como en este mundillo nadie es inocente y todos desconfían, menos el inocente Correa, los políticos represaliados del PP tienen unas grabaciones muy suculentas en las que el cabecilla de la trama se explaya ofreciendo multitud de detalles de sus trapicheos, entre otros proporcionar tías guarrilongas (sic) a los invitados a devorar el pastel de la corrupción política, detallar regalos y decir, con chulería, que acaba de entregar millones de euros a las arcas del PP. Muy poco se fiaban los peones de la trama de sus jefes cuando grabaron esas conversaciones por lo que pudiera pasar, e hicieron bien. Debían de haber visto el buen cine de Scorsese para saber que en este mundo estamos rodeados de caínes y hay que defenderse con lo que sea, llevando micrófonos bajo la chaqueta, por si llueven chuzos de punta.
De un partido político, al que se le supone una cierta seriedad y responsabilidad ante los electores, ante ese aluvión de presuntos delitos cometidos por unos cuantos de sus militantes, y la fundada sospecha de que su tesorero y senador Luis Bárcenas haya recibido dinero de la trama corrupta, se espera que abra una investigación interna para dilucidar responsabilidades, además de las judiciales que puedan derivarse. Nada de eso hace y carga contra los jueces, los policías, el ministerio del interior, Zapatero, la prensa que filtra secretos del sumario, y sumsum corda, olvidándose de los presuntos delincuentes que hay en sus filas, que es lo grave del asunto. Por mucho que el avestruz esconda la cabeza, el león sigue en su sitio y terminará devorándolo.
A todo esto Mariano Rajoy está ausente, aunque, imagino, insomne ─ y eso que su conciencia está tranquila porque fue él quien se desembarazó de Correa, apestada herencia de su padrino Aznar, en cuanto tuvo las riendas del partido, por lo que el jefe de la banda trasladó sus reales a Valencia, a pringar a su amigo Camps ─, no toma decisiones, no habla, se limita a aceptar, in extremis, la dimisión de Bárcenas que, ante el juez, dice que él no es L. Bárcenas, ni L.B., ni Luis el Cabrón ─ ése es otro, un empresario de la construcción, y el otro le dice que no, que es él, que no le cuelgue su sambenito de cabronazo y se querella ─, explica que ha cuadriplicado su patrimonio porque tiene muy buen ojo inversor, y dice que está muy tranquilo con gran nerviosismo, mientras otro de los presuntos imputados, José Merino, se limita a decir que él no es José Merino, rocambolesca negación de sí mismo dentro de este sainete berlanguiano.
Hay gente dentro del Partido Popular que tiene que estar muy inquieta en esos momentos, y son los que callan, los que nada han dicho sobre la trama, han mirado hacia otro lado, y me refiero al círculo del anterior presidente del PP y del gobierno, José María Aznar, que parece huido a pesar de que el cerco se estrecha y su nombre aparece una y otra vez relacionado con el círculo de los corruptos. La caja B de las sociedades de la red, profusamente nutrida de dinero negro procedente supuestamente de comisiones ilegales y de turbios negocios especulativos en Administraciones controladas por ese partido, refleja una entrega de 90.000 euros a Antonio Cámara Eguinoa, secretario personal durante ocho años del ex presidente del Gobierno. Falta saber el destinatario final de ese montante y en qué se empleó.
Nadie sabe si Francisco Correa, que lo está pasando muy mal entre rejas por algo que él no considera delictivo ─ debe pensar que es un benefactor de la economía del país porque gracias a él muchos se han hecho ricos y ha movido paletadas de dinero ─ , o Luis Bárcenas, que se ha llevado un montón de cajas de la sede del partido a su domicilio ─ muchos matarían por saber lo que hay en ellas, qué tenebrosos papeles esconden ─, una actuación que, dicho sea de paso, sería motivo suficiente para expedientarlo y expulsarlo del partido, van a cantar lo que saben cuando se vean perdidos o si mantendrán ese pacto de silencio que caracteriza a los buenos mafiosos de las películas de Scorsese, porque serán recompensados con creces cuando salgan del trullo. El PP ha seguido disparando contra jueces, policías, socialistas, sastres ─ hay que ver lo que dijeron del muy honrado sastre, que hasta fue despedido y luego readmitido ─ , y periodistas, en vez de limpiar los excrementos de su patio.
