LOS RELATOS DE PENTHOUSE
AVISO: El relato HOTEL ASTORIA, por su crudeza sexual y erotismo, puede herir la sensibilidad del lector.
Me confirma la editorial Tusquets que, en efecto, quedan muy pocos ejemplares en almacén para que se agote la tercera edición de mi pequeño best seller ─ 30.000 ejemplares vendidos ─ PUBIS DE VELLO ROJO, XII Premio La Sonrisa Vertical, con lo que con vuestra ayuda, en ambas orillas del Atlántico, y del Pacífico, si se tercia, la editorial pondrá en marcha, muy pronto, la cuarta edición. Para abrir el apetito, degusten, los que quieran, HOTEL ASTORIA, uno de los capítulos que integran la novela, y que fue publicado en Penthouse dentro de la serie MIS RELATOS ERÓTICOS PREFERIDOS que seleccionaba para la revista el cineasta Luis García Berlanga.
MIS RELATOS ERÓTICOS PREFERIDOS
Al premiar esta novela, uno de los miembros del jurado subrayó su aproximación, tanto geográfica como tipológicamente, a la discutida obra de Pyere de Mandiargues, “La Marge” –premio Goncourt de 1967 -, donde, en torno a unas ramblas nada turísticas e infernales, los personajes mantenían la atracción hacia los refinamientos de la crueldad. Desde mi punto de vista la situé más cercana a Bataille; y por último, el autor de la novela premiada José Luis Muñoz, con más autoridad que nosotros, entrega el prólogo de su libro a Sade, descubriendo de esta manera su personal reverencia por uno de los tres maestros del mal como sublimación de la excelencia. En todo caso, los tres escritores citados, deambulan por los recintos del erotismo bien cogidos de la mano.
Hecha esta aclaración, es obvio que Pubis de vello rojo - ¡Qué a gusto escribo este título! – es un apasionado trayecto hacia el infierno sadiano, pero también una afirmación de la vida hasta en la muerte como define Bataille al erotismo.
Dos jóvenes contaminados por el victimismo – Sofía, pupila de una Madame Claude barcelonesa, y Roberto, marginal asiduo de sótanos y pensiones – acceden por vías paralelas pero vinculantes a un último y fatal encuentro donde se sublima su mutua obsesión, carnal y mortífera, con un disparo que el lector recibe en su propio sexo – disparo orgásmico, casi cósmico-.
Espléndida novela de José Luis Muñoz que tan profundamente nos enamora del vicio. No en vano, en el prólogo del libro el Divino Marqués sentencia:
“No hay dos pueblos en la faz del globo que sean virtuosos de la misma manera, luego la virtud no tiene nada de real, nada de intrínsecamente bueno y no merece en absoluto nuestro culto”.
Luis García Berlanga, Mayo, 1997
El dibujo en blanco y negro es obra del ilustrador BERNET, creador, con Sánchez Abulí, de la serie TORPEDO.
Las ilustraciones en color son obra de MARIEL SORIA.
HOTEL ASTORIA
Me confirma la editorial Tusquets que, en efecto, quedan muy pocos ejemplares en almacén para que se agote la tercera edición de mi pequeño best seller ─ 30.000 ejemplares vendidos ─ PUBIS DE VELLO ROJO, XII Premio La Sonrisa Vertical, con lo que con vuestra ayuda, en ambas orillas del Atlántico, y del Pacífico, si se tercia, la editorial pondrá en marcha, muy pronto, la cuarta edición. Para abrir el apetito, degusten, los que quieran, HOTEL ASTORIA, uno de los capítulos que integran la novela, y que fue publicado en Penthouse dentro de la serie MIS RELATOS ERÓTICOS PREFERIDOS que seleccionaba para la revista el cineasta Luis García Berlanga.
MIS RELATOS ERÓTICOS PREFERIDOS
Al premiar esta novela, uno de los miembros del jurado subrayó su aproximación, tanto geográfica como tipológicamente, a la discutida obra de Pyere de Mandiargues, “La Marge” –premio Goncourt de 1967 -, donde, en torno a unas ramblas nada turísticas e infernales, los personajes mantenían la atracción hacia los refinamientos de la crueldad. Desde mi punto de vista la situé más cercana a Bataille; y por último, el autor de la novela premiada José Luis Muñoz, con más autoridad que nosotros, entrega el prólogo de su libro a Sade, descubriendo de esta manera su personal reverencia por uno de los tres maestros del mal como sublimación de la excelencia. En todo caso, los tres escritores citados, deambulan por los recintos del erotismo bien cogidos de la mano.
Hecha esta aclaración, es obvio que Pubis de vello rojo - ¡Qué a gusto escribo este título! – es un apasionado trayecto hacia el infierno sadiano, pero también una afirmación de la vida hasta en la muerte como define Bataille al erotismo.
Dos jóvenes contaminados por el victimismo – Sofía, pupila de una Madame Claude barcelonesa, y Roberto, marginal asiduo de sótanos y pensiones – acceden por vías paralelas pero vinculantes a un último y fatal encuentro donde se sublima su mutua obsesión, carnal y mortífera, con un disparo que el lector recibe en su propio sexo – disparo orgásmico, casi cósmico-.
