SOCIEDAD / ¿Y AHORA QUÉ?
¿Y ahora qué?
Es el
lema que figura en una de esas camisetas que últimamente me pongo con más razón
que nunca. La camiseta no es mía, que conste: alguien se la dejó olvidada en mi
casa (podría hacer un rastro y negocio con todo lo que se dejan mis invitados)
y me la he apropiado. I ara qué? Seguimos
con un problema enquistado y mucho me temo que de compleja solución. Tenemos
para años, decenios quizá, y, con un poco de mala suerte, cuando esté en el
asilo, con una bombona de oxígeno adosada a la espalda de mi silla de ruedas,
aún durará el procés.
Nadie
mejor para explicar lo que está pasando que Enric Juliana. Lo que realmente pasa, no lo que sueñan algunos. El
periodista de La Vanguardia afincado en Madrid es quien hace el relato más
certero de lo que está sucediendo en Catalunya. La distancia geográfica del
meollo hace que mantenga la mirada fría y se entere más de las cosas. Suele
pasar. Dentro de la vorágine uno no se entera. Dentro del bosque no se ve el
camino.
Tengo
muchos amigos, y hasta familiares, independentistas. Los tengo también en el
campo unionista, término que me parece peligroso porque rima con ulsterización.
Algunos, pocos, me han decepcionado con sus opiniones o sus salidas de tono.
Con casi todos sigo manteniendo relaciones cordiales. Puntos de vista
divergentes no pueden ser motivo para truncar relaciones de años. Y no estar ni
con unos ni con otros, la equidistancia, a pesar de ser criticado por casi todos,
me mantiene en un punto racional en un conflicto que se ha escorado hacia lo
irracional, como muy bien razona Carme
Riera en otro excelente artículo que leí hoy en La Vanguardia al hilo de lo
que le dijo Josep Lluis Carod Rovira:
el nacionalismo no es racional, es sentimental y emocional, se siente o no. Y estoy
de acuerdo con el antiguo líder de ERC.
Suscribo
al cien por cien lo que ha dicho Carme
Forcadell ante el juez del Supremo que instruye su proceso: fue una
declaración simbólica de independencia, un deseo, no una realidad. Por esa
razón no se arrió la bandera de España de la Generalitat, no se publicó en el
DOGC, no se celebró en la calle con muestras de júbilo y los consellers y president, en vez de
atrincherarse con los mossos d’esquadra afines en Palau (lo que hubiera sido
una gesta heroica a añadir a las imágenes del 1 de octubre) se fueron cada uno
a su casa. Como dice Enric Juliana
en un artículo de La Vanguardia titulado 155
monedas, nunca se vio una declaración más triste de una independencia, que
no fue, que la catalana. El cántico de Els
Segadors entonado en las escaleras del Parlament sonó con tintes funerarios
lejos de toda exaltación patriótica.
Vayamos
a los entresijos de ese día que nadie puede considerar de gloria. Un Carles Puigdemont, arrinconado por el
vaticanista Oriol Junqueras, la CUP
(los únicos coherentes en este procés)
y los estudiantes movilizados e ilusionados por la República Catalana,
dispuestos a apedrear al presidente y a tildarlo de traidor en las redes,
estaba dispuesto a salir del embrollo convocando elecciones autonómicas para
evitar el 155 que gravitaba como una espada de Damocles. No fue así, pese a la
convicción de Carles Puigdemont de que esa era la única salida y se produjo
el desastre de ese simulacro de DUI con el resultado del 155 y fractura en el
bloque de Junts pel sí que va a ser
imposible reeditar. El puente entre Puigdemont
y Junqueras quedó roto y más se
rompió cuando el president marchó con algunos de los suyos a Bruselas y el vicepresident
entró con otros de los suyos en la cárcel de Estremera.
Seamos
serios. Ningún país, salvo España, se creyó la independencia de Catalunya, ni
la proclamación de su República. No la reconoció ni Andorra, y no lo hizo
sencillamente porque jurídicamente no se había declarado. Y ahí interviene el
bombero pirómano. Cuando todo estaba desactivado, cuando las huestes
entusiastas del independentismo estaban desmoralizadas porque veían que no
había plan para el día de después (dirigentes de la CUP confesaron en
televisión no estar preparados), que no había gobierno, y todo aquella retórica
de controlar aeropuertos, fronteras, edificios estratégicos, se quedaba en eso,
en pura retórica, en humo, el gobierno central, a través del fiscal Maza (otro de los pilares del
independentismo, un cupero emboscado en la magistratura) echa gasolina al fuego
para reavivarlo cuando ya era ceniza humeante: encarcelamiento del
vicepresident y siete consellers seguido del exilio del presidente y cuatro
consellers. ¿Torpeza del gobierno?
