PAISANAJE

GENTES DE YANGOON (5)
Texto y fotos José Luis Muñoz

No hay mejor sistema de leer cómodamente el diario como lo hace este birmano de origen nepalí que se sienta sobre sus tobillos mientras pasa las páginas. Es de los poquísimos que llevan pantalones en la ciudad, prenda que utilizan, eso sí, militares y policías.
La mirada limpia e intensa de este birmano de origen hindú me atrapa. El que sean pobres no quieren decir que vayan desaseados. Luce una camisa blanca y perfectamente planchada sobre la que anuda su longy con el preceptivo nudo masculino y lleva la barba blanca perfectamente recortada. En su bolsillo se transparenta un fajo de kyats muy usados.

Monje budista circunspecto. Habitualmente los bonzos de más edad no salen de los monasterios.


Muchacha hablando a través de uno de los muchos teléfonos públicos que hay en mesas de las calles con sus correspondientes listines.


Cocinera musulmana con un velo poco integral en su cabeza remueve la comida para que no se le pegue. Su ceño indica preocupación, quizá por el marido que le es infiel.

Mujer de Bangla Desh o de la India en medio de una calle. La hoja que lleva pegada a las sienes no se sabe si es por adorno o por accidente. A su vestimenta le falta el colorido que habitualmente llevan las mujeres de su país.
Gracioso gesto el de esta birmana vendedora de mandarinas que lleva crema de tanaka hasta en la punta de la nariz y vuelve la cabeza justo cuando la estoy fotografiando de espaldas, lo que para mí es una fortuna. Se echó a reír a continuación.
Este tipo, disfrazado de vendedor de fruta, con longy incluido, no parece de estas tierras sino de las mías. No le pega estar en esa postura en un mercado de Yangón sino en una playa de Benidorm. Además los naturales de Birmania no suelen fumar cigarrillos de cajetilla sino pequeños puritos. La camisa es de rebajas y el longy un mantel a cuadros. Además lleva una cadenita colgada al cuello. No hay duda. Es de los nuestros que se quedó a vivir en Yangón de la misma forma que yo me lo estoy planteando.
El birmano parece nepalí. Una caja de cartón de cervezas con un par de ciruelas e ideogramas chinos me sumen en la confusión.
El niño de la gorrita hizo monerías para que lo retratara, y lo consiguió. Aparece rodeado de mandarinas que, ahora caigo, debían de ser originarias de esa zona de Asia como su nombre indica. ¿Y las naranjas? ¿También? Porque por aquí hay tantas naranjas como en Valencia.
Con el pelo muy estirado hacia atrás y los mofletes pirngados de tanaka, esta mujer espera que alguien le compre fruta mientras permanece sentada sobre sus piernas cruzadas.
El chico trasporta en una vara de bambú que apoya sobre el hombro dos recipientes. Es el medio habitual en Oriente de llevar cómodamente mercancías de un lado a otro repartiendo el peso sobre la espalda.
Los originarios de Blangla Desh suelen ocupar el estrato social más pobre de la ciudad. En las proximidades del río Yangón este cocinero de pelo tan negro y barba tan blanca y profusión de tatuajes en los brazos remueve la comida que vende para que no se le pegue.
Andando entre unas vías en desuso de la Strand Road esta delgada mujer bangladesí de pelo crespo transporta la bolsa de la compra y un recipiente metálico. Como todos los hinduistas luce un lunar rojo entre los ojos.
Un severo musulmán de rasgos europeos. Empiezo a sospechar que los ingleses, a pesar de su fama de estrictos racistas que evitaban todo contacto con los nativos colonizados, incumplieron más de una vez esa norma.
Cada birmano se gana la vida como puede. Este hace dibujos y espera pacientemente a sus clientes, con las piernas cruzadas y la espalda poyada en el tronco de un árbol. Tiene frío, a pesar de que hace un calor bochornoso, a juzgar por la cazadora beige clara y la camisa azul que lleva debajo de ella. Ha dispuesto sobre la acera una esterilla para no manchar su longy.
Estas barbas color azafrán son muy típicas de la India, pero el sujeta que se las ha teñido deambula por una de las calles aledañas de la mezquita de Yangón. ¿Se lleva la mano al hombro porque le duele? Si miramos fijamente su cabellera y barba parecen completamente impostadas, fijadas a su cabeza y rostro mediante pagamento.
Vendía raciones de tapioca imagino que como postre dulce. La tapioca, que aquí utilizamos como espesante de los caldos, la utilizan allí como postre tras mezclarla con leche y azúcar, y hay que decir que está exquisita.
Distinguida mujer de origen chino habla con otro viandante de la misma etnia. Me gusta el estampado rojo de su vestido y el bolso que lleva.
Este guapo niño de pelo rojizo era mendigo y andaba descalzo por las calles de Yangón, en compañía de dos mozalbetes de su edad, rebuscando entre los desperdicios de las tiendas y extrayendo cartón para venderlo.
Sin duda se merecían mejores oportunidades.

Chica pasando por delante de las floristas en los aledaños del mercado Bogyoki.
A los birmanos, al contrario de otras gentes, les gusta que les fotografíen y no te piden nada a cambio más que ver la instantánea. Esta niña posa con naturalidad y con espontánea sonrisa.

Madre sostiene con ternura a su retoño en un mercado de Yangón. La bondad se refleja en los rostros de los birmanos.
También hay miradas de preocupación, hasta de desesperación, como la de esta vendedora.
O de locura como la de los ojos extraviados de esta vendedora de origen hindú.

Estas mujeres son emigrantes de la India recién llegadas a Birmania que aún mantienen sus tradicionales y coloristas vestidos de su país.

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