Espléndida novela de José Luis Muñoz que tan profundamente nos enamora del vicio. No en vano, en el prólogo del libro el Divino Marqués sentencia:
“No hay dos pueblos en la faz del globo que sean virtuosos de la misma manera, luego la virtud no tiene nada de real, nada de intrínsecamente bueno y no merece en absoluto nuestro culto”.
Luis García Berlanga, Mayo, 1997
El dibujo en blanco y negro es obra del ilustrador BERNET, creador, con Sánchez Abulí, de la serie TORPEDO.
Las ilustraciones en color son obra de MARIEL SORIA.
HOTEL ASTORIA
José Luis Muñoz
LLUEVE CON FUERZA EN LA CALLE. Y HACE FRÍO. EN LA HABITACIÓN 345 DEL HOTEL ASTORIA NO SE ADVIERTE LA INCLEMENCIA METEREOLÓGICA EXTERIOR, EL AMBIENTE ESTÁ CALDEADO, LA CALEFACCIÓN TRABAJA A PLENO RENDIMIENTO Y, GRACIAS A ELLO, SOFÍA, QUE ESTÁ COMPLETAMENTE DESNUDA, INMÓVIL COMO UNA CARIÁTIDE, EN MEDIO DE LA HABITACIÓN, NI TIEMBLA NI TIRITA, MÁS BIEN SIENTE CIERTO SOFOCO EN TODO EL CUERPO QUE SE TRADUCE EN PEQUEÑAS MANCHASDE ORIGEN NERVIOSO QUE AFLORAN ALREDEDOR DE SU CUELLO, DE SUS AXILAS, EN SU VIENTRE.
Han acordado treinta. Y enseguida le han dicho que se desnude. Parecen tener prisa por probarla. Son dos tipos morenos, altos, bien trajeados, que usan colonia de dudoso gusto, edades que oscilan entre los treinta y cinco y cuarenta, que se expresan sin prisa, como paladeando las palabras. Uno tiene los ojos muy grandes, una boca sensual de labios oscuros, más incluso que su piel, y un mentón fuerte y cuadrado partido en dos por un profundo hoyuelo de la belleza; el otro enmascara su rostro en una barba cerrada, y se diría que bajo ella oculta algo: una fea cicatriz, una mancha en la piel o un mentón poco agraciado. Cuando la han visto desnuda han comenzado a besarla. A Sofía le desagrada que la besen, porque el beso, para ella, es un acto íntimo y afectivo que sólo dispensa a los seres que ama, y aquellos dos hombres sólo ponen sórdido deseo en sus ósculos, violan su paladar con sus lenguas, mordisquean y succionan sus labios, bordean sus comisuras y la envuelven en su aliento pesado y acre de alcohol y tabaco. Sofía sonríe sin mirarlos, sin mirar los ojos, narices y labios que tanto se aproximan y tratan de desvelar los entresijos de su cerebro. Le dan asco, y se da asco ella misma, que va a ofrecer su cuerpo a las múltiples violaciones. El de la barba le lame la barbilla, el cuello, de allí salta a su nariz, se desplaza por las comisuras de sus labios, siempre con su lengua, humedeciéndola, mientras que el otro se concentra besándola, mordiéndola, apresando su lengua con la suya, con habilidad, y tirando de ella hacia el exterior. Se encuentra incómoda porque está desnuda, en medio de la habitación , de pie, y ellos no se han sacado ni las corbatas, se limitan a observarla como un objeto que debe ser consumido, y no es otra cosa en aquellos momentos, y a acariciarla, tras el primer contacto físico con su boca, los senos y las nalgas, y esto le parece un juego sucio a ella, que se siente en inferioridad de condiciones, mientras ellos le susurran un cúmulo de obscenidades en la oreja que ella ha de reír, como si encontrara divertidas y excitantes las referencias a su coño, su culo y sus tetas que sus futuros amantes venales desgranan con voces sinuosas en sus oídos mientras le mordisquean los lóbulos.