Pero no debe preocuparse el partido de la oposición por el caso Gürtel a nivel político, sí a nivel judicial los que sean pescados dentro de la trama, porque sus votantes les van a seguir siendo fieles y a las encuestas me remito, y a las elecciones al parlamento europeo también. Todo parece indicar que los votantes de derecha de este país dan por descontado la corrupción y el cohecho, comulgan con la frase zaplanista ─ ése sí que es un profesional de tomo y lomo ─ de yo me meto en política para forrarme, y les siguen votando sin hacerse ningún tipo de cuestionamiento ético por todo lo que está lloviendo. En eso aventajan al moralista votante de izquierda que, cuando comprueba que un partido ─ el PSOE de Felipe González en su última y catastrófica andadura, por ejemplo ─ cae en la corrupción política o arma a una pandilla de asesinos para llegar adonde no puede con la policía, los castiga con el voto en contra o la abstención.
Bárcenas y Merino han dimitido de sus cargos dentro del PP mientras el juez eleva el suplicatorio a las Cortes para imputarlos oficialmente en el caso. Habrá que esperar para saber si esos dos personajes van a ser la cabeza de turco del partido o bien la punta del iceberg del que vayan saliendo un reguero de nombres. La crisis abierta perjudica a Rajoy, por su inacción, cuestiona su liderazgo dentro del partido, pero extiende la sospecha sobre la vieja guardia del PP vinculada a Aznar, en donde Correa empezó a fraguar todos sus negocios. ¿Quién queda? Gallardón. Pero el alcalde de Madrid es demasiado izquierdista para el votante del PP; Esperanza Aguirre, tocada por el asunto del espionaje, no tiene baza nacional aunque sea la reina indiscutible de Madrid, y un regreso del caudillo Aznar sólo serviría para que todo el mundo cerrara filas en torno a Zapatero.
Comentaba, con cierta desolación, Javier Marías en su habitual y brillante artículo en el País Semanal, que Madrid y Valencia, en donde el PP tiene sus casos de corrupción abiertos, son las comunidades en donde más votos ha cosechado el partido de la oposición en las pasadas elecciones europeas. La fidelidad del electorado de derecha está por encima de todo. No olvidemos que si el PP perdió las elecciones tras el 11M no fue por un descenso de sus votantes, que se mantuvieron e hicieron piña alrededor de ellos pese a la gestión catastrófica y torticera del mayor atentado que sufrió España, sino porque los abstencionistas, cabreados, llenaron las urnas con las papeletas del PSOE. Y así ha sido siempre: la derecha motivada, y la izquierda, desmotivada, a no ser que vea cercano el Apocalipsis.
Cuando la guardia civil se lleva esposado al alcalde de un pueblo por sus irregularidades financieras no faltan muchedumbres que, lejos de afearle su conducta, lo jalean como si de un héroe se tratara, seguramente porque ellos, en su lugar, harían lo mismo. Esa, por desgracia, es la imagen del político que se tiene en este país.
UNA PATRONAL CÍNICA
José Luis Muñoz
Zapatero se indigna con la patronal, y no le falta la razón aunque Esperanza Aguirre lo tilde de piquetero retrogrado. Todos se levantan de la mesa sin llegar a un acuerdo social en unos momentos tan delicados para el país en el que el paro avanza sin freno, pendiente abajo, y nadie ve salida al túnel. La CEOE aboga por sus recetas mágicas para combatir la crisis, que pasan siempre por lo mismo: atornillar a los trabajadores con la flexibilidad y el abaratamiento del despido, más todavía, bajar las cotizaciones a la Seguridad Social, etc., lo que siempre han pedido con una falta de originalidad absoluta. Alguna vez me gustaría oírles decir que ellos también van a ser solidarios con la crisis que han desatado, o sus colegas norteamericanos ─ Maddoff palmó por robar a los ricos ─ y se van a reducir sus astronómicos sueldos, van a rechazar sus contratos blindados y van a reducir los beneficios de las empresas. Eso sería ciencia ficción.
