LA FIRMA INVITADA
Ojos prestados es el nombre del blog en el que Daniela Maestres publica sus microrrelatos, retratos de personas imaginadas, o no, auténticas piezas maestras, ligeramente costumbristas, regadas con una fina ironía
http://ojosprestados.wordpress.com
John
No habían pasado más de quince minutos de juego cuando Mike Gillenhall se avalanzó sobre mi cuerpo. El golpe fue seco, compacto, casi podría decir que fue orgánico y hermoso. Lo sé porque lo he visto mil veces, en cámara lenta, en cámara rápida y a velocidad normal. Sentí cuando mi espalda impactó en el piso, sentí como un movimiento progresivo, como el de un látigo, arqueó mi columna hasta llegar a mi cabeza. Después no sentí más nada, de hecho, creo que todavía no he podido sentir más nada.
Caridad
Lo que menos esperé en ese momento es que, luego de seis meses viéndome ahí, amarrada pasando hambre, lo primero que se le ocurriera hacer fuera besarme. Además no fue un beso de deseo, ni de calentura. Fue puro, de esos que vuelven la carne transparente.
Lucía
Me costaba mucho asimilar lo que ocurría. Aunque uno piense que no, ver una foca en su hábitat natural por primera vez es muy impactante, no importa cuántos programas sobre focas ha visto uno. Es una experiencia especialmente fuerte cuando la foca está muriendo. Ahí estaba yo y allí estaba ella. Su pelaje negrísimo lleno de arena, se dividía en segmentos. Sus ojos, especialmente el izquierdo, se aguaba constantemente y ella lo cerraba para dejar que llorara. Lo más enfermo y lo que más me atemoriza es que una parte mía no estaba triste, sino emocionada, exaltada y conmovida. Una parte mía quería que la foca se levantara y se pusiera a jugar, que me siguiera por la costa y se convirtiera en mi mascota durante mis vacaciones en Uruguay. Un perro tan negro como ella le ladaraba y corría a su alrededor, quizás en un intento desesperado de que se levantara y regresara al mar. Pero eso nunca pasó, siguió tirada en la arena y yo no he vuelto a ver una foca en la playa nunca más.
Lucas
Por primera vez en tres años de guardia me sentí asustado. Intenté respirar más lento para que mi corazón se calmara y me dejara escuchar mejor. Por primera vez desenfundé mi Glock calibre 40. La sentí firme bajo mi mano. Estaba muy fría y se amoldaba increíblemente a mi cuerpo, como si fuese una extensión del brazo. Intenté recordar mis entrenamientos pero el miedo interrumpía mi línea de pensamiento. Se escabullía entre las ideas sin pedir permiso. Sentí nuevamente un ruido fuerte entre los arbustos y sin pensarlo apunté y disparé. Fue cuestión de un segundo, de un micro segundo, algo imposible de registrar.Pasó lo más inesperado, una opción que nunca consideré. Es más, me hubiese resultado menos extraño conseguirme a mi mamá en el piso herida por mi disparo. Mi pistola estaba descargada. Tenía tres años haciendo guardias con una pistola descargada. Me senté en la pequeña sillita de plástico gris y me puse a llorar.
Mike
Cuando le quité el pañuelo de la cabeza me quedé paralizado. Se me trancó el pecho mientras sostenía su cuerpo tembloroso. Me acerqué al oído de Miguel y le susurré:
—Chamo, nos equivocamos feo, bien feo. Da la vuelta que a este hay que soltarlo ya.
Cuando regresamos a dónde estaba su auto le di una patada y lo saqué del auto. Cayó en el asfalto dando vueltas y pude ver en su espalda la cicatriz de la cortada que se hizo cuando jugábamos en el parque 22 años atrás.
Patricia
Cuando iba por la mitad de la fila se me ocurrió abrir el pasaporte para mirar los sellos nuevamente, secretamente me encanta coleccionarlos. Al ver la primera página sentí una puntada en mis manos y mi corazón se saltó un latido. El pasaporte estaba vencido.
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John
No habían pasado más de quince minutos de juego cuando Mike Gillenhall se avalanzó sobre mi cuerpo. El golpe fue seco, compacto, casi podría decir que fue orgánico y hermoso. Lo sé porque lo he visto mil veces, en cámara lenta, en cámara rápida y a velocidad normal. Sentí cuando mi espalda impactó en el piso, sentí como un movimiento progresivo, como el de un látigo, arqueó mi columna hasta llegar a mi cabeza. Después no sentí más nada, de hecho, creo que todavía no he podido sentir más nada.
Caridad
Lo que menos esperé en ese momento es que, luego de seis meses viéndome ahí, amarrada pasando hambre, lo primero que se le ocurriera hacer fuera besarme. Además no fue un beso de deseo, ni de calentura. Fue puro, de esos que vuelven la carne transparente.
Lucía
Me costaba mucho asimilar lo que ocurría. Aunque uno piense que no, ver una foca en su hábitat natural por primera vez es muy impactante, no importa cuántos programas sobre focas ha visto uno. Es una experiencia especialmente fuerte cuando la foca está muriendo. Ahí estaba yo y allí estaba ella. Su pelaje negrísimo lleno de arena, se dividía en segmentos. Sus ojos, especialmente el izquierdo, se aguaba constantemente y ella lo cerraba para dejar que llorara. Lo más enfermo y lo que más me atemoriza es que una parte mía no estaba triste, sino emocionada, exaltada y conmovida. Una parte mía quería que la foca se levantara y se pusiera a jugar, que me siguiera por la costa y se convirtiera en mi mascota durante mis vacaciones en Uruguay. Un perro tan negro como ella le ladaraba y corría a su alrededor, quizás en un intento desesperado de que se levantara y regresara al mar. Pero eso nunca pasó, siguió tirada en la arena y yo no he vuelto a ver una foca en la playa nunca más.