Se han retirado a una esquina de la habitación a deliberar. Hablan en voz baja, pero Sofía capta que discuten sobre quién será el primero. Ella, entre tanto, no sabe qué hacer y se acomoda en el borde de una de las dos camas. Nunca se ha sentido tan violentamente instrumentalizada, no lo ha hecho jamás con dos hombres a la vez, y se siente víctima y prisionera, como la primera vez que descubrió el sexo con un hombre, una sensación incómoda y angustiosa que la caricia aterciopelada de la colcha sobre sus nalgas no consigue aliviar. Se desnudan sus dos clientes; el hombre de los ojos grandes se desprende de su slip y avanza hacía ella manoseándose el pene, mientras el de la barba se sienta en la otra cama para observar. Sofía lo entiende. Lo han echado a suertes y el más atractivo de los dos será el primero en tomarla. Se sienta a su lado y comienza a acariciarla, primero el cuello, luego los senos, finalmente las manos abren sus muslos y se hunden una y otra vez en la raja de su sexo hasta forzar su humedecimiento. Se siente mal mientras se vence toda sobre la cama, abriendo sus miembros con lasitud, y su amante se tiende encima de ella, la busca con ansia animal y forcejea un instante hasta que se acopla en su sexo. Desde el primer momento él es quien impone las reglas del juego erótico y ella, lo comprende, ha de limitarse a acompañarlo en todos sus deseos. El pene se mueve en su interior, taladrándola, mientras las manos del hombre le oprimen los senos y su boca, excitada, pasa de un pezón a otro, succionándolos con tal fuerza que ella siente su sangre acudir a borbotones hacia las areolas. Después de pocos segundos Sofía comprende que el hombre que tiene sobre ella es un amante consumado, de los que tardan en eyacular y controlan perfectamente su pene, acostumbrado ya a muchas lides sexuales, y piensa amortizar con creces lo que ha pagado por ella. Tras sus primeros devaneos por su pecho, parece concentrarse en la mecánica del coito y se mueve en el interior de su vulva de forma mecánica mientras pasa a acariciarle las nalgas y levita sobre su vientre. Es como si ella fuera una tabla gimnástica de carne cálida y él un atleta que se flexionara sobre ella. Pronto suda y su sudor cae sobre ella, se deposita en su vientre, se esparce por sus senos enrojecidos. Sofía se excita, le excita más el placer que proporciona a su amante venal que el que su cuerpo experimenta. Observa sus cuerpos entrelazados que se aproximan y se separan y tiene la visión del pene de su amante, y es como si una gruesa y furiosa columna de carne enrojecida entrara y saliera de su vagina con voracidad, fundiéndola, abriéndose paso entre los muslos con la violencia de un ariete que violara la puerta de su sexo. Está cansada, aquello dura demasiado y quiere terminar con él. El hombre del rostro cubierto de barba, que está sentado en la cama de enfrente, los observa y se excita, un gran bulto se dibuja pugnando bajo el slip, dibujando un círculo húmedo en su tejido. Sofía dobla las rodillas, alza las piernas, abraza el torso sudoroso del hombre con sus muslos, termina anudando sus tobillos al cuello de su amante, y entonces lo siente mucho más adentro, duro y profundo, taladrándole las entrañas, totalmente abocado a su sexo dilatado y titilante. Cierra los ojos y piensa en otra cosa, en cualquier cosa, y luego sonríe y se imagina a Blanca, ve su cuerpo grande y moreno, sus pezones oscilando sobre su boca como fruta oferente bamboleante, y ella apresándolos con sus dientes, mordiéndolos sin hacerles daño, chupándolos, mientras le hunde los dedos en las nalgas, bordea su ano y lo abre con ambas manos. La visión le hace llegar abruptamente al orgasmo, y transmite su placer intenso al amante que se hunde una vez más en sus entrañas y finalmente se vacía entre mugidos, buscándole la boca, corno si en el interior de esos labios que se abren forzados bajo la presión terrible de su lengua hubiera una fuente y quisiera apagar en ella la sed que siente después de la eyaculación, en una necesidad imperiosa de vomitar su deseo en la garganta de la mujer.
El primer amante se desacopla y Sofía lo ve alejarse tambaleándose hacia el cuarto de baño, con la mano acariciando la verga aún hinchada, barnizada de semen. Sus nalgas delgadas y morenas se mueven armoniosamente por la habitación siguiendo el movimiento de sus piernas por el suelo enmoquetado, y así, desnudo, sin el traje, sólo es un hombre que ha saciado su deseo bañando de néctar el vientre de una mujer; no importa su nombre, su condición social, sus circunstancias, parece hasta un muchacho despojado de sus señas de identidad, el traje, la corbata, la camisa, que descansan en desorden sobre respaldos de butacas, mesillas de noche, la verde moqueta del suelo. Tiene un cuerpo hermoso y atlético, labrado en gimnasios o en pistas de tenis, se dice Sofía ahora que lo ve partir y siente encima suyo el cuerpo húmedo y excitado del hombre de la barba, sustituyéndolo, que se abre camino entre sus muslos, se aloja en su interior y comienza a amarla. El hombre sin barba se encierra en el cuarto de baño mientras el hombre de la barba la penetra con ferocidad. No la besa ni la acaricia, sólo la penetra, y está desde el principio pendiente de su orgasmo, retrasándolo al máximo cuando presiente que éste se avecina, pensando a buen seguro en algo que no tiene nada que ver con la actividad que desarrolla de forma tan precisa, casi con profesionalidad de amante venal, deteniéndose entonces y tomando aire antes de continuar con más suavidad, más lentamente, y cuando ella intenta tironearle de las tetillas un gesto brusco la hace desistir de la caricia.
El primer amante sale del lavabo mientras el hombre de la barba─ continúa entre las piernas de la mujer, clavado en ella, como partiendo su cuerpo vencido y abierto que aplasta con el suyo, cabalgando sobre sus muslos. Sofía mira a su primer amante y fuerza una sonrisa. Está incómoda. Nunca, hasta ese momento, la han mirado mientras le hacían el amor. El hombre desocupado enciende un cigarrillo y sufre una segunda erección mirándolos. Habla, dice un comentario jocoso.
─Te la estás follando de maravilla, Alberto. ¡Cómo le das a la polla, chico!
El primer amante se ha sentado en un sillón y se fuma tranquilamente su cigarrillo sin apartar la vista de la pareja que ejecuta su acto sobre la cama a escasos metros de donde se encuentra. Se acaricia el pene hinchado, se lo palpa suavemente con la mano desocupada, bajando la piel del prepucio una y otra vez a lo largo del bálano, liberando el glande.