ETA.
Zapatero se indigna con la patronal, y no le falta la razón aunque Esperanza Aguirre lo tilde de piquetero retrogrado. Todos se levantan de la mesa sin llegar a un acuerdo social en unos momentos tan delicados para el país en el que el paro avanza sin freno, pendiente abajo, y nadie ve salida al túnel. La CEOE aboga por sus recetas mágicas para combatir la crisis, que pasan siempre por lo mismo: atornillar a los trabajadores con la flexibilidad y el abaratamiento del despido, más todavía, bajar las cotizaciones a la Seguridad Social, etc., lo que siempre han pedido con una falta de originalidad absoluta. Alguna vez me gustaría oírles decir que ellos también van a ser solidarios con la crisis que han desatado, o sus colegas norteamericanos ─ Maddoff palmó por robar a los ricos ─ y se van a reducir sus astronómicos sueldos, van a rechazar sus contratos blindados y van a reducir los beneficios de las empresas. Eso sería ciencia ficción.
ETA.
MEDIO SIGLO DE DOLOR
José Luis Muñoz
El 31 de julio ETA cumplió cincuenta años, y lo celebró como suele hacerlo: matando. Dos cruces más en su macabra tarta de cumpleaños que soplarán en alguna de las cloacas en donde se esconden las serpientes después de morder e inocular su veneno. Dos vidas más segadas por esos insensatos e insensibles asesinos que hace décadas perdieron el norte y se encuentran solos y acorralados como un perro rabioso: seguirá mordiendo antes de morir.
De aquella organización nacionalista, los chicos rebeldes del PNV, incubada en los seminarios de Euskal Herria ─ nunca un cura ha sido víctima de ETA, por cierto ─, que luego derivó hacia el marxismo─leninismo y ahora, simplemente, tiene la ideología del matonismo y el fascismo, únicamente queda el nombre. La historia de ETA es la de una degeneración que se ha gestado asesinato tras asesinato, a lo largo de cincuenta años, contra un enemigo inexistente, inventado, y una represión que ellos son los que la ejercen sobre el resto de la sociedad como hacía antaño el franquismo que nunca conocieron los que mueven la serpiente ahora. Nunca Euskal Herria ha estado tan lejos de sus objetivos independentistas, si es que los tuvieron alguna vez: hoy hay un lehendakari no nacionalista y todo un pueblo que los aborrece después de demasiados años de pasividad, mirar para otro lado o no meterse en política, porque luego pasaba lo que pasaba.
Como muchos españoles, salí a la calle y me jugué el físico para defenderlos cuando el proceso de Burgos los condenaba a muerte; rabié cuando Txiki y Otegui fueron fusilados en el último coletazo del franquismo; vomité con las acciones del grupo antiterrorista GAL, los gángsters financiados por el ministerio del Interior del gobierno de Felipe González que los cazaban en sus guaridas; me sublevé contra las torturas del cuartel de Intxaurrondo porque ese terror no hacía otra cosa que alimentar el otro, y en democracia ese método repulsivo y criminal es inadmisible. Hasta que su enloquecida deriva me hizo salir a la calle, sí, pero para condenar sus monstruosidades criminales barnizadas como lucha armada. ¿Contra qué ejército? ¿Contra qué represión sino la que, lógicamente, empleaba el estado de derecho para retirar de la calle a los delincuentes?
