LA PELÍCULA

BAARÍA
Giuseppe Tornatore

Giuseppe Tornatore debe su fama a una de sus primeras películas, Cinema Paradiso, de una blandenguería realmente insufrible de la que se desprendió en sus siguientes películas, Malena, concebida para el lucimiento físico de Mónica Bellucci, pero que era un film estimable centrado en lo cruel que puede ser la envidia femenina; una película policiaca, Pura formalidad, protagonizada por Gerard Depardieu y Roman Polanski; La desconocida, un melodrama desopilante sobre una prostituta rusa a la búsqueda de su hija perdida que discurría por la delgada línea del ridículo y conseguía no perder el equilibrio, hasta llegar a Baaria, financiada por Medusa, la productora de Silvio Berlusconi, que se ha convertido en uno de los más encendidos defensores del film, lo que no sé si le beneficia o le perjudica.
Baaría, a través de la vida de una familia en sus distintas etapas, pretende reconstruir los últimos cincuenta años de Sicilia, desde la segunda guerra mundial y el fascismo hasta nuestros días; el padre, un campesino medio analfabeto y con muy pocas luces, engendra un hijo no más brillante que él que milita en el PCI, se casa con una bella muchacha del lugar y tiene con ella una larguísima serie de hijos.
Suelen ser los films de sagas familiares muy entretenidos por su dilación en el tiempo, el gran número de acontecimientos que se retratan y la evolución de los personajes desde la infancia a la madurez. No ocurre eso con Baaría, una de las peores películas de Tornatore que apesta a populismo de la peor especie, está recorrida por personajes sin carne y hueso e intenta salvarse de la mediocridad de sus secuencias con la música machacona de Ennio Morriconi, sin conseguirlo.
Larga, casi tres horas, aburrida y copiando clichés de otros realizadores ─ A Fellini le debe una serie de personajes extravagantes o monstruosos que circulan por el film; a Bertolucci, las pretendidas soflamas de izquierdas, marchas políticas y ocupaciones de tierras con que el film se abandera ─, visualmente fea y con un humor fallido, la última película del director de Cinema Paradiso es una de las peores de alguien que confunde constantemente sensibilidad con sensiblería que, aunque se parezcan, no son lo mismo.
Los debutantes Francesco Scianna y Margareth Madè interpretan con escasa fortuna a los protagonistas mientras una envejecida Ángela Molina tiene un papel importante en el film, de madre del protagonista, y Monica Bellucci aporta simplemente físico en una presencia episódica tan fugaz que uno no entiende que la actriz italiana se haya prestado a ello.
JOSÉ LUIS MUÑOZ

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