CINE

Amador
Fernando León de Aranoa

Con una filmografía avalada por filmes notables (Barrio, Familia) o desgarradores (Los lunes al sol), el caso de Fernando León de Aranoa es el de un cineasta inseparable a un género, el suyo, el del cine social. ¿Acaso se lo imaginan haciendo un thriller o una película de terror?, sin embargo ese arraigo genérico parece estar pasándole cuentas en sus dos últimos trabajos. Si Princesas ya evidenciaba un agotamiento formal y temático en el director madrileño, su última obra, Amador, agrava la llaga. En esta ocasión, Aranoa se sirve de la historia de Marcela, una inmigrante en apuros que decide cuidar de Amador (Celso Bugallo), un anciano postrado en la cama, con tal de poder llegar a fin de mes. Sin embargo, un suceso inesperado condenará a Marcela a un complicado dilema moral.
A partir de ahí su autor intenta tejer su habitual trasfondo social, esta vez enfocándolo hacía la inmigración y la soledad en la tercera edad. No obstante, donde antes había lucidez, realismo, crítica hiriente, ahora hay lugares comunes, personajes poco inspirados y un humor rozando el absurdo. Como por ejemplo, los encuentros de Marcela con el cura, cercanos al humor que destilan ciertos filmes españoles en las antípodas del cine que defiende nuestro Loach patrio.
Tampoco ayuda la aportación insípida de su protagonista Magaly Solier, los retratos planos y subrayados de los ambientes de la inmigración, una música que señala con su presencia las heridas más profundas por las que pasa la película, o un final desconcertante por lo absurdo e inimaginable que resulta.
Lo que podría ser una buena premisa para encauzar a su protagonista en una difícil encrucijada se convierte en un tedio doméstico aliñado con algunas gotas de simbolismo evidente. Además el director acentúa esta sensación con reducidos movimientos de cámara, encuadres y tomas que se repiten desde el mismo ángulo, dejando en el espectador la sensación de andar por un camino que no avanza, y acompañado por unos personajes de los que ni se identifica ni se preocupa por ellos en demasía. De todo el despropósito se salva el personaje de la prostituta, que aporta al menos con sus apariciones momentos de humor, y con ello un poco de alivio.
Espero que Amador se quede como un punto de inflexión en la carrera de Aranoa, más que la constatación de una carrera en caída. Eso supondría una gran pérdida para el cine español, ya que vería desaparecer la mirada crítica y punzante de uno de sus directores contemporáneos más interesantes.
MARC MUÑOZ

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