Hoy, quienes quieren defender democráticamente las ideas independentistas en Euzkadi tienen su partido de referencia: Aralar, que crece a costa de una Batasuna que se desinfla como un globo pinchado por su subordinación a la banda y la parálisis total y absoluta de Arnaldo Otegui al que alguien, con muy poca vista, llegó a llamar el Gerry Adams vasco. Ni Gerry Adams es comparable a Otegui, político tan mediocre como poco valeroso que no se atreve a disentir públicamente de la banda, ni el IRA es ETA, ni Irlanda tiene nada que ver con Euskal Herría ni en los peores momentos de estado de excepción franquista. En Aralar milita el fundador de ETA, Julen Madariaga ─Los radicales no tienen cojones para despegarse de la tutela de ETA ─ y están los abertzales que se sienten asqueados por la violencia indiscriminada e inútil de generaciones cada vez más jóvenes y menos preparadas que, recién entrados en la organización de mano de la kale borroka, renuevan la cabeza de la serpiente, una y otra vez cercenada, y terminan en la cárcel, como Pérez Rubalcaba ha explicitado con una frase contundente: Hoy, entrar en ETA es comprar un billete a la cárcel. Ya no hay objetivo político, sino la perpetuación del terror, la muerte como razón de ser, ni siquiera como instrumento conducente a algo, ni hay solución para los presos que cumplen sus largas condenas y están hartos de sus jabatos matones que labran su ruina sin pensar en sus vidas entre rejas.
Los nuevos etarras, nacidos en la democracia y en el régimen de las libertades, tan costosamente conseguidas, caen por docenas, en Francia y España, pero siguen asesinando, de forma obstinada y compulsiva, porque su único alimento parece ser la sangre. Y en los pasquines de aeropuertos, estaciones de tren, televisión, vemos cada vez rostros más jóvenes, más inexpertos, chicos y chicas desnortados a los que alguien ha puesto una pistola en las manos y ha engañado diciendo que son soldados de una patria vasca que no existió nunca.
De una ETA de asesinatos selectivos, que asestó un golpe brutal al franquismo asesinando al almirante Carrero Blanco y dejó al dictador sin delfín, que combatía a unas fuerzas represivas tan feroces como ellos, que los mataban a palizas cuando los detenían o los tiroteaban sin miramientos, se pasó, en plena democracia, a la ETA funesta del tiro en la nuca, a la de bombazos a coches policiales y que diezmaba generales y sus escoltas con una voracidad escalofriante, propiciando con su insensatez homicida el 23F ─ Mientras más mal, mejor, pensaban con su lógica espantosa, llenando los cementerios de cadáveres y forzando el ruido de sables en los cuarteles ─ y luego a una ETA todavía peor, la actual, que cínicamente se dispuso a socializar el dolor ─todos en su diana: jueces, fiscales, políticos, profesores, periodistas, empresarios, sindicalistas, hombres, mujeres, niños ─ que dispara y atenta contra todos, que mata a locas y a ciegas, cuando puede.
Entre los hitos de la crueldad de los mafiosos, que se dicen gudaris pero no han conquistado ninguna posición con las armas en la mano, ni se han enfrentado a ningún ejército salvo en sus delirantes fantasías, y sí disparan valientemente siempre por la espalda y a desarmados, está el asesinato de la disidente Yoyes, que había calificado a sus antiguos camaradas como hidra sangrienta, ante su hijo pequeño ─ En guerra se fusila a los generales traidores, me dijo taxativamente un empresario vasco próximo a Batasuna cuando le expresé mi horror en un Bilbao de pesadilla que recreé, luego, en la novela EL FINAL FELIZ ─; el de Pertur a manos de lo suyos, que lo hicieron desaparecer; la masacre de Hipercor con sus veintiún muertos; la voladura del cuartel de Vic con niños dentro; el cobarde asesinato de Gregorio Ordóñez; la atroz ejecución del concejal del PP Miguel Ángel Blanco desoyendo el mayor clamor popular de la historia de este país; el asesinato de Tomás y Valiente en su despacho de la universidad; la agonía de Ortega Lara en aquel inmundo zulo; la muerte de Ernest Lluch, que se enfrentaba a ellos, valiente e inocentemente, y les decía, Insultad, insultad, que mientras lo hacéis no matáis, y lo mataron, claro; la estúpida voladura de la T4 con la que ellos mismos se ponían Goma 2 a un final negociado; y ahora la muerte de esos dos guardias civiles en Palma. Todo un río de sangre para nada, para causar simplemente dolor.