El hombre de la barba llega por fin. El espasmo tensa todo su cuerpo, que experimenta con violencia el latigazo sexual. Vierte su semen mientras se queda quieto, la mitad del miembro en su interior, las nalgas alzadas, los ojos cerrados y la boca crispada, como concentrándose en su explosión. Jadea de forma animal y sale de ella. Se cubre el pene con ambas manos y cruza la habitación en dirección al lavabo.
Sofía continúa echada en la cama. El techo de la habitación le da vueltas. El lecho es un tiovivo carnal por donde pasan hombres con enormes vergas relucientes que asaetean la raja de su sexo. Tiene una desagradable sensación física que le envuelve todo el cuerpo, además del sudor que perla sus axilas, que se desliza senos abajo y baña su vientre. Se siente los muslos pegajosos y la carne le arde desde los pies a la cabeza, como si fuera presa de fiebre. Tiene mucha sed, desearía lanzarse a una gran piscina de hielo y dormir sobre un témpano. Quiere levantarse para ir al lavabo, pero no puede, no se atreve a intentarlo, está muy débil, las piernas agarrotadas, y además tiene miedo de dejarlo todo perdido, todo, colcha, moqueta, sus muslos, de tan plena que se siente de esperma. Está llena de aquel líquido, lo nota caliente en sus entrañas, quemándola, inundándola. Necesitaría una toalla, o una compresa, se dice. Está a punto de pedírselo al que no se llama Alberto, que sigue masturbándose en silencio, con ambas manos entonces, satisfecho del tamaño que va adquiriendo su miembro, de su textura dura. Pero, ¿cómo se llama?
Alberto sale del cuarto de baño. El pene le cuelga entre sus muslos gruesos y oscuros. Aun relajado, su tamaño es considerable. Tiene la verga más maciza, más pesada que la de su amigo, y su semen es más espeso. A Sofía no le gusta el color tan oscuro de su miembro, es casi como el de un negro aunque, a continuación rectifica, nunca se la ha visto a ninguno para poder afirmarlo categóricamente. Se acerca a su amigo y le apoya la mano en el hombro.
─ Hacía tiempo que no me desahogaba así. ¡Vaya polvo!
─ Ya te he visto, ya.
─ Folla bien ─ te dice el cliente de la barba al otro, a media voz, cogiéndole el cigarrillo, dándole una calada y devolviéndoselo
─. A mí me gustan así de sumisas, mujeres esclavas, que se estén quietecitas y se dejen hacer; las que brincan como si les pasaran cien mil voltios entre las piernas me revientan.
El hombre sin barba detiene el cigarrillo en el camino hacía sus labios y mira a Sofía. Experimenta una lenta erección mientras observa sus muslos, sus senos vencidos a ambos costados del tórax, enrojecidos y revestidos con el barniz de sudor que los hace aún más excitantes, el hilo de semen blancuzco que brota de su sexo abierto. Se levanta, se aproxima a ella y la palpa como una escultura de carne con la mano derecha, empezando en el cuello, bordeando sus pechos, rozando el ombligo, encajando definitivamente la palma abierta en su sexo húmedo. Sofía cierra los ojos y se estremece mientras el dedo grueso del hombre frota las membranas exteriores de su sexo para luego adentrarse en él y presionar con suavidad el clítoris.
─ Y tú, ¿cómo te lo has pasado, muñeca? Hacía tiempo que no te follaban así un par de tipos como nosotros, ¿no es así?
Sofía asiente. Aquellos dos, tipos le excitan y le asquean al mismo tiempo. Siempre le ha sucedido igual con los hombres. Le repugna su aspecto físico, le repugna el pene fláccido, pero entra en verdadero éxtasis cuando lo siente vibrar en sus entrañas tras abrirse paso entre sus carnes.
─Te damos veinte mil pesetas más si hacemos otro trabajito y eres buena. ¿Qué te parece, Alberto? ¿Cómo la tienes?
Alberto se rasca la barba y se observa el pene.
─Bien, yo creo que resistirá un nuevo asalto.
─ ¿Aceptas, nena?
No tiene ganas de hablar. Ni de discutir. Ni de levantarse ni de irse a lavar ni de nada. La habitación le da vueltas y ve a los dos hombres en una esquina hablando mientras sacan billetes de sus carteras y los añaden a los que ya hay sobre la mesilla de noche. No distingue ya cuántos debe de haber, pero seguro que son muchos. Muchos. Y se deja hacer. La manipulan entre los dos. Cierra los ojos y siente las cuatro manos tocando su cuerpo, senos, nalgas, sexo, y las bocas húmedas abocadas a su carne, mordisqueándola, chupándola, con gemidos cada vez más excitados.
─ Los dos a la vez─ oye, mientras se abandona por completo.
Entonces siente cómo entre los dos le dan la vuelta y la dejan boca abajo en la cama, en los labios la sensación áspera del terciopelo de la colcha, con las piernas colgando fuera, con los pies apoyados en la moqueta, y uno de ellos le abre los muslos a la fuerza, aunque ella, de forma inconsciente se resiste débilmente, y luego lo siente caliente sobre ella, una piel ardiendo y besos en la nuca mientras las manos separan sus nalgas y un pene de fuego se abre camino entre ellas hasta adentrarse en su ano, dolorosamente.
