CINE / LA MUJER DEL ESPÍA, DE KYYOSHI KUROSAWA
La
mujer del espía
parte de una trama de espionaje aunque va más allá del género y se centra más
en la vertiente sentimental de la historia que en la intriga que suele
acompañar al género. La película está ambientada poco antes de la entrada de
Japón en la Segunda Guerra Mundial, cuando la potencia nipona invadió Manchuria
en lo que sería el inicio de una guerra despiadada contra China de la que hay
escasos testimonios cinematográficos más allá de la espléndida película Ciudad de vida y muerte de Lu
Chuan sobre las matanzas de Nanking. Yusaku Fukuara (Issey Takahashi),
director de una compañía comercial de Kobe, tiene en su poder unos negativos
tomados clandestinamente que atestiguan las atrocidades cometidas en Manchuria
y quiere hacerlos llegar a Occidente para denunciar a su país. Tras muchas
dudas y un amago de traición, su esposa Satoko (Yú Aoi), se hace
cómplice de su marido. Yasuharu Tsumoni (Masahiro Higashide), amigo de
Yusaku y pretendiente frustrado de Satoko, se hará cargo de una investigación
implacable para hacerse con los negativos.
Con una
puesta en escena elegante y demasiado fría, Kyyoshi Kurosawa aborda este
film de espías que, en realidad, bajo esa capa, gira en torno a la lealtad, la
de una esposa dubitativa entre el deber patriótico, en una época de
efervescencia nacionalista, y la fidelidad conyugal, venciendo finalmente ésta.
La mujer del espía está rodada mayoritariamente en interiores, y cuando
lo hace en exteriores se hace evidente la escasez del presupuesto (la esposa va a tomar un barco en el puerto
de Kobe y no hay ni un solo plano del puerto, del mar ni del buque sino de la
estación marítima, por poner un ejemplo que no es el único).
El film
del director japonés recuerda en muchos momentos la ambigüedad de algunas de
las mejores películas de Alfred Hitchcock (Sospecha, por ejemplo)
en la descripción de esa desconfianza latente entre marido y mujer: él, que no
quiere revelar el secreto de esos rollos que guarda en la caja fuerte porque no
confía en ella; ella, vencida por la curiosidad, que quiere a toda costa saber
de qué se trata y, en uno de los momentos, hasta denuncia al marido a su
antiguo pretendiente y ahora policía militar Yasuharu Tsumoni.
Le
falta pasión, fuerza narrativa, dramatismo y hasta crueldad (los
interrogatorios policiales a que someten a los sospechosos la policía son de
guante blanco) a este melodrama con final romántico abierto que no termina de
funcionar quizá también por el hieratismo interpretativo de sus actores
principales y que falla en algunos detalles nimios (se oye ruido de lluvia, en
una de las escenas exteriores, pero realmente no llueve en la calle), que si el
espectador advierte es que algo no funciona, o simplemente que no se mete en la
película.
Relatos sobre el amor, el que no siempre nos hace felices, porque una felicidad duradera, rutinaria, traiciona esa palabra mágica de cuatro letras, apaga su resplandor. Relatos sobre el desamor, la ausencia, la tristeza, la pasión. El sexo entreverado con el amor. La pasión que nubla los sentidos. Relatos de piel y orgasmos. Mascotas que lo propician, o lo frustran. Amores de octogenarios, de hombres con hombres. Niñas que fantasean con ser mayores. Lujuria desbordada en tiempos de Luis XIV y romanticismo de duelo por la mujer amada. Amores epistolares y epiteliales, platónicos y carnales, en tiempos de guerra o de paz. Despedidas y encuentros. Camareros testigos de amores prohibidos y camareras que los propician. Infidelidades y amantes secretas. Orgías de pago y pactos secretos. Habitaciones oscuras y amantes inquietantes. Amantes reflejados en un espejo y perros celosos. Frascos con licores verdes y amores que sólo habitan en la memoria. Pasiones que mueren por la rutina. Amores a tres bandas. Amantes quijotescos y pendencieros. Sirenas que te conducen a los abismos. Corazones robados y quejíos flamencos. Malditos amores.
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