EL LARGO ADIÓS
ÓSCAR PÉREZ
José Luis Muñoz
Los 33 años pueden ser, sin lugar a dudas, la mejor edad de la vida. El 33 me gusta tanto, o el recuerdo lejano de lo que fui a esa edad, que figura, si lo han observado, en mi dirección electrónica y no es casual. A los 33 uno está en una inmejorable plenitud física y, mentalmente, se despega de una juventud que en muchas ocasiones es un lastre. Toda una vida por delante y fuerzas más que suficientes para encararla. Pero para algunos es a esa edad cuando se despiden del mundo. 33 años tenía la última víctima que se ha cobrado la montaña, una mantis feroz que devora a sus amantes.
La de Óscar Pérez, el avezado montañero oscense que, cuando escribo estas líneas, debe de haber volado más alto y habrá dejado su cuerpo en los 6200 metros de una repisa del Latok II que será su nicho, era, parafraseando la novela de Gabriel García Márquez, la crónica de una muerte anunciada. Y un cúmulo de desdichas, más otro tanto de improvisaciones y pésima gestión del operativo de rescate, han hecho imposible lo que, de haberse efectuado con una celeridad máxima, habría sido un milagro: salvarle la vida.
El desenlace de esta tragedia de verano, relegada a las últimas páginas de los diarios, en la sección de deportes de los telediarios ─ ¿debe ser tratado en ese apartado la agonía de un montañero? ─ se hizo evidente desde un principio por su escaso, o nulo, eco mediático. Todos sabemos lo que mueve una primera plana de un diario nacional, o la primera imagen en los informativos televisivos. Nada de eso sucedió. Óscar, para su desgracia, se mantuvo en un discreto quinto plano tapado por el rifirrafe nacional PSOE/PP, y seguramente muchos se habrán enterado de su dramática odisea ahora, que ya no sirve para nada sino para el lamento.
Ni los medios de comunicación han hecho mucho para salvarle la vida, ni los políticos se han esforzado, salvo en descolgar un teléfono tardío, cuando ya, seguramente, y ojalá haya sido así visto el desenlace, Óscar Pérez descansaba para siempre en la montaña que tanto amó y acabo matándole.
En el caso del desafortunado escalador se ha conjugado la mala suerte con la ineficacia más absoluta, y, a la vista de los hechos, cabría preguntarse porqué no existe un protocolo de urgencia para estos casos, un mecanismo automático que funcione y acelere los rescates en la alta montaña.
Durante todos estos días me he estado haciendo siempre las mismas preguntas ¿Por qué el ejército paquistaní tardó tanto en ofrecer un helicóptero y, cuando lo hizo, se equivocó y plantó al equipo de rescate en un lugar muy distante haciendo perder un tiempo precioso? ¿Por qué los directivos del club Peña Guara no actuaron con la máxima celeridad e implicaron al gobierno de la nación desde un primer momento, sabiendo que las horas, y no digamos los letales once días transcurridos desde el accidente al intento frustrado de rescatarle, son vitales? ¿Por qué el gobierno de la nación no se tomó con más interés el caso de Óscar Pérez y sólo reaccionó in extremis, lo que parece evidenciar que ni siquiera leyó las páginas de deportes de los diarios, ósea, que no se enteró ni por la prensa?
El rescate del escalador, de haberse puesto en marcha con la celeridad requerida su operativo, hubiera sido complicado, arriesgado y, probablemente, no lo habría salvado, pero tenía una oportunidad entre mil que la ineficacia y la desidia con que se ha actuado relegó a cero absoluto. El trauma de sus compañeros que no consiguieron llegar hasta él, por agotamiento físico y por falta de aclimatación a la altura, debe de haber sido espantoso, y el dolor de su familia y allegados, pendientes de una falsa esperanza que se derrumbó con el empeoramiento del tiempo, mayúsculo.
Nadie sabe cuándo murió Óscar Pérez, cuántos días aguantó en la soledad de su repisa con el cuerpo roto y congelado, lo que pasó por su cabeza en todo ese tiempo que se le haría eterno, si escuchó el ruido de los rotores de los helicópteros que volaban para que resistiera.
Hoy, mirando la última instantánea de Óscar Pérez en ese Latok II que, los que no somos adictos a la escalada, desconocíamos y que es de una belleza desoladora, he visto claramente la muerte anunciada en su mirada, como se la vi el primer día en que empezó su dramática agonía vertical.
José Luis Muñoz
Los 33 años pueden ser, sin lugar a dudas, la mejor edad de la vida. El 33 me gusta tanto, o el recuerdo lejano de lo que fui a esa edad, que figura, si lo han observado, en mi dirección electrónica y no es casual. A los 33 uno está en una inmejorable plenitud física y, mentalmente, se despega de una juventud que en muchas ocasiones es un lastre. Toda una vida por delante y fuerzas más que suficientes para encararla. Pero para algunos es a esa edad cuando se despiden del mundo. 33 años tenía la última víctima que se ha cobrado la montaña, una mantis feroz que devora a sus amantes.
La de Óscar Pérez, el avezado montañero oscense que, cuando escribo estas líneas, debe de haber volado más alto y habrá dejado su cuerpo en los 6200 metros de una repisa del Latok II que será su nicho, era, parafraseando la novela de Gabriel García Márquez, la crónica de una muerte anunciada. Y un cúmulo de desdichas, más otro tanto de improvisaciones y pésima gestión del operativo de rescate, han hecho imposible lo que, de haberse efectuado con una celeridad máxima, habría sido un milagro: salvarle la vida.