Lucas
Por primera vez en tres años de guardia me sentí asustado. Intenté respirar más lento para que mi corazón se calmara y me dejara escuchar mejor. Por primera vez desenfundé mi Glock calibre 40. La sentí firme bajo mi mano. Estaba muy fría y se amoldaba increíblemente a mi cuerpo, como si fuese una extensión del brazo. Intenté recordar mis entrenamientos pero el miedo interrumpía mi línea de pensamiento. Se escabullía entre las ideas sin pedir permiso. Sentí nuevamente un ruido fuerte entre los arbustos y sin pensarlo apunté y disparé. Fue cuestión de un segundo, de un micro segundo, algo imposible de registrar.Pasó lo más inesperado, una opción que nunca consideré. Es más, me hubiese resultado menos extraño conseguirme a mi mamá en el piso herida por mi disparo. Mi pistola estaba descargada. Tenía tres años haciendo guardias con una pistola descargada. Me senté en la pequeña sillita de plástico gris y me puse a llorar.
Mike
Cuando le quité el pañuelo de la cabeza me quedé paralizado. Se me trancó el pecho mientras sostenía su cuerpo tembloroso. Me acerqué al oído de Miguel y le susurré:
—Chamo, nos equivocamos feo, bien feo. Da la vuelta que a este hay que soltarlo ya.
Cuando regresamos a dónde estaba su auto le di una patada y lo saqué del auto. Cayó en el asfalto dando vueltas y pude ver en su espalda la cicatriz de la cortada que se hizo cuando jugábamos en el parque 22 años atrás.
Patricia
Cuando iba por la mitad de la fila se me ocurrió abrir el pasaporte para mirar los sellos nuevamente, secretamente me encanta coleccionarlos. Al ver la primera página sentí una puntada en mis manos y mi corazón se saltó un latido. El pasaporte estaba vencido.
Yonander
A mí la verdad no me molesta que me digan guachimán. Es más, siento que tengo como un cargo importante y todo. Cuando me preguntan por mi ocupación, puedo responder algo que la gente entiende. Una sola palabra, un verdadero trabajo. Además que cuidar casas en construcción es, en cierta forma, poseerlas por un tiempo. Solo tú tienes permiso de estar ahí, empiezas a conocer todos sus rincones y la defiendes como si la hubieses pagado solito. En definitiva, es mía hasta que me dé la gana, luego me mudo a otra. Bueno, tanto así no, es mía hasta que la necesiten los dueños.
Maritza
Había agarrado la insoportable manía de estudiar a la gente mientras cantaba. Me tranquilizaba sentir que podía tener una idea objetiva de quiénes estaban pasándola bien y quiénes no. Por ejemplo, la vieja en vestido fucsia bailando al lado de la novia, no dejaba de ver hacia su lado izquierdo. Me parece que estudiaba el comportamiento del marido, que estaba bailando con una chica muy joven. Esos casos eran excepciones en mis conteos, porque claramente su malestar tenía poco que ver con la música de la orquesta y las canciones que escogí para el repertorio.
Franco
Inmediatamente entré a la casa, me percaté de que el gato se había trepado en el arbolito de navidad. Lo delataba la cola larga y peluda que colgaba entre los adornitos y las luces. Me sorprendí de que ninguno de los doce habitantes de la sala lo hubiese notado.
DANIELA MAESTRES
Daniela Maestres no piensa cuándo escribe, sino después. Comunicadora social venezolana radicada en Buenos Aires. Colaboradora de revistas que le agradan y de otras que no. Participante de compilaciones de nóveles escritores y bloggera. Le gusta la ficción breve. Le gustan los gatos, las montañas rusas y las aceitunas negras.
A mí la verdad no me molesta que me digan guachimán. Es más, siento que tengo como un cargo importante y todo. Cuando me preguntan por mi ocupación, puedo responder algo que la gente entiende. Una sola palabra, un verdadero trabajo. Además que cuidar casas en construcción es, en cierta forma, poseerlas por un tiempo. Solo tú tienes permiso de estar ahí, empiezas a conocer todos sus rincones y la defiendes como si la hubieses pagado solito. En definitiva, es mía hasta que me dé la gana, luego me mudo a otra. Bueno, tanto así no, es mía hasta que la necesiten los dueños.
Maritza
Había agarrado la insoportable manía de estudiar a la gente mientras cantaba. Me tranquilizaba sentir que podía tener una idea objetiva de quiénes estaban pasándola bien y quiénes no. Por ejemplo, la vieja en vestido fucsia bailando al lado de la novia, no dejaba de ver hacia su lado izquierdo. Me parece que estudiaba el comportamiento del marido, que estaba bailando con una chica muy joven. Esos casos eran excepciones en mis conteos, porque claramente su malestar tenía poco que ver con la música de la orquesta y las canciones que escogí para el repertorio.
Franco
Inmediatamente entré a la casa, me percaté de que el gato se había trepado en el arbolito de navidad. Lo delataba la cola larga y peluda que colgaba entre los adornitos y las luces. Me sorprendí de que ninguno de los doce habitantes de la sala lo hubiese notado.
DANIELA MAESTRES
Daniela Maestres no piensa cuándo escribe, sino después. Comunicadora social venezolana radicada en Buenos Aires. Colaboradora de revistas que le agradan y de otras que no. Participante de compilaciones de nóveles escritores y bloggera. Le gusta la ficción breve. Le gustan los gatos, las montañas rusas y las aceitunas negras.
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