CINE / NEGRO, Y PREFERIBLEMENTE NORTEAMERICANO


CINE: NEGRO Y PREFERIBLEMENTE AMERICANO

Quienes me conocen saben de mi amor incondicional por el cine, a partes iguales que el que experimento por la literatura, hasta el extremo de que algunos de mis libros son tan visuales, o sensoriales, que bien podrían ser guiones cinematográficos que yo mismo llevaría a la pantalla si no fuera por una inmensa pereza que me desaconseja ponerme a estas edades detrás de una cámara.

Hace unos días me preguntaron que intentara hacer un listado de las que, para mí, son las mejores películas de género negro del séptimo arte e intenté hacer memoria.

En un lugar preeminente situaría Perdición de Billy Wilder, titulo español más acertado que el original Doble indemnización, en el que ese iluso vendedor de seguros encarnado por Fred MacMurray, un actor que nunca me gustó, caía en las redes de Barbara Stanwyck, buena actriz a pesar de que su físico no me dijera absolutamente nada, pero la película es soberbia de principio, que es el final, a fin.

Sin establecer un orden de prelaciones, no puedo olvidarme, por su delirante romanticismo, de Cara de ángel de Otto Preminger. El duro por antonomasia, Robert Mitchum, se rendía ante la locura cautivadora de Jean Simmons que aterra en esa secuencia final poniendo la marcha atrás a su vehículo para que ella y su amante vuelen hacia literalmente a la eternidad. Magistral y estremecedora historia de un amor fou.

Del gran John Huston, grande cuando se lo proponía, mediocre cuando con desgana filmaba películas de encargo, me quedo sin duda con La jungla del asfalto y ese plano final de un Sterling Hayden moribundo en un prado, porque los delincuentes jamás podían salir bien parados. El fugitivo de la justicia estaba predestinado a morir junto a los caballos que pacen a su lado.

Sin dejar a Sterling Hayden, ese actor inmenso en su físico y en su talento, Atraco perfecto, traducción engañosa de The killers, porque el atraco no puede ser perfecto por imperativo del código Hays, es una de las mejores películas de un Stanley Kubrick, joven en el que ya despuntaba su genialidad, con ayuda de los diálogos de Jim Thompson.



De otro genio, este maldito, Orson Welles, es esa Sed de mal antológica, o como convertir en obra de arte absoluta, gracias al formalismo y a la puesta en escena, una novela anodina de quiosco que cogió al azar el director de Ciudadano Kane para demostrar que el cine podía sublimar una historia mediocre, y salió más que airoso de su propio desafío al ofrecernos una de las películas más deslumbrantes de la historia del cine en la que el genio de voz engolada se arrogó la personificación del mal en ese inmenso policía corrupto llamado Quinlan y transformó a Charlton Heston, la esencia wasp, en el policía mejicano Vargas.

Orson Welles dio otra versión de la maldad, irónica y cínica, desde lo alto de la noria Prater de Viena, perspectiva que le hacía ver a los humanos como hormigas y con derecho a pisarlas, en la atmosférica película de Carol Reed El tercer hombre, de la que malas lenguas dicen que el propio Welles fue el encargado de rodar la secuencia de su persecución por parte de Joseph Cotten, su gran amigo y cómplice, por las cloacas de esa Viena desolada de la posguerra.
  
De Martin Scorsese, quien mejor ha sabido sacar partido al lado oscuro de Nueva York, cuando la Gran Manzana tenía rincones muy poco recomendables para andar por ellos, me quedaría sin duda con Taxi driver y su enloquecido conductor nocturno Robert de Niro, con corte de pelo a lo mohicano, ajustando cuentas, y sus estallidos de locura y violencia en el basural de prostitutas y yonquis.

El británico John Boorman convirtió la novela de culto A quemarropa de Donald Westlake en un film de violencia estilizada al servicio de un inmenso y despiadado Lee Marvin que cogía a uno de sus rivales, encamado con la sensual Angie Dickinson, y lo arrojaba directamente por la ventana sin más dilación. El mismo Lee Marvin que quería saber por qué le habían encargado liquidar a un John Cassavettes ciego en Código del hampa, relato de Ernest Hemingway llevado al cine por Don Siegel.

Lawrence Kasdan es sin duda alguna uno de los directores más brillantes de su generación y supo introducir la cuña sexual con eficacia en ese remake nada disimulado de Perdición llamado, explícitamente, Fuego en el cuerpo, el que anida entre las piernas alargadas de una Kathleen Turner, quintaesencia de la sexualidad (los cubitos de hielo en la bañera; el escozor del pene de su amante) que nubla literalmente la mente del abogado encarnado por William Hurt y la funde, película redonda en la que el espectador suda por la temperatura ambiente.