El desenlace de esta tragedia de verano, relegada a las últimas páginas de los diarios, en la sección de deportes de los telediarios ─ ¿debe ser tratado en ese apartado la agonía de un montañero? ─ se hizo evidente desde un principio por su escaso, o nulo, eco mediático. Todos sabemos lo que mueve una primera plana de un diario nacional, o la primera imagen en los informativos televisivos. Nada de eso sucedió. Óscar, para su desgracia, se mantuvo en un discreto quinto plano tapado por el rifirrafe nacional PSOE/PP, y seguramente muchos se habrán enterado de su dramática odisea ahora, que ya no sirve para nada sino para el lamento.
Ni los medios de comunicación han hecho mucho para salvarle la vida, ni los políticos se han esforzado, salvo en descolgar un teléfono tardío, cuando ya, seguramente, y ojalá haya sido así visto el desenlace, Óscar Pérez descansaba para siempre en la montaña que tanto amó y acabo matándole.
En el caso del desafortunado escalador se ha conjugado la mala suerte con la ineficacia más absoluta, y, a la vista de los hechos, cabría preguntarse porqué no existe un protocolo de urgencia para estos casos, un mecanismo automático que funcione y acelere los rescates en la alta montaña.
Durante todos estos días me he estado haciendo siempre las mismas preguntas ¿Por qué el ejército paquistaní tardó tanto en ofrecer un helicóptero y, cuando lo hizo, se equivocó y plantó al equipo de rescate en un lugar muy distante haciendo perder un tiempo precioso? ¿Por qué los directivos del club Peña Guara no actuaron con la máxima celeridad e implicaron al gobierno de la nación desde un primer momento, sabiendo que las horas, y no digamos los letales once días transcurridos desde el accidente al intento frustrado de rescatarle, son vitales? ¿Por qué el gobierno de la nación no se tomó con más interés el caso de Óscar Pérez y sólo reaccionó in extremis, lo que parece evidenciar que ni siquiera leyó las páginas de deportes de los diarios, ósea, que no se enteró ni por la prensa?
El rescate del escalador, de haberse puesto en marcha con la celeridad requerida su operativo, hubiera sido complicado, arriesgado y, probablemente, no lo habría salvado, pero tenía una oportunidad entre mil que la ineficacia y la desidia con que se ha actuado relegó a cero absoluto. El trauma de sus compañeros que no consiguieron llegar hasta él, por agotamiento físico y por falta de aclimatación a la altura, debe de haber sido espantoso, y el dolor de su familia y allegados, pendientes de una falsa esperanza que se derrumbó con el empeoramiento del tiempo, mayúsculo.
Nadie sabe cuándo murió Óscar Pérez, cuántos días aguantó en la soledad de su repisa con el cuerpo roto y congelado, lo que pasó por su cabeza en todo ese tiempo que se le haría eterno, si escuchó el ruido de los rotores de los helicópteros que volaban para que resistiera.
Hoy, mirando la última instantánea de Óscar Pérez en ese Latok II que, los que no somos adictos a la escalada, desconocíamos y que es de una belleza desoladora, he visto claramente la muerte anunciada en su mirada, como se la vi el primer día en que empezó su dramática agonía vertical.
Comentarios
Aunque me gusta la escalada,nunca la he practicado,pero soy enamorada de la montaña desde que era niña y aún ahora sigo practicando montañismo cuando puedo.Me sensibiliza mucho todo lo relacionado con ella.
Ha sido escandoloso que hayan tardado tanto en reaccionar nuestros políticos mientras una vida joven permanecía allí,atrapada.
Por la montaña, como me ocurre con el mar, siento un enorme respeto. Ambos me gustan mucho, disfruto de ellos, pero procuro no arriesgar más de lo necesario. La escalada, por lo que sé, es una adicción peligrosisima que suele acabar, cuando no se abandona a tiempo, en el vacío.
Gracias por tu comentario
Con cariño,
Chapeaux por tu artículo!! es alucinante la agonía que ha tenido que vivir este estupendísimo montañero!! porque seguro que lo era !! que pena que ésta sociedad esté mucho mas pendiente de lo que hace el vecino que de lo realmente importante!!
Que fotografía la ultima que muestras de Oscar...la mirada lo d8ice todo!!
bs
Susana Alvarez
Lamento no haber comprado hoy El País, porque seguro que debe llevar mucha información sobre el caso, y procuraré leerlo por Internet. Yo lo he seguido desde el primer momento, a través de la prensa y los medios, y creo que hubo una falta de reflejos y una demora que, para estos casos, es letal. Claro que era muy complejo, por la distancia, por la aclimatación de los rescatadores, por tratarse de un país en guerra, por lo inaccesible de la repisa en donde quedó.
Hay miles de muertes anónimas cada día, en guerras y en conflictos, es cierto, y son personas que no querían arriesgar sus vidas, como sí la quiso arriesgar Oscar Pérez y los que, como él, practican la escalada y son conscientes del enorme riesgo que corren, pero la diferencia es que Óscar Pérez tuvo el privilegio de tener nombre y cara, y nosotros de soñar un imposible rescate.
Besos y muchas gracias por tu comentario
Saludos
Gracias por tu comentario
Por otro lado ocurren esas cosas tan dramáticas a cada instante, en cada segundo. Siempre está muriendo gente inocente, jóvenes y viejos...y no podemos evitarlo. La mayor parte de las veces no nos enteramos. Y así es la vida.
Por otro lado tenemos todo el derecho de decir lo que nos parece mal y/o lo que creemos que no se ha hecho bien o que a nosotros no nos ha parecido suficiente. Tenemos todo el derecho, sí señor...
Un abrazo, José Luis.
Inma
Un abrazo y espero que hayas tenido un verano estupendo