La distancia física y temporal, o los años de cárcel, puede que abran los ojos de los militantes que se han manchado las manos con la sangre de sus víctimas, como les está pasando a buena parte del colectivo de presos, pero las jóvenes hienas no escuchan porque en sus cerebros irracionales no hay más que odio. Y quizá, con frialdad, habría que analizar acerca de la perpetuación de ese odio que se transmite de generación en generación y sigue enganchando a nuevos militantes.
La represión franquista en Euskal Herria fue especialmente feroz y ese estado de cosas no mejoró sustancialmente en los terribles años de plomo del gobierno de Felipe González que optó por el peor de los métodos para atajar la sangría terrorista: el terrorismo de estado. Pero la democracia consolidada les ha dado un sinfín de oportunidades que, una a una, han ido rechazando, cerrando todas las puertas a la solución de un conflicto que sólo ellos alimentan.
La estadística de la banda siniestra, el cáncer que la democracia española aún no ha conseguido extirpar, es pavorosa y los números hablan por si solos. 858 asesinatos. 200 bajas propias. 758 presos. Y tanto dolor detrás de cada cifra, ¿para qué? Para nada.
¡Felicidades, gudaris de la vesania! Mato, luego existo, parece ser vuestro lema. Más parecéis hijos de Millán Astray que de otra cosa. Ah, pero seguro que ni siquiera sabéis quién era el siniestro personaje con el que tantas cosas compartís.
En mi novela LA CARAQUEÑA DEL MANÍ, un etarra veterano que vive camuflado en la Caracas chavista, desprecia a los descerebrados alevines de terroristas que gobiernan la banda y vienen a buscarlo, y se juzga a si mismo por todo el dolor que ha causado él con sus acciones terroristas que no han servido sino para atormentarlo en sus noches de insomnio. ETA como material de ficción y como execrable realidad, intentando comprender lo que pasa por la mente de un terrorista. Un intento de meterme en la cabeza de la serpiente y comprender lo que mueve a esos psicópatas, asesinos en serie que nunca sacan la pistola cuando van a ser detenidos, a actuar como lo hacen sin el más leve atisbo de piedad. Fue una difícil empatía.
José Luis Muñoz
El 31 de julio ETA cumplió cincuenta años, y lo celebró como suele hacerlo: matando. Dos cruces más en su macabra tarta de cumpleaños que soplarán en alguna de las cloacas en donde se esconden las serpientes después de morder e inocular su veneno. Dos vidas más segadas por esos insensatos e insensibles asesinos que hace décadas perdieron el norte y se encuentran solos y acorralados como un perro rabioso: seguirá mordiendo antes de morir.
De aquella organización nacionalista, los chicos rebeldes del PNV, incubada en los seminarios de Euskal Herria ─ nunca un cura ha sido víctima de ETA, por cierto ─, que luego derivó hacia el marxismo─leninismo y ahora, simplemente, tiene la ideología del matonismo y el fascismo, únicamente queda el nombre. La historia de ETA es la de una degeneración que se ha gestado asesinato tras asesinato, a lo largo de cincuenta años, contra un enemigo inexistente, inventado, y una represión que ellos son los que la ejercen sobre el resto de la sociedad como hacía antaño el franquismo que nunca conocieron los que mueven la serpiente ahora. Nunca Euskal Herria ha estado tan lejos de sus objetivos independentistas, si es que los tuvieron alguna vez: hoy hay un lehendakari no nacionalista y todo un pueblo que los aborrece después de demasiados años de pasividad, mirar para otro lado o no meterse en política, porque luego pasaba lo que pasaba.
