CINE / FUERZA MAYOR
Fuerza mayor
Ruben Östlund
Todo
parece muy normal, y has cierto punto aburrido, porque nos vemos reflejados en
nuestra cotidianidad, presente o pasada, en esta película. Una familia formada
por una joven pareja de treintañeros suecos y sus dos hijos pequeños se va a
esquiar a una estación de los Alpes. Esquían. Comen. Duermen. Todo es muy rutinario.
Por la noche oyen cómo se disparan los cañones de la estación para provocar
avalanchas controladas. Duermen en un hotel convencional y aséptico. Todo es
perfecto. Hasta que un mediodía, cuando están almorzando en la terraza del
hotel, una avalancha que parece controlada se descontrola y está a punto de
llevárselos por el medio a todos. La madre, Ebba (Lisa Loven Kongsli), permanece al lado de sus hijos, protegiéndolos.
El padre Tomas (Johannes Bas Kuhnke),
presa del pánico, toma el ipad de la
mesa, se levanta apresuradamente y los deja ante el peligro que, finalmente,
resulta una falsa alarma: el alud se detiene justo a la entrada de la terraza.
No pasa nada. Pero pasan muchas cosas a partir de entonces en el matrimonio.
Con
una agudeza psicológica extraordinaria el director sueco Ruben Östlund (Gothenburg, 1974) construye un melodrama rehuyendo
los elementos dramáticos al uso, sin subrayados. Las tragedias pasan por el
interior de los personajes y, en algún momento puntual, una cena con amigos,
asoman y explotan. ¿Nos comportamos siempre como héroes? ¿Estamos a la altura
de las circunstancias? ¿Se nos puede reprochar en algún momento que nos
bloqueemos ante un peligro? ¿Se nos puede exigir que prime el instinto de
supervivencia primario frente al de protección de la camada? ¿Tiene que asumir
el padre el papel de protector de los suyos?
Tiene
Fuerza mayor (el título original Turista es más aséptico) momentos cumbres.
Tomas, tras negar reiteradamente su conducta, acaba asumiéndola finalmente y se
rompe y explota en llanto. Tomas llevando a esquiar a los suyos en un día de
niebla y ventisca, en el que nadie esquía, precisamente para recuperar su
autoestima y la estima de los suyos forzando un comportamiento heroico.
Con
ritmo pausado, sin estridencias, con un control absoluto de los escenarios—la estación de esquí; los paisajes de montaña espectaculares
por los que Tomas y su amigo Mats (Kristofer
Hivju) practican esquí fuera de pistas, la naturaleza salvaje frente a la
acotada de la estación— y de los
personajes, con sus silencios y sus miradas, con el atisbo de sus más mínimos
gestos, huyendo de toda épica, Ruben
Östlund construye una película incisiva que hace derivar suavemente de la
comedia de costumbres hacia el drama nada complaciente, con huellas de Michael Haneke o Ingmar Bergman, pero sin la solemnidad de ambos, acomodándose en la
cotidianidad, y que acaba homenajeando a Lars
Von Trier (ese autocar que, por su tamaño y la impericia del conductor, no
consigue tomar las curvas de la sinuosa carretera alpina y provoca la histeria
de los pasajeros) y al Luis Buñuel de
El ángel exterminador: los huéspedes,
tirados en la carretera, regresan al
hotel, no pueden abandonarlo.
En
el reparto, junto al espléndido dúo protagonista formado por Johannes Bah Kuhnke y Lisa Loven Kongsli, encontramos al
actor norteamericano Brady Corbet,
uno de los psicópatas de Funny Games
de Michael Haneke. Una película del género de catástrofes, humanas.
Y sobre el declive del páter familias.
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