CINE
CINE NEGRO TRAS EL DESAYUNO Y ANTES DE
IRSE A DORMIR
crónica desde San Sebastián
Nada más adecuado para despertar de golpe que La entrega del belga Michael R. Roskam con el teatro
Victoria Eugenia a reventar por los enviados de la prensa. Incluso vi al
crítico maldito y lo hice levantar para ocupar una butaca esquinada. Basada en
una novela policial de Dennis Lehane,
la apuesta es segura sobre todo si se cuenta con interpretaciones como las Tom Hardy, soberbio como camarero de oscurísimo
pasado, Noomi Rapace, la punki de Millenium que ya ha conquistado
Hollywood, y la última aparición en pantalla del grandioso James Gandolfini. Todo gira en torno a un bar caja neoyorquino—funciona como un banco 24 horas en el que los
mafiosos depositan los sobres del dinero de las apuestas—que es una tapadera de una peligrosa
banda chechena. Violencia áspera, personajes de una ambigüedad moral absoluta y
un giro final de los que cortan el aliento, y brazos y piernas, son algunas de
las virtudes de este noir absoluto.
Nadie es lo que parece en La entrega
y en nadie se puede confiar. El secreto de este
film negro canónico se llama guión, guión y guión, escrito por el propio Dennis Lehane (Mystic River, Shutter Island);
personajes de los que inquietan nada más verlos y oír cómo susurran sus
amenazas y buenas y creíbles interpretaciones, desde el protagonista Tom Hardy (atención a cómo mete en la
nevera, envasado al vacío, un brazo amputado y el comentario socarrón de James Gandolfini cuando lo ve actuar
con tanta naturalidad) a ese detective hispano interpretado por John Ortiz y con el que coincide en
misa cada domingo el oscuro camarero. Hollywood sigue con su inteligente
estrategia de fagocitar a todo realizador europeo que destaque, costumbre
inveterada desde los tiempos de Eric Von
Stroheim, Billy Wilder, Otto Preminger y tantos otros, y hace
suyo al director belga Michael R. Roskam
(Carlo, Bullhead). La entrega,
que nadie duda será un exitazo de taquilla, es una seria candidata a premio que coge al
espectador desde el inicio, con una voz en off que lo sitúa en un barrio poco
recomendable de Nueva York, y no lo suelta hasta el final. Sabe dosificar Michael R. Roskam la violencia —ese brazo cortado entre billetes ensangrentados que dejan junto al
bar; los chechenos que llevan a su víctima torturada en el interior de su
furgoneta como publicidad de sus métodos expeditivos de actuación— y consigue que ésta esté siempre flotando amenazadora en el ambiente.
Otra pieza maestra de cine negro que le va a hacer la competencia a la hispana La isla mínima y que eleva el nivel del
festival. Cine comercial, sí, pero de factura excelente.
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