LAS PELÍCULAS

INVICTUS
Clint Eastwood


Observando la acogida que la última película de Clint Eastwood está obteniendo entre crítica y público norteamericano y presuponiéndole una acogida parecida en nuestro país a partir de este viernes, uno no puede otra cosa que quedarse perplejo ante el arropamiento ciego del que gozan ciertos artistas.
Clint Eastwood es y será recordado como un icono del cine. Sus trabajos como actor son historia del celuloide, no obstante, en los últimos años, nos ha sorprendido con una productiva y fructífera vertiente en la dirección. En estos lares, y en muchos otros, existe la tendencia a acoger con vítores cada una de sus proyectos, buscando en ellas, una manera de hacer cine, el clasicismo, que parece haberse extinguido en Hollywood. Pero la realidad, al menos para quien escribe, es bien distinta, y es que el amigo Eastwood siempre nos ha dado una de cal y otra de arena en una filmografía irregular: en los ochenta por un lado hace un filme perfecto como Bird y por otro también es capaz de lo peor con Firefox. En los noventa alcanza un justo pleno reconocimiento con Sin perdón, pero a la vez firma obras tan olvidables como Poder absoluto o Los Puentes de Madison. Y ahora con el cambio de siglo, la historia se repite. Grandes obras como Mystic River y Million Dolar baby, y decepciones como Banderas de nuestros padres y la película que aquí nos ocupa, Invictus.
Invictus es el penúltimo trabajo de Eastwood tras la sobre valorada Gran Torino, y antes de Hereafter (actualmente rodando). La película se basa en la novela de John Carlin The Human factor: Nelson Mandela and The Game That Changed The World, y centra su historia en el momento en que Nelson Mandela salió de su tortuosa reclusión penitenciaria y fue elegido presidente de Sudáfrica. El filme centra su foco en el año 1995 cuando el país albergó el campeonato mundial de rugby, y su presidente se volcó en el equipo nacional (Springbook) para lograr la ansiada cohesión entre blancos y negros a través de las emociones colectivas que puede despertar el deporte.
Entrañable historia, que Eastwood no ha sabido tratar ni controlar. Para llegar hasta ese supuesto clímax de felicidad y logro de objetivos, por parte de Mandela y del capitán del equipo de rugby (Matt Damon), el espectador debe afrontar un insufrible camino con algunas piedras verdaderamente molestas por el camino.
Para empezar por su indefinición de géneros, que lleva a la cinta a mecerse sin rumbo entre el drama histórico, protagonizado por Mandela, y el drama deportivo, donde el capitán François Peinar parece ocupar el centro del relato. Pero lo verdaderamente irritable es presenciar cómo la final de partido de rugby absorbe el relato durante el último cuarto de la película, convirtiendo una historia de personajes, en una retransmisión, con contados momentos espectaculares, de un partido de rugby. El posible interés que pudiera haber en ella, se diluye al interés que puedan tener los aficionados a ese deporte. No existe ni la consolación de ver un estilizado choque a modo de Michael Mann en Ali, ya que Eastwood, ¿o debería decir su segunda unidad de dirección?, firman un partido basándose en aquellas convenciones más clásicas y menos ingeniosas del género: cámaras ralentizadas, tensiones con el marcador, reacciones del público a las acciones de los jugadores, etc.
Pero dejando a un lado este extenso partido, quizás lo más desdeñable de la cinta resulta el tono didáctico con el que se cuenta toda la historia, sus constantes subrayados y sus mensajes evidentes no dejan lugar a ningún matiz que pueda ser interpretable para el espectador. Invictus parece un libro de texto recién sacado de imprenta, sin haber sido revisado, y con las palabras clave subrayada.
Lo más bochornoso del asunto resulta toparse con algunos momentos inverosímiles. Una cosa es que la historia no tenga suficiente garra como para mantener la atención del espectador, y se tenga que recurrir a alternativas para controlar el ritmo, pero otra de bien diferente, y a mi juicio imperdonable, es ver cómo Eastwood manipula, sin ningún tipo de sentido, las expectativas del espectador con escenas de pretendida tensión pero resultado vacío. Me refiero por ejemplo, a una de las primeras secuencias, en la que vemos el avance acelerado y amenazante de una furgoneta sospechosa que acaba resultando ser un repartidor de prensa, o esa incompresible escena (a nivel técnico y narrativo), en el que los guardaespaldas alertan de un avión que pasa rozando por el estadio, jugando otra vez de forma engañosa con el sentimiento de terror colectivo que nos apodera cuando vemos a un avión desviarse de su circuito habitual. Unas trampas emocionales que vuelve a recurrir cada vez que subraya las imágenes con música emotiva, o con canciones cursilonas propias de la factoría Jonas Brothers.
Con todo, es posible que el mayor valor del filme resida en el mayúsculo trabajo de Morgan Freeman para ponerse en la piel de Mandela. Una mimesis que reproduce hasta los pasos, y gestos del mandatario africano. Algo a lo que ha ayudado una excelente labor en el maquillaje y peluquería. En el otro bando, Matt Damon vuelve a demostrar su incapacidad para trasmitir cualquier sensación, que no sea la de decepción y rabia por sus interpretaciones.
Invictus supone otro filme fallido en la carrera del director de Un Mundo perfecto. Su tono no es coherente, su plasmación técnica es desigual, y el deambular de la historia es errático, con lo cual, para ver películas deportivas de grandes gestas y de superación prefiero filmes de media tarde de domingo como Hoosiers, que al menos su épica de tan rimbombante no te las tomas en serio, no como Invictus que corre el riesgo de ser tomada en serio. Al menos nos queda el consuelo que la próxima obra de Clint Eastwood será decente.
MARC MUÑOZ
EL CÓNSUL DE SODOMA
Sigfrid Monleón