Pero ya no tiene fuerzas para revolverse. Y el pene se mueve en su interior, en sus intestinos, con el mismo placer con que se ha movido antes en su sexo, lubrificándolos con semen a cada nuevo movimiento. ¿Quién es? ¿Qué importa? El de la barba, el que se llama Alberto, por exclusión, porque el otro, el más agradable, se ha sentado en la cama frente a ella, en cuclillas, las nalgas sobre sus talones, y toma su cabeza con gesto cariñoso, acariciándola, paseando sus dedos trémulos por sus párpados y nariz, abriendo finalmente sus labios para acomodar entre ellos su pene y moverlo dentro de su paladar, hasta la garganta, en un vaivén lento y profundo que pliega y repliega el prepucio hasta desnudar por completo su glande, y ella lo siente crecer entre sus dientes, nota su calor asfixiante preludio de su éxtasis y con su lengua lo acelera, contorneando el frenillo, hasta que la verga estalla y ella aspira su violento chorro de semen como el borracho apura el alcohol de la botella, con ansia. Le excita el placer ajeno que es capaz de provocar en el hombre acuclillado que continúa moviendo su pene en su boca mientras le acaricia los cabellos, que aprieta su ingle contra la cabeza y allí permanece tras haberse vaciado por completo, gimiendo, jadeando, hasta que la última succión de la mujer le indica que todo ha terminado y el placer violento da paso a una dejadez sensual.
Sofía se levanta de la cama y acude al lavabo. Siente la boca pastosa, los muslos pegajosos y el ano dolorido. Se lava en el bidé a conciencia, orina en él, se vuelve a lavar, y luego aplica su boca al grifo y traga agua y más agua, sin cesar, hasta que siente el estómago colmado y la escupe.
Cuando regresa al dormitorio siente una repentina vergüenza de sí misma y se envuelve en una toalla de baño. Los dos hombres ya se han vestido y charlan animadamente sobre negocios, sobre beneficios, firmas de contratos millonarios, ventas maravillosas en unos grandes almacenes, derivando su conversación con una naturalidad admirable hacia un mar de números. Sofía coge sus ropas y se viste rápidamente. Echa de menos sus medias. ¿Las llevaba aún al entrar en el hotel? No sabe dónde las ha perdido. Está muy mareada y las náuseas estremecen su estómago.
─No te dejes el dineral, muñeca ─le dice el cliente que no lleva barba sin ni siquiera mirarla.
Lo coge. El dinero le quema. Como le quema el que ya lleva en el bolso. Y se despide de ambos con un breve apretón de manos. Al darles la mano advierte sus anillos de casados, gruesos aros de oro.
─Gracias ─le dice el de la barba al verla partir─ Venimos con frecuencia a Barcelona. Ya nos veremos.
LLUEVE CON FUERZA EN LA CALLE. Y HACE FRÍO. EN LA HABITACIÓN 345 DEL HOTEL ASTORIA NO SE ADVIERTE LA INCLEMENCIA METEREOLÓGICA EXTERIOR, EL AMBIENTE ESTÁ CALDEADO, LA CALEFACCIÓN TRABAJA A PLENO RENDIMIENTO Y, GRACIAS A ELLO, SOFÍA, QUE ESTÁ COMPLETAMENTE DESNUDA, INMÓVIL COMO UNA CARIÁTIDE, EN MEDIO DE LA HABITACIÓN, NI TIEMBLA NI TIRITA, MÁS BIEN SIENTE CIERTO SOFOCO EN TODO EL CUERPO QUE SE TRADUCE EN PEQUEÑAS MANCHASDE ORIGEN NERVIOSO QUE AFLORAN ALREDEDOR DE SU CUELLO, DE SUS AXILAS, EN SU VIENTRE.
Han acordado treinta. Y enseguida le han dicho que se desnude. Parecen tener prisa por probarla. Son dos tipos morenos, altos, bien trajeados, que usan colonia de dudoso gusto, edades que oscilan entre los treinta y cinco y cuarenta, que se expresan sin prisa, como paladeando las palabras. Uno tiene los ojos muy grandes, una boca sensual de labios oscuros, más incluso que su piel, y un mentón fuerte y cuadrado partido en dos por un profundo hoyuelo de la belleza; el otro enmascara su rostro en una barba cerrada, y se diría que bajo ella oculta algo: una fea cicatriz, una mancha en la piel o un mentón poco agraciado. Cuando la han visto desnuda han comenzado a besarla. A Sofía le desagrada que la besen, porque el beso, para ella, es un acto íntimo y afectivo que sólo dispensa a los seres que ama, y aquellos dos hombres sólo ponen sórdido deseo en sus ósculos, violan su paladar con sus lenguas, mordisquean y succionan sus labios, bordean sus comisuras y la envuelven en su aliento pesado y acre de alcohol y tabaco. Sofía sonríe sin mirarlos, sin mirar los ojos, narices y labios que tanto se aproximan y tratan de desvelar los entresijos de su cerebro. Le dan asco, y se da asco ella misma, que va a ofrecer su cuerpo a las múltiples violaciones. El de la barba le lame la barbilla, el cuello, de allí salta a su nariz, se desplaza por las comisuras de sus labios, siempre con su lengua, humedeciéndola, mientras que el otro se concentra besándola, mordiéndola, apresando su lengua con la suya, con habilidad, y tirando de ella hacia el exterior. Se encuentra incómoda porque está desnuda, en medio de la habitación , de pie, y ellos no se han sacado ni las corbatas, se limitan a observarla como un objeto que debe ser consumido, y no es otra cosa en aquellos momentos, y a acariciarla, tras el primer contacto físico con su boca, los senos y las nalgas, y esto le parece un juego sucio a ella, que se siente en inferioridad de condiciones, mientras ellos le susurran un cúmulo de obscenidades en la oreja que ella ha de reír, como si encontrara divertidas y excitantes las referencias a su coño, su culo y sus tetas que sus futuros amantes venales desgranan con voces sinuosas en sus oídos mientras le mordisquean los lóbulos.