Como muchos españoles, salí a la calle y me jugué el físico para defenderlos cuando el proceso de Burgos los condenaba a muerte; rabié cuando Txiki y Otegui fueron fusilados en el último coletazo del franquismo; vomité con las acciones del grupo antiterrorista GAL, los gángsters financiados por el ministerio del Interior del gobierno de Felipe González que los cazaban en sus guaridas; me sublevé contra las torturas del cuartel de Intxaurrondo porque ese terror no hacía otra cosa que alimentar el otro, y en democracia ese método repulsivo y criminal es inadmisible. Hasta que su enloquecida deriva me hizo salir a la calle, sí, pero para condenar sus monstruosidades criminales barnizadas como lucha armada. ¿Contra qué ejército? ¿Contra qué represión sino la que, lógicamente, empleaba el estado de derecho para retirar de la calle a los delincuentes?
Hoy, quienes quieren defender democráticamente las ideas independentistas en Euzkadi tienen su partido de referencia: Aralar, que crece a costa de una Batasuna que se desinfla como un globo pinchado por su subordinación a la banda y la parálisis total y absoluta de Arnaldo Otegui al que alguien, con muy poca vista, llegó a llamar el Gerry Adams vasco. Ni Gerry Adams es comparable a Otegui, político tan mediocre como poco valeroso que no se atreve a disentir públicamente de la banda, ni el IRA es ETA, ni Irlanda tiene nada que ver con Euskal Herría ni en los peores momentos de estado de excepción franquista. En Aralar milita el fundador de ETA, Julen Madariaga ─Los radicales no tienen cojones para despegarse de la tutela de ETA ─ y están los abertzales que se sienten asqueados por la violencia indiscriminada e inútil de generaciones cada vez más jóvenes y menos preparadas que, recién entrados en la organización de mano de la kale borroka, renuevan la cabeza de la serpiente, una y otra vez cercenada, y terminan en la cárcel, como Pérez Rubalcaba ha explicitado con una frase contundente: Hoy, entrar en ETA es comprar un billete a la cárcel. Ya no hay objetivo político, sino la perpetuación del terror, la muerte como razón de ser, ni siquiera como instrumento conducente a algo, ni hay solución para los presos que cumplen sus largas condenas y están hartos de sus jabatos matones que labran su ruina sin pensar en sus vidas entre rejas.
Los nuevos etarras, nacidos en la democracia y en el régimen de las libertades, tan costosamente conseguidas, caen por docenas, en Francia y España, pero siguen asesinando, de forma obstinada y compulsiva, porque su único alimento parece ser la sangre. Y en los pasquines de aeropuertos, estaciones de tren, televisión, vemos cada vez rostros más jóvenes, más inexpertos, chicos y chicas desnortados a los que alguien ha puesto una pistola en las manos y ha engañado diciendo que son soldados de una patria vasca que no existió nunca.
De una ETA de asesinatos selectivos, que asestó un golpe brutal al franquismo asesinando al almirante Carrero Blanco y dejó al dictador sin delfín, que combatía a unas fuerzas represivas tan feroces como ellos, que los mataban a palizas cuando los detenían o los tiroteaban sin miramientos, se pasó, en plena democracia, a la ETA funesta del tiro en la nuca, a la de bombazos a coches policiales y que diezmaba generales y sus escoltas con una voracidad escalofriante, propiciando con su insensatez homicida el 23F ─ Mientras más mal, mejor, pensaban con su lógica espantosa, llenando los cementerios de cadáveres y forzando el ruido de sables en los cuarteles ─ y luego a una ETA todavía peor, la actual, que cínicamente se dispuso a socializar el dolor ─todos en su diana: jueces, fiscales, políticos, profesores, periodistas, empresarios, sindicalistas, hombres, mujeres, niños ─ que dispara y atenta contra todos, que mata a locas y a ciegas, cuando puede.