Completamente de acuerdo con lo que escribe Vicente Molina Foix, puede que el escritor más cinéfilo de este país, en un artículo de opinión publicado en El País. El tema es el biopic tan contestado sobre Gil de Biedma que acaba de estrenarse. Él, como yo, opina que es un film más que notable, que la vida del escritor está bien reflejada, que los ambientes de esa Barcelona libertaria están dibujados con precisión documentalista y que Jordi Mollá encarna perfectamente al poeta, opiniones en opuesta sintonía a lo que ha venido diciendo la crítica sobre El cónsul de Sodoma, de la que han censurado hasta el título.
Una película biográfica sobre un personaje reciente siempre es un riesgo porque el biografiado será contrastado por los que le trataron en vida. Eso es lo que le ha sucedido a la película El cónsul de Sodoma, de Sigfrid Monleón, con buena parte de los que conocieron o fueron amigos del poeta Jaime Gil de Biedma, que la han aborrecido sin ni siquiera verla muchos de ellos. Pero lo cierto es que, vista la película, sin prejuicios de ningún tipo, uno tiene que admitir que es un vehículo cinematográfico bien fabricado para entender ese momento de convulsión literaria, artística y política de una Barcelona que, por unos años, se creyó centro del mundo y miró a la capital del reino por encima del hombro. Un guión bien construido nos muestra, al principio, al poeta en los sórdidos suburbios de Manila, buscando carne fresca masculina entre los ejecutantes de un espectáculo hard core jaleado por marinos norteamericanos y burgueses filipinos para, a continuación, trasladarlo a esa Barcelona iconoclasta que inventara ese sugerente e irónico término de gauche divine para definir a los izquierdistas de salón que criticaban el régimen del dictador Franco y comían de la mano de sus explotadores papás. Y sobre ese drama moral, el del que se debate entre sus ideas y su estatus social, el del que quiere complacer a un padre amantísimo -entrañable esa relación paterno-filial-, que le tolera todas las locuras, pero desea que su hijo ocupe el sitial que le corresponde en su empresa Tabacos de Filipinas, y lo que le pide el cuerpo y el alma, sexo y poesía, gira esta película que no aburre ni decae en ningún momento. Marcado por su voracidad sexual, su miedo al envejecimiento como antesala de la muerte y sus contradicciones como miembro de la burguesía y poeta de izquierdas- publicó en vida un poemario titulado Poemas póstumos y de él dijo su amigo Carlos Barral, para subrayar su creación lenta y selecta, que era más famoso por los libros que no escribía que por los que publicaba-, la personalidad hedonista de Gil de Biedma queda bien retratada en esta película que cuida mucho los ambientes - las charlas de salón en el desaparecido Bocaccio, el templo de la gauche divine, en las que se sugiere la presencia de Vázquez Montalbán y Enrique Vila-Matas, entre otros, aunque desdibujados; el restaurante Tortilla Flash, templo de la modernidad gastronómica de la época, que todavía existe, en donde se reúne el poeta con la fotógrafo Colita, otra de las que se han sentido agraviada por la película, que critica sin verla; la conversación del poeta, en su casa, con el siniestro inspector de la Brigada Político Social Creix, del que todo el mundo hablaba en la época, a raíz de que unos poemas suyos aparecen en un panfleto subversivo…
Llega la película de Sigfrid Monleón precedida por la polémica suscitada por Juan Marsé - Alex Brendemülh en el film -, al que este biopic, excesivamente centrado en la actividad sexual del poeta, no le ha gustado nada porque, según el autor de Últimas tardes con Teresa, Gil de Biedma, era muy discreto y pudoroso con su homosexualidad, pero lo cierto es que el retrato que de él hace Monleón en su film es el de un tipo vitalista, sensible y tierno, lleno de humor y leal con sus amigos.
El cónsul de Sodoma es una película que se deja ver con agrado, que está perfectamente ambientada y recoge el espíritu transgresor de esa época ingenua en que las utopías parecían posibles, y ahonda en el drama de un escritor desclasado que, en un camino inverso al del Pijoaparte de Marsé, como un Pier Paolo Pasolini catalán, bucea en el submundo de Manila o de Barcelona para encontrar sentido a una vida demasiado vacua y fácil. ¿Ése no es el Gil de Biedma que conoció Marsé? Es muy posible, pero en aras de la creación cinematográfica el director puede tomarse libertades con respecto al personaje retratado siempre que no lo desvirtúe, y Monleón se cuida mucho de que esto suceda porque retrata a su protagonista con respeto.
Jordi Mollá borda la figura del poeta, en una interpretación digna de un Goya; Bimba Bosé, que encarna a una de las pocas amantes femeninas que Gil de Biedma tuvo, inquieta en las escenas por su sorprendente parecido con su tío, y Josep Linuesa, sencillamente, es un calco del escritor y editor Carlos Barral, mientras los poemas de Gil de Biedma, recitados con buena voz por el actor catalán, se convierten en la banda sonora de las imágenes que nos aproximan a un personaje y a su entorno.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