Se han retirado a una esquina de la habitación a deliberar. Hablan en voz baja, pero Sofía capta que discuten sobre quién será el primero. Ella, entre tanto, no sabe qué hacer y se acomoda en el borde de una de las dos camas. Nunca se ha sentido tan violentamente instrumentalizada, no lo ha hecho jamás con dos hombres a la vez, y se siente víctima y prisionera, como la primera vez que descubrió el sexo con un hombre, una sensación incómoda y angustiosa que la caricia aterciopelada de la colcha sobre sus nalgas no consigue aliviar. Se desnudan sus dos clientes; el hombre de los ojos grandes se desprende de su slip y avanza hacía ella manoseándose el pene, mientras el de la barba se sienta en la otra cama para observar. Sofía lo entiende. Lo han echado a suertes y el más atractivo de los dos será el primero en tomarla. Se sienta a su lado y comienza a acariciarla, primero el cuello, luego los senos, finalmente las manos abren sus muslos y se hunden una y otra vez en la raja de su sexo hasta forzar su humedecimiento. Se siente mal mientras se vence toda sobre la cama, abriendo sus miembros con lasitud, y su amante se tiende encima de ella, la busca con ansia animal y forcejea un instante hasta que se acopla en su sexo. Desde el primer momento él es quien impone las reglas del juego erótico y ella, lo comprende, ha de limitarse a acompañarlo en todos sus deseos. El pene se mueve en su interior, taladrándola, mientras las manos del hombre le oprimen los senos y su boca, excitada, pasa de un pezón a otro, succionándolos con tal fuerza que ella siente su sangre acudir a borbotones hacia las areolas. Después de pocos segundos Sofía comprende que el hombre que tiene sobre ella es un amante consumado, de los que tardan en eyacular y controlan perfectamente su pene, acostumbrado ya a muchas lides sexuales, y piensa amortizar con creces lo que ha pagado por ella. Tras sus primeros devaneos por su pecho, parece concentrarse en la mecánica del coito y se mueve en el interior de su vulva de forma mecánica mientras pasa a acariciarle las nalgas y levita sobre su vientre. Es como si ella fuera una tabla gimnástica de carne cálida y él un atleta que se flexionara sobre ella. Pronto suda y su sudor cae sobre ella, se deposita en su vientre, se esparce por sus senos enrojecidos. Sofía se excita, le excita más el placer que proporciona a su amante venal que el que su cuerpo experimenta. Observa sus cuerpos entrelazados que se aproximan y se separan y tiene la visión del pene de su amante, y es como si una gruesa y furiosa columna de carne enrojecida entrara y saliera de su vagina con voracidad, fundiéndola, abriéndose paso entre los muslos con la violencia de un ariete que violara la puerta de su sexo. Está cansada, aquello dura demasiado y quiere terminar con él. El hombre del rostro cubierto de barba, que está sentado en la cama de enfrente, los observa y se excita, un gran bulto se dibuja pugnando bajo el slip, dibujando un círculo húmedo en su tejido. Sofía dobla las rodillas, alza las piernas, abraza el torso sudoroso del hombre con sus muslos, termina anudando sus tobillos al cuello de su amante, y entonces lo siente mucho más adentro, duro y profundo, taladrándole las entrañas, totalmente abocado a su sexo dilatado y titilante. Cierra los ojos y piensa en otra cosa, en cualquier cosa, y luego sonríe y se imagina a Blanca, ve su cuerpo grande y moreno, sus pezones oscilando sobre su boca como fruta oferente bamboleante, y ella apresándolos con sus dientes, mordiéndolos sin hacerles daño, chupándolos, mientras le hunde los dedos en las nalgas, bordea su ano y lo abre con ambas manos. La visión le hace llegar abruptamente al orgasmo, y transmite su placer intenso al amante que se hunde una vez más en sus entrañas y finalmente se vacía entre mugidos, buscándole la boca, corno si en el interior de esos labios que se abren forzados bajo la presión terrible de su lengua hubiera una fuente y quisiera apagar en ella la sed que siente después de la eyaculación, en una necesidad imperiosa de vomitar su deseo en la garganta de la mujer.
