CINE
EL VEREDICTO
Jan Verheyen
El subgénero del cine
judicial, que podría enmarcarse dentro del cine negro, ha dado sobradas obras
maestras—Doce hombres sin piedad, de Sidney
Lumet; Testigo de cargo, de Billy Wilder o El proceso Paradine, de Alfred
Hitchcock, Matar a un ruiseñor,
de Robert Mulligan, por citar
algunos clásicos—en el cine norteamericano. La elegancia de la ejecución de todas esas
películas, y muchas otras, sustentadas en sólidos guiones cinematográficos, dio
paso en los ochenta y noventa a un subgénero dentro del subgénero en donde los
errores judiciales, o la ineficacia de la justicia que no castigaba
adecuadamente al delincuente, era suplida simple y llanamente por la venganza
de los allegados de la víctima que se tomaba la justicia por su mano, un
concepto machaconamente refrendado en el cine que sale de EE.UU. A los Clint Eastwood, Charles Bronson o Bruce
Willis no les temblaba en absoluto el pulso a la hora de apretar el
gatillo.
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