PRECIOUS
Lee Daniels
Clareece ‘Precious’ Jones es una chica negra de 15 años, que no sabe leer ni escribir, que vive en unas de las zonas más deprimentes de Harlem, y que encima, sufre las humillaciones y vejaciones de su madre. La llegada de un segundo embarazo provoca que sea expulsada del colegio, sin embargo, este otro revés le llevará a entrar en una escuela alternativa, donde una ejemplar profesora le ayudará a ver luz donde antes sólo reinaba oscuridad.
En pocas líneas este es el argumento de la película que encandiló al público de Sundance 2009, que recibió tres nominaciones a los Globos de oro (ganando el de mejor actriz secundaria), y que ayer recibió seis nominaciones para los Oscar (incluyendo mejor película, mejor director y actriz), y cuyo estreno en nuestras pantallas se espera para el próximo viernes.
Lee Daniels consigue con Precious un duro relato trazado con respeto, sin concesiones a la galería, pero dejando aflorar las emociones y sentimientos que esta hermosa historia pueda generar en el espectador.
Daniels logra hacernos un nudo de marinero en la garganta, que afloja mediante la inserción de algunos momentos oníricos de la protagonista imaginándose una vida mejor. A algunos estos instantes les pueden descolocar, y sin duda, su puesta en escena, cercana a productos de la factoría Wayans o a los disfraces de Eddie Murphy en alguna de sus comedias, ayudará a ello. Pero para quien escribe son bálsamos muy necesarios ante el padecimiento que invade la vida de esta joven chica. No sólo son vitales en la vida diaria de “Precious” para sobrellevar estoicamente todas las míseras que le rodean, sino para el espectador para hacer el viaje con ella. Daniels también demuestra inteligencia y saber hacer dirigiendo a su reparto. La labor Gabourey Sidibe en el cuerpo de esta obesa cuyo mal menor es su condición física resulta, en ciertos momentos, sobrecogedor. Nivel al que también está uno de los villanos más realistas y despreciables que han pasado últimamente por una sala de cine, me refiero a la madre de Precious, interpretada por Mo’Nique, quien apunta hacía el Oscar. Igual de meritorio, y quizás más sorprendente, resulta la apuesta de Daniels en confiar papeles secundarios en unos irreconocibles (por físico y actuaciones) Mariah Carey y Lenny Kravitz. También merecen un puesto de honor Paula Patton por construir ese personaje de profesora encantadora, y todas las chicas que pueblan esa especial clase.
Precious es un notable filme, que respira autenticidad, realismo, crudeza y optimismo en partes iguales, pero cuya historia, y sobre todo, sus personajes, llegan a conmover. Quizás su mensaje, un tanto “yanqui”, de que cualquier persona puede superarse por muy desfavorable que sea su situación patina un poco sobre la superficie de la realidad, pero como ocurre con sus escenas oníricas, resulta un alivio un poco de esperanza entre una historia tan dramática y despojadora.
MARC MUÑOZ