El primer amante se desacopla y Sofía lo ve alejarse tambaleándose hacia el cuarto de baño, con la mano acariciando la verga aún hinchada, barnizada de semen. Sus nalgas delgadas y morenas se mueven armoniosamente por la habitación siguiendo el movimiento de sus piernas por el suelo enmoquetado, y así, desnudo, sin el traje, sólo es un hombre que ha saciado su deseo bañando de néctar el vientre de una mujer; no importa su nombre, su condición social, sus circunstancias, parece hasta un muchacho despojado de sus señas de identidad, el traje, la corbata, la camisa, que descansan en desorden sobre respaldos de butacas, mesillas de noche, la verde moqueta del suelo. Tiene un cuerpo hermoso y atlético, labrado en gimnasios o en pistas de tenis, se dice Sofía ahora que lo ve partir y siente encima suyo el cuerpo húmedo y excitado del hombre de la barba, sustituyéndolo, que se abre camino entre sus muslos, se aloja en su interior y comienza a amarla. El hombre sin barba se encierra en el cuarto de baño mientras el hombre de la barba la penetra con ferocidad. No la besa ni la acaricia, sólo la penetra, y está desde el principio pendiente de su orgasmo, retrasándolo al máximo cuando presiente que éste se avecina, pensando a buen seguro en algo que no tiene nada que ver con la actividad que desarrolla de forma tan precisa, casi con profesionalidad de amante venal, deteniéndose entonces y tomando aire antes de continuar con más suavidad, más lentamente, y cuando ella intenta tironearle de las tetillas un gesto brusco la hace desistir de la caricia.
El primer amante sale del lavabo mientras el hombre de la barba─ continúa entre las piernas de la mujer, clavado en ella, como partiendo su cuerpo vencido y abierto que aplasta con el suyo, cabalgando sobre sus muslos. Sofía mira a su primer amante y fuerza una sonrisa. Está incómoda. Nunca, hasta ese momento, la han mirado mientras le hacían el amor. El hombre desocupado enciende un cigarrillo y sufre una segunda erección mirándolos. Habla, dice un comentario jocoso.
─Te la estás follando de maravilla, Alberto. ¡Cómo le das a la polla, chico!
El primer amante se ha sentado en un sillón y se fuma tranquilamente su cigarrillo sin apartar la vista de la pareja que ejecuta su acto sobre la cama a escasos metros de donde se encuentra. Se acaricia el pene hinchado, se lo palpa suavemente con la mano desocupada, bajando la piel del prepucio una y otra vez a lo largo del bálano, liberando el glande.
El hombre de la barba llega por fin. El espasmo tensa todo su cuerpo, que experimenta con violencia el latigazo sexual. Vierte su semen mientras se queda quieto, la mitad del miembro en su interior, las nalgas alzadas, los ojos cerrados y la boca crispada, como concentrándose en su explosión. Jadea de forma animal y sale de ella. Se cubre el pene con ambas manos y cruza la habitación en dirección al lavabo.
Sofía continúa echada en la cama. El techo de la habitación le da vueltas. El lecho es un tiovivo carnal por donde pasan hombres con enormes vergas relucientes que asaetean la raja de su sexo. Tiene una desagradable sensación física que le envuelve todo el cuerpo, además del sudor que perla sus axilas, que se desliza senos abajo y baña su vientre. Se siente los muslos pegajosos y la carne le arde desde los pies a la cabeza, como si fuera presa de fiebre. Tiene mucha sed, desearía lanzarse a una gran piscina de hielo y dormir sobre un témpano. Quiere levantarse para ir al lavabo, pero no puede, no se atreve a intentarlo, está muy débil, las piernas agarrotadas, y además tiene miedo de dejarlo todo perdido, todo, colcha, moqueta, sus muslos, de tan plena que se siente de esperma. Está llena de aquel líquido, lo nota caliente en sus entrañas, quemándola, inundándola. Necesitaría una toalla, o una compresa, se dice. Está a punto de pedírselo al que no se llama Alberto, que sigue masturbándose en silencio, con ambas manos entonces, satisfecho del tamaño que va adquiriendo su miembro, de su textura dura. Pero, ¿cómo se llama?
Alberto sale del cuarto de baño. El pene le cuelga entre sus muslos gruesos y oscuros. Aun relajado, su tamaño es considerable. Tiene la verga más maciza, más pesada que la de su amigo, y su semen es más espeso. A Sofía no le gusta el color tan oscuro de su miembro, es casi como el de un negro aunque, a continuación rectifica, nunca se la ha visto a ninguno para poder afirmarlo categóricamente. Se acerca a su amigo y le apoya la mano en el hombro.
─ Hacía tiempo que no me desahogaba así. ¡Vaya polvo!
─ Ya te he visto, ya.
─ Folla bien ─ te dice el cliente de la barba al otro, a media voz, cogiéndole el cigarrillo, dándole una calada y devolviéndoselo
─. A mí me gustan así de sumisas, mujeres esclavas, que se estén quietecitas y se dejen hacer; las que brincan como si les pasaran cien mil voltios entre las piernas me revientan.