Entre los hitos de la crueldad de los mafiosos, que se dicen gudaris pero no han conquistado ninguna posición con las armas en la mano, ni se han enfrentado a ningún ejército salvo en sus delirantes fantasías, y sí disparan valientemente siempre por la espalda y a desarmados, está el asesinato de la disidente Yoyes, que había calificado a sus antiguos camaradas como hidra sangrienta, ante su hijo pequeño ─ En guerra se fusila a los generales traidores, me dijo taxativamente un empresario vasco próximo a Batasuna cuando le expresé mi horror en un Bilbao de pesadilla que recreé, luego, en la novela EL FINAL FELIZ ─; el de Pertur a manos de lo suyos, que lo hicieron desaparecer; la masacre de Hipercor con sus veintiún muertos; la voladura del cuartel de Vic con niños dentro; el cobarde asesinato de Gregorio Ordóñez; la atroz ejecución del concejal del PP Miguel Ángel Blanco desoyendo el mayor clamor popular de la historia de este país; el asesinato de Tomás y Valiente en su despacho de la universidad; la agonía de Ortega Lara en aquel inmundo zulo; la muerte de Ernest Lluch, que se enfrentaba a ellos, valiente e inocentemente, y les decía, Insultad, insultad, que mientras lo hacéis no matáis, y lo mataron, claro; la estúpida voladura de la T4 con la que ellos mismos se ponían Goma 2 a un final negociado; y ahora la muerte de esos dos guardias civiles en Palma. Todo un río de sangre para nada, para causar simplemente dolor.
La distancia física y temporal, o los años de cárcel, puede que abran los ojos de los militantes que se han manchado las manos con la sangre de sus víctimas, como les está pasando a buena parte del colectivo de presos, pero las jóvenes hienas no escuchan porque en sus cerebros irracionales no hay más que odio. Y quizá, con frialdad, habría que analizar acerca de la perpetuación de ese odio que se transmite de generación en generación y sigue enganchando a nuevos militantes.
La represión franquista en Euskal Herria fue especialmente feroz y ese estado de cosas no mejoró sustancialmente en los terribles años de plomo del gobierno de Felipe González que optó por el peor de los métodos para atajar la sangría terrorista: el terrorismo de estado. Pero la democracia consolidada les ha dado un sinfín de oportunidades que, una a una, han ido rechazando, cerrando todas las puertas a la solución de un conflicto que sólo ellos alimentan.
La estadística de la banda siniestra, el cáncer que la democracia española aún no ha conseguido extirpar, es pavorosa y los números hablan por si solos. 858 asesinatos. 200 bajas propias. 758 presos. Y tanto dolor detrás de cada cifra, ¿para qué? Para nada.
¡Felicidades, gudaris de la vesania! Mato, luego existo, parece ser vuestro lema. Más parecéis hijos de Millán Astray que de otra cosa. Ah, pero seguro que ni siquiera sabéis quién era el siniestro personaje con el que tantas cosas compartís.
En mi novela LA CARAQUEÑA DEL MANÍ, un etarra veterano que vive camuflado en la Caracas chavista, desprecia a los descerebrados alevines de terroristas que gobiernan la banda y vienen a buscarlo, y se juzga a si mismo por todo el dolor que ha causado él con sus acciones terroristas que no han servido sino para atormentarlo en sus noches de insomnio. ETA como material de ficción y como execrable realidad, intentando comprender lo que pasa por la mente de un terrorista. Un intento de meterme en la cabeza de la serpiente y comprender lo que mueve a esos psicópatas, asesinos en serie que nunca sacan la pistola cuando van a ser detenidos, a actuar como lo hacen sin el más leve atisbo de piedad. Fue una difícil empatía.
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