LOS LIBROS DE MIS AMIGOS
LA NOTA ROTA
Francisco Javier Irazoki
Hiperión, 2009
220 pgs.
****
¿Puede un libro de semblanzas de músicos convertirse en material literario e interesar a alguien más que a los melómanos? La pregunta se la hace el lector mientras lee esas breves notas que Irazoki pergeña, con maestría absoluta, y la respuesta, cuando lo termina, es sí, sin duda.
Reúne el escritor navarro, que no olvidemos que también es compositor, las notas acerca de 49 músicos, los que le gustan, los que, de alguna forma, le marcaron con su impronta, y ahí están desde los clásicos sobradamente conocidos como Ludwig Van Beethoven (En segundo de armonía, el profesor quiso saber si conocíamos la autoría de varios compases. Me parecieron los sonidos de una motosierra que bailaba sobre una hilera de adoquines) , Claudio Monteverdi, a otros no tanto como Giacomo Carissimi o Pérotin (En el país natal de Perotín, los empleados de las tiendas donde es posible adquirir música antigua me acercan las orejas atenazadas entre sus dedos pulgar e índice y piden que repita el nombre del compositor); flamencos como Paco de Lucía (El hombre Paco de Lucía guarda en el carácter, dice, el gozo de quienes escuchan su música) o Sabicas; jazzman como Miles Davis (Medio siglo después, siguen las páginas sobre una pasión difícil que, cuando se rompe, empuja a Miles Davis al precipicio de la jeringuilla y el polvo blanco), Duke Ellington, Charlie Parker (Pájaro transformado en elefante enfermo, para morir elige el mismo paraje escondido que Thelonius Monk: la vivienda y la complicidad silenciosa de su baronesa Nica de Koeningswater) o Charles Mingus; rockeros como Frank Zappa, Janis Joplin (Tengo quince años cuando ella abandona una fiesta de muchos alcoholes, sube a su habitación y se inyecta una dosis de heroína demasiado pura), Patti Smith o Jimmi Hendrix; cantautores como Leonard Cohen (Leonard Cohen, con el cigarrillo entre los labios, describe una comida y su maestro Sasaki figura en el primer verso del poema. La ventana de la habitación da a una arboleda. Con cada bocado, “los grandes pinos se hunden en mi pecho”, lee el cantante); músicos africanos como Salif Keita (Antes de este regalo de madurez, Salif Keita cierra un ciclo importante de su vida: vuelve a Mali, rinde homenaje a los albinos en el disco Folon y lucha a favor de unos derechos que a él le fueron negados), Rokia Traoré; sin olvidar a la vagabunda que toca la guitarra en la calle, junto al portal de su casa (Como los antiguos bluesmen, a veces su mano izquierda desliza el cuello de una botella sobre las cuerdas de la guitarra. Así consigue los sonidos trémulos).
No son los de Irazoki semblanzas al uso que podamos encontrar en las contraportadas de los vinilos o CDs, o en las sesudas biografías de las enciclopedias, sino retratos personales en los que los datos biográficos, plasmados con maestría y concesión, con una economía del lenguaje que es una de las características literarias del autor navarro, son consecuencia de la música que irradian, y al revés. Cada una de esas notas sobre sus músicos favoritos se convierte en material narrativo de primer orden, aleccionador ─ los conocimientos y la cultura musical del escritor navarro son asombrosos ─, de modo que el lector sienta la necesidad imperiosa de que los músicos desconocidos que pasan por sus páginas dejen de serlo.
Con frases cortas, rotundas, desprovistas casi siempre de adjetivos superfluos porque van a lo sustantivo, perfectamente destiladas y podadas hasta expresar, diáfanamente, lo que el autor quiere en destellos tan rápidos como relámpagos, las semblanzas, aleatorias y desordenadas, que conforman este libro apasionante, se convierten en un material literario extraordinario e inclasificable y son, a su vez, quizá sin quererlo el propio Irazoki, ¿o sí?, su propio retrato, nota rota de si mismo que guarda los compases de las miles de músicas que lo formaron.
Argumento
Libro de género inclasificable en donde compases, vidas y muertes de músicos y literatura sabiamente destilada se mezclan. Hace un repaso Irazoki a los músicos, desde el Barroco a nuestros días, unos muy conocidos, otros no tanto, que le han empapado con sus notas, y escribe acerca de cada uno de ellos su retrato personal que no es sino una mirada subjetiva que acaba siéndola sobre sí mismo.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI (Lesaka, Navarra, 1954) Fue periodista musical en Madrid. Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Ha colaborado con el fotógrafo Antonio Arenal. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc. Árgoma (1980), La miniatura infinita (1989-1990) y Cielos segados (Universidad del País Vasco, 1992), en donde recopiló toda su poesía hasta 1990, son algunos de sus libros de poemas. Hiperión le publicó en 2006 Los hombres intermitentes, volumen de poemas en prosa, y en 2009 La nota rota, semblanzas de músicos.
