CINE / JERICÓ, EL INFINITO VUELO DE LOS DÍAS, DE CATALINA MESA
JERICÓ, EL INFINITO
VUELO DE LOS DÍAS
Catalina Mesa
Meridiano
ejemplo de la premisa minimalista del menos es más aplicada al documental social
sin despreciar un cierto pintoresquismo turístico. La colombiana Catalina Mesa se pone tras la cámara y
deja que actúen libremente ante ellas ocho mujeres de edad avanzada y diversa
extracción social que tienen un denominador común aparte del generacional:
habitan en la bonita villa de Jericó, en Antioquía, Colombia, espléndidamente fotografiada
con vivos colores, y han sobrevivido a sus parejas, algo bastante habitual.
Sin
pretensiones aparentes la cámara sigue a esas mujeres en sus actividades
cotidianas (jugando a las cartas en un club social, elaborando tortas en su
horno particular, sacando el polvo a las imágenes de una iglesia, adecentando
sus casas…). Retratos de mujeres normales que se convierten por un instante en
actrices explicando sus propias vidas y extrayendo de ellas una filosofía próxima
al carpe diem en la que prima la devoción religiosa, el humor y las ganas de
vivir. Si una se lamenta de que el color oscuro de su piel haya frustrado algún
noviazgo, otra habla de su experiencia como maestra rural y su pasión por el
viaje que abre las mentes y una última, sin dramatizar en extremo, de cómo uno
de sus hijos desapareció secuestrado por la guerrilla y aun no pierde la
esperanza de encontrarlo.
Jericó, el infinito vuelo de los días es un homenaje a la vida sencilla
y plácida con banda sonora de los mambos de Pérez Prado y los boleros de Los
Panchos. Catalina Mesa propone a
través de ese microcosmo rural y un tanto idílico un retrato de una Colombia
alejada de los tópicos tremendistas marcados por la droga, la guerrilla y el
terrorismo de estado.
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