Hago
mía al cien por cien la tesis de Podemos, explicada de forma magistral por Irene Montero en el Congreso de los
Diputados en una sesión que ha sido tapada por ese flamear de banderas rojigualdas
y esteladas: el PP se sirve de la crisis catalana para que pasen desapercibidos
asuntos gravísimos que atañen a su cúpula, al mismísimo presidente de la nación
Mariano Rajoy. Todas las
investigaciones en curso sobre la trama Gürtel acreditan que los apuntes contables
del tesorero del partido Luis Bárcenas
responden a una realidad, que una serie de altos dirigentes estuvieron durante años,
entre ellos el presidente, el señalado con cantidades manuscritas como M. Rajoy, percibiendo dinero negro de la
trama corrupta. El presidente de España no solo utiliza el problema catalán,
que se niega a resolver sentándose frente a frente con sus interlocutores, como
muñidor de votos de quienes lo ven como garante de la unidad de España, aunque
ha sido el político que con su inacción más la ha fragmentado, sino que además
lo utiliza como pantalla para ocultar la podredumbre de su partido, la
insoportable corrupción que lo anega y lo invalida democráticamente a seguir al
frente del gobierno. Pero no pasa nada. El PSOE ya se ha olvidado de una moción
de censura y apoyando el 155 sin fisuras juega a competir en unionismo con el
PP. Mal vamos, porque esa política, precisamente, multiplica de forma
exponencial el voto independentista en Catalunya.
El 21
están convocadas elecciones autonómicas en las que todos los partidos
independentistas van a participar para no quedarse fuera del parlamento (así es
que ellos mismos son los que reconocen que aquí ni hubo república ni
independencia, ni nada que se le parezca), aceptando las reglas del estado
centralista, y se pretende por parte de los dos bloques que se conviertan en un
plebiscito. Los partidos independentistas querrán superar a los constitucionalistas
en escaños y votos, y esperan conseguirlo con una clara mayoría. Parecida
estrategia van a seguir los partidos constitucionalistas, entre los que el PSC
se ha convertido en rehén (ese maldito selfie de Iceta con Albiol) de la
derecha y está perdiendo el poco crédito que le quedaba. Los soberanistas
concurren con una fractura interna propiciada por ERC, que quiere asumir el
liderazgo, un PDeCAT fragmentado, que va a perder muchos apoyos, y un president
en el exilio que quiere esgrimir su legitimidad y volver a ser restituido en el
Palau de la Generalitat con su cargo. Si quieren arrasar, a pesar de que en
absoluto comulgo con su proyecto, aconsejaría a los soberanistas que unieran fuerzas
y sumaran en una misma candidatura a ERC, PDeCAT, CUP y miembros destacados ANC
y Ómnium Cultural. Solo así podrán garantizar una amplia mayoría tanto en
escaños como en votos.
No es
ningún secreto adónde va a ir a parar mi voto este 21 de diciembre: a la
agrupación política que más sentido de país ha tenido durante todo este
conflicto inacabable, a la que ha criticado a unos por modales autoritarios y
antidemocráticos, condenando su violencia inaudita ante una consulta popular, y
a otros por tomar decisiones precipitadamente, al margen de su propia legalidad,
desoyendo a la oposición y abriendo un cisma dentro de la sociedad catalana con
un proceso inviable de independencia que no contaba con una mayoría suficiente,
la lista de Catalunya en Comú Podem
encabezada por Xavier Domènech, uno
de los políticos de izquierdas con la cabeza mejor amueblada, radical en su ideología
y pensamiento pero moderado en las formas.
Hay una
esperanza remota para desencallar este proceso a partir del 21 y es que una alianza
de progreso encarrile el nuevo encaje de Catalunya en España y se hable, de una
vez por todas y sin presos políticos en las cárceles. Dudo que Mariano Rajoy recoja el guante. Del
incendio se obtienen los mayores beneficios y de eso podría darnos clases Naomi Klein, que ha estado
recientemente entre nosotros, y su Teoría
del shock. Mientras siga en la palestra el shock catalán estarán fuera de
foco las condiciones precarias de los trabajadores de nuestro país, los
miserables salarios que perciben, los recortes sanitarios y sociales, las
libertades conculcadas por una represiva Ley Mordaza y la corrupción de los
grandes partidos estatales.
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