IN THE LOOP
Armando Ianucci


Existe una delgadísima línea entre el cine de humor, puede que el género cinematográfico más difícil, y la astracanada que no se debe sobrepasar. La primera película del británico, de origen italiano, Armando Ianucci, sobre el papel, promete. Una sátira sobre el seguidismo británico a la política belicista de la Casa Blanca en su guerra de Irak. Pero el resultado es frustrante. De tanto cargar las tintas, el espectador no ve entre los protagonistas a ningún político sino a actores televisivos de segunda queriendo hacer el gracioso sin conseguirlo. Para que la sátira funcione tiene que haber identificación, y ni ingleses ni norteamericanos son reconocibles ni creíbles, ni ningún espectador podrá ver en el James Gandolfini que interpreta al general Miller a un militar como tampoco se creerá que Tom Hollander puede ser el ministro Simon Foster. Además, la película abusa de los diálogos ad nauseam, de modo que no hay un solo fotograma que no sea hablado con lo que la sensación de sitcom del conjunto se agudiza. Para hacer una película cómica, tragicómica, sobre el asunto de Irak no había que inventar tanto sino recoger la realidad; por ejemplo, que una de las principales fuentes de información en las que se basó la inteligencia británica para dar por buenas las amenazas de Sadam Hussein provenían de un taxista de Bagdad. ¿Existe algo más tristemente hilarante que eso? No había que inventar personajes de segunda fila sino recrear a los fantoches que condujeron a la humanidad a esa debacle. ¿Puede haber alguien más tragicómico que ese trío formado por George Bush, Tony Blair y Aznar? Al final In the loop, que se vende como el nuevo Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, olvidando que ésa fue la peor película de Kubrick, no es más que una serie encadenada de diálogos, gritos e insultos, estos últimos los más graciosos.
Una cinta de una pobreza cinematográfica apabullante más propia de una sobremesa televisiva que de una sala de cine, y es que Ianucci es un presentador de shows satíricos en la pequeña pantalla, una actividad que no debió dejar.
Nada peor que una comedia sin gracia.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

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