De la novela de James Cain El cartero siempre llama dos veces, prefiero la versión moderna, la de Bob Rafelson a la de Tay Garnett. De nuevo la sexualidad desbordante de una mujer, en este caso Jessica Lange (el coito en la mesa de la cocina) lleva al homicidio a ese pobre diablo encarnado por Jack Nicholson.

Sin dejar a Jack Nicholson, Roman Polanski rodó con él una de sus mejores películas, quizá la mejor, en ese film tan negro como romántico llamado Chinatown que uno no se cansa de ver por la perfección de su guion, uno de los mejores de la historia del cine, y por la famosa escena de las bofetadas que le propina el desnarigado detective a Faye Dunaway mientras ésta pronuncia, como una autómata, Es mi hermana, es mi hija, y el tiroteo final en Chinatown, con ese sostenido de claxon que indica que las balas acertaron y la tragedia se cierra.

Interpretada por también por Jack Nicholson es esa nueva versión de la novela de Friedrich Durrenmatt que hizo Sean Penn sobre una pederasta asesino de niños que se cierra con el actor policía retirado que se debe a un juramento (así se llama la película, El juramento),  a los padres de una de las víctimas mirando al cielo con rabia porque el destino castiga al culpable de los asesinatos, abrasado en un accidente de tráfico fortuito,  pero le quita la razón ante los suyos, amante y compañeros del cuerpo, que lo toman por loco, y en eso acaba convirtiéndose.


Un Benicio del Toro, que salía en la anterior película en un papel secundario de indio con las facultades mentales disminuidas y se disparaba en las dependencias policiales un tiro en la boca, es el personaje central de Sicario, la magistral incursión del canadiense Dennis Villeneuve en el infierno de Tijuana. El sicario que ayuda a los de narcóticos yanquis no tiene ninguna piedad con la familia del que ordenó matar a los suyos. La entrada del ejército de la DEA en la ciudad de Tijuana es una de las secuencias más impresionantes que uno recuerda.

Hay que ser muy mal director para hacer una mala película sobre una novela de Jim Thompson, y tanto Stephen Frears como Michael Winterbotton son muy buenos directores y Los timadores y El demonio bajo la piel son dos películas demoledoras con finales de tragedia griega que dejan clavado al espectador en la butaca. La madre sin escrúpulos que interpreta la desesperada Anjelica Huston, y ese policía malvado que susurra con la cara angelical de Casey Affleck, son dos interpretaciones que cortan la respiración.

No me olvido de Quentin Tarantino, del de sus inicios, no del de ahora, sencillamente insoportable y autorreferencial, del de Jackie Brown, por ejemplo, sin despreciar Reservor Dogs ni Pulp fiction, pero el papel de delincuente desastroso que hace en ella Robert de Niro es de los que llegan al alma. Bridget Fonda le busca las cosquillas y él la liquida en un parking por no oírla; luego se deja matar por Samuel L. Jackson, porque hasta él mismo se da cuenta de que es un desastre y ya no sirve para nada.

Me dejaba Antes de que el demonio sepa que has muerto, la despedida de un grande del cine americano, Sidney Lumet, o como algo que parece enormemente simple y sencillo, como es atracar la joyería de su anciana madre, se les va de las manos a los hermanos encarnados por Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke. Cuando el padre, encarnado por Albert Finney, averigua quien está detrás de la muerte de su esposa, se hunde el mundo y Abraham sacrifica a su hijo Isaac. 

La maldad humana da para infinitas historias desde que William Shakespeare alumbrara sus dramas. Y seguimos.



SUDÁFRICA Y EL APARTHEID. MARIDAJE ENTRE DOS GÉNEROS. EL TERRORÍFICO Y LA NOVELA NEGRA: 
África del Sur, durante los tiempos del apartheid, una etapa convulsa en la que los asesinatos y la violencia sexual están a la orden del día. Gobierna el país Pieter Botha, el gran cocodrilo, con mano de hierro. Bajo este ambiente sofocante y tenso sitúa José Luis Muñoz la historia de Paul Duncan, un colono blanco dueño de una fábrica de palmitos en lata que emplea trabajadoras de la etnia xhosa, un personaje elemental cuyas aficiones se reducen al fútbol, la caza, el whisky y la cerveza. Para él, como para la mayoría de los blancos de su país, la vida de un negro no vale ni un rand. La molicie de su vida y la de su familia se verá alterada bruscamente por un hecho de su pasado que le pasará factura. Traza José Luis Muñoz en Los perros una panorámica humana y sociológica de un país segregado por la política racista. La novela es un fresco presidido por un eje sicológico, la culpa, y por un eje geográfico, la ciudad de Kimberley, en Cabo Norte. En un alarde de arquitectura narrativa, que bebe de los clásicos del género negro, el autor simultanea el relato de los blancos habitantes africanos, dominadores y racistas, que se saben de paso, y el de los negros, apegados a su tierra, en un libro en el que los elementos de ficción y los históricos se funden con supersticiones ancestrales y el género policial marida con lo terrorífico.
LOS PERROS.







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