Francisco Javier Irazoki
Hiperión, 2009
220 pgs.
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¿Puede un libro de semblanzas de músicos convertirse en material literario e interesar a alguien más que a los melómanos? La pregunta se la hace el lector mientras lee esas breves notas que Irazoki pergeña, con maestría absoluta, y la respuesta, cuando lo termina, es sí, sin duda.
Reúne el escritor navarro, que no olvidemos que también es compositor, las notas acerca de 49 músicos, los que le gustan, los que, de alguna forma, le marcaron con su impronta, y ahí están desde los clásicos sobradamente conocidos como Ludwig Van Beethoven (En segundo de armonía, el profesor quiso saber si conocíamos la autoría de varios compases. Me parecieron los sonidos de una motosierra que bailaba sobre una hilera de adoquines) , Claudio Monteverdi, a otros no tanto como Giacomo Carissimi o Pérotin (En el país natal de Perotín, los empleados de las tiendas donde es posible adquirir música antigua me acercan las orejas atenazadas entre sus dedos pulgar e índice y piden que repita el nombre del compositor); flamencos como Paco de Lucía (El hombre Paco de Lucía guarda en el carácter, dice, el gozo de quienes escuchan su música) o Sabicas; jazzman como Miles Davis (Medio siglo después, siguen las páginas sobre una pasión difícil que, cuando se rompe, empuja a Miles Davis al precipicio de la jeringuilla y el polvo blanco), Duke Ellington, Charlie Parker (Pájaro transformado en elefante enfermo, para morir elige el mismo paraje escondido que Thelonius Monk: la vivienda y la complicidad silenciosa de su baronesa Nica de Koeningswater) o Charles Mingus; rockeros como Frank Zappa, Janis Joplin (Tengo quince años cuando ella abandona una fiesta de muchos alcoholes, sube a su habitación y se inyecta una dosis de heroína demasiado pura), Patti Smith o Jimmi Hendrix; cantautores como Leonard Cohen (Leonard Cohen, con el cigarrillo entre los labios, describe una comida y su maestro Sasaki figura en el primer verso del poema. La ventana de la habitación da a una arboleda. Con cada bocado, “los grandes pinos se hunden en mi pecho”, lee el cantante); músicos africanos como Salif Keita (Antes de este regalo de madurez, Salif Keita cierra un ciclo importante de su vida: vuelve a Mali, rinde homenaje a los albinos en el disco Folon y lucha a favor de unos derechos que a él le fueron negados), Rokia Traoré; sin olvidar a la vagabunda que toca la guitarra en la calle, junto al portal de su casa (Como los antiguos bluesmen, a veces su mano izquierda desliza el cuello de una botella sobre las cuerdas de la guitarra. Así consigue los sonidos trémulos).
No son los de Irazoki semblanzas al uso que podamos encontrar en las contraportadas de los vinilos o CDs, o en las sesudas biografías de las enciclopedias, sino retratos personales en los que los datos biográficos, plasmados con maestría y concesión, con una economía del lenguaje que es una de las características literarias del autor navarro, son consecuencia de la música que irradian, y al revés. Cada una de esas notas sobre sus músicos favoritos se convierte en material narrativo de primer orden, aleccionador ─ los conocimientos y la cultura musical del escritor navarro son asombrosos ─, de modo que el lector sienta la necesidad imperiosa de que los músicos desconocidos que pasan por sus páginas dejen de serlo.
Con frases cortas, rotundas, desprovistas casi siempre de adjetivos superfluos porque van a lo sustantivo, perfectamente destiladas y podadas hasta expresar, diáfanamente, lo que el autor quiere en destellos tan rápidos como relámpagos, las semblanzas, aleatorias y desordenadas, que conforman este libro apasionante, se convierten en un material literario extraordinario e inclasificable y son, a su vez, quizá sin quererlo el propio Irazoki, ¿o sí?, su propio retrato, nota rota de si mismo que guarda los compases de las miles de músicas que lo formaron.
Argumento
Libro de género inclasificable en donde compases, vidas y muertes de músicos y literatura sabiamente destilada se mezclan. Hace un repaso Irazoki a los músicos, desde el Barroco a nuestros días, unos muy conocidos, otros no tanto, que le han empapado con sus notas, y escribe acerca de cada uno de ellos su retrato personal que no es sino una mirada subjetiva que acaba siéndola sobre sí mismo.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI (Lesaka, Navarra, 1954) Fue periodista musical en Madrid. Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Ha colaborado con el fotógrafo Antonio Arenal. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc. Árgoma (1980), La miniatura infinita (1989-1990) y Cielos segados (Universidad del País Vasco, 1992), en donde recopiló toda su poesía hasta 1990, son algunos de sus libros de poemas. Hiperión le publicó en 2006 Los hombres intermitentes, volumen de poemas en prosa, y en 2009 La nota rota, semblanzas de músicos.
Comentarios
Yop, Lena
Gracias por acercarte a este blog