El hombre sin barba detiene el cigarrillo en el camino hacía sus labios y mira a Sofía. Experimenta una lenta erección mientras observa sus muslos, sus senos vencidos a ambos costados del tórax, enrojecidos y revestidos con el barniz de sudor que los hace aún más excitantes, el hilo de semen blancuzco que brota de su sexo abierto. Se levanta, se aproxima a ella y la palpa como una escultura de carne con la mano derecha, empezando en el cuello, bordeando sus pechos, rozando el ombligo, encajando definitivamente la palma abierta en su sexo húmedo. Sofía cierra los ojos y se estremece mientras el dedo grueso del hombre frota las membranas exteriores de su sexo para luego adentrarse en él y presionar con suavidad el clítoris.
─ Y tú, ¿cómo te lo has pasado, muñeca? Hacía tiempo que no te follaban así un par de tipos como nosotros, ¿no es así?
Sofía asiente. Aquellos dos, tipos le excitan y le asquean al mismo tiempo. Siempre le ha sucedido igual con los hombres. Le repugna su aspecto físico, le repugna el pene fláccido, pero entra en verdadero éxtasis cuando lo siente vibrar en sus entrañas tras abrirse paso entre sus carnes.
─Te damos veinte mil pesetas más si hacemos otro trabajito y eres buena. ¿Qué te parece, Alberto? ¿Cómo la tienes?
Alberto se rasca la barba y se observa el pene.
─Bien, yo creo que resistirá un nuevo asalto.
─ ¿Aceptas, nena?
No tiene ganas de hablar. Ni de discutir. Ni de levantarse ni de irse a lavar ni de nada. La habitación le da vueltas y ve a los dos hombres en una esquina hablando mientras sacan billetes de sus carteras y los añaden a los que ya hay sobre la mesilla de noche. No distingue ya cuántos debe de haber, pero seguro que son muchos. Muchos. Y se deja hacer. La manipulan entre los dos. Cierra los ojos y siente las cuatro manos tocando su cuerpo, senos, nalgas, sexo, y las bocas húmedas abocadas a su carne, mordisqueándola, chupándola, con gemidos cada vez más excitados.
─ Los dos a la vez─ oye, mientras se abandona por completo.
Entonces siente cómo entre los dos le dan la vuelta y la dejan boca abajo en la cama, en los labios la sensación áspera del terciopelo de la colcha, con las piernas colgando fuera, con los pies apoyados en la moqueta, y uno de ellos le abre los muslos a la fuerza, aunque ella, de forma inconsciente se resiste débilmente, y luego lo siente caliente sobre ella, una piel ardiendo y besos en la nuca mientras las manos separan sus nalgas y un pene de fuego se abre camino entre ellas hasta adentrarse en su ano, dolorosamente.
Pero ya no tiene fuerzas para revolverse. Y el pene se mueve en su interior, en sus intestinos, con el mismo placer con que se ha movido antes en su sexo, lubrificándolos con semen a cada nuevo movimiento. ¿Quién es? ¿Qué importa? El de la barba, el que se llama Alberto, por exclusión, porque el otro, el más agradable, se ha sentado en la cama frente a ella, en cuclillas, las nalgas sobre sus talones, y toma su cabeza con gesto cariñoso, acariciándola, paseando sus dedos trémulos por sus párpados y nariz, abriendo finalmente sus labios para acomodar entre ellos su pene y moverlo dentro de su paladar, hasta la garganta, en un vaivén lento y profundo que pliega y repliega el prepucio hasta desnudar por completo su glande, y ella lo siente crecer entre sus dientes, nota su calor asfixiante preludio de su éxtasis y con su lengua lo acelera, contorneando el frenillo, hasta que la verga estalla y ella aspira su violento chorro de semen como el borracho apura el alcohol de la botella, con ansia. Le excita el placer ajeno que es capaz de provocar en el hombre acuclillado que continúa moviendo su pene en su boca mientras le acaricia los cabellos, que aprieta su ingle contra la cabeza y allí permanece tras haberse vaciado por completo, gimiendo, jadeando, hasta que la última succión de la mujer le indica que todo ha terminado y el placer violento da paso a una dejadez sensual.
Sofía se levanta de la cama y acude al lavabo. Siente la boca pastosa, los muslos pegajosos y el ano dolorido. Se lava en el bidé a conciencia, orina en él, se vuelve a lavar, y luego aplica su boca al grifo y traga agua y más agua, sin cesar, hasta que siente el estómago colmado y la escupe.
Cuando regresa al dormitorio siente una repentina vergüenza de sí misma y se envuelve en una toalla de baño. Los dos hombres ya se han vestido y charlan animadamente sobre negocios, sobre beneficios, firmas de contratos millonarios, ventas maravillosas en unos grandes almacenes, derivando su conversación con una naturalidad admirable hacia un mar de números. Sofía coge sus ropas y se viste rápidamente. Echa de menos sus medias. ¿Las llevaba aún al entrar en el hotel? No sabe dónde las ha perdido. Está muy mareada y las náuseas estremecen su estómago.
─No te dejes el dineral, muñeca ─le dice el cliente que no lleva barba sin ni siquiera mirarla.
Lo coge. El dinero le quema. Como le quema el que ya lleva en el bolso. Y se despide de ambos con un breve apretón de manos. Al darles la mano advierte sus anillos de casados, gruesos aros de oro.
─Gracias ─le dice el de la barba al verla partir─ Venimos con frecuencia a Barcelona. Ya nos veremos.
Comentarios
Esta chida y mas las imagenes
Ahorita me voy a cojer a mi novia