SOCIEDAD / CRÓNICA DE UN DESASTRE ANUNCIADO

 


Tras veinte años de una guerra sin cuartel, después de la invasión estadounidense de Afganistán en busca de Bin Laden que costó 2,26 billones de dólares (imaginen si se reparten entre la población afgana), todo vuelve a ser igual en ese conflictivo y estratégico país de Asia. El avance fulminante de los talibanes sobre Kabul, la huída del gobierno y la desintegración del ejército afgano, que llegó a tener 300.000 efectivos, ha culminado con la caída de todo el país en manos de los rigoristas islámicos que aplican la sharia más estricta. Estados Unidos, y con ella las potencias occidentales, han abandonado una vez más a la población a su suerte y eso augura un futuro convulso, no solo para la región, sino para el mundo entero.

 


La drástica decisión de acabar con el Estado Islámico, que había conquistado un territorio ingente entre Irak y Siria, consiguió debilitar, de momento, el terrorismo yihadista y convertirlo en algo residual. Sin un referente, sin su potente aparato propagandístico que servía tanto para amedrentar a Occidente como para conseguir nuevas levas de muyahidines entre los desheredados europeos principalmente, la yihad se desinfló no sin dar brutales zarpazos en Europa. El emirato sucumbió a las bombas de la aviación y a la decisiva actuación, entre otros, de las milicias kurdas, algunas de ellas formadas por mujeres.

 


Permitir que los talibanes recuperen el poder es auspiciar de nuevo ese efecto llamada y potenciar el terrorismo internacional. Afganistán, que parece tan lejano, fue el epicentro del yihadismo cuando Estados Unidos cometió la enorme irresponsabilidad de armar hasta los dientes a los integristas musulmanes en su lucha contra la dominación de la URSS en una de las muchas guerras de baja intensidad que jalonaron la guerra fría y en las que las dos potencias se enfrentaban en territorios lejanos. De ese monstruo creado por Estados Unidos surgió Al Qaeda. De Al Qaeda, el Estado Islámico. Y de ahí un terrorismo ciego y fanático que golpea en todo el mundo.

 


Estados Unidos, desde que ganó la Segunda Guerra Mundial, no ha ganado una sola guerra y sus intervenciones militares, salvo la de la guerra de la exYugoslavia, no ha hecho sino empeorar los conflictos que, en teoría, quería apagar. La potencia americana es un bombero pirómano que primero destruye, luego construye y después se larga para que todo lo construido sea de nuevo destruido. Capitalismo salvaje. Y en medio de ese desastre humanitario, pingues beneficios. Las imágenes del aeropuerto de Kabul parecen antiguas, ya las vimos cuando EE.UU abandonaba a los suyos en Vietnam o Camboya. La gente agarrada a los trenes de aterrizaje de los aviones, corriendo delante de ellos, indican la desesperación y el miedo de buena parte de la población ante la llegada de los bárbaros.

 


La política errática de Estados Unidos, y la parálisis, por inacción, de Europa, incapaz de tomar ninguna decisión como no sea al amparo estadounidense, causan estos desastres. Los causó la absurda invasión de Irak, en busca de esas famosas armas de destrucción masiva inexistentes, que favoreció el nacimiento del yihadismo en un país en donde no existía, y lo causa ese abandono de Afganistán a su suerte. En esos veinte años de ocupación occidental ni se ha consolidado una democracia, sino una serie de gobiernos corruptos que han saqueado el país, ni se ha formado a un ejército que ha entregado la capital a las hordas talibanes sin disparar un solo tiro. Fracaso absoluto en un territorio que será nuevo banderín de enganche para los miles de terroristas durmientes y lobos solitarios de Europa que esperan esa chispa para vapulear nuestra acomodada sociedad occidental.

 


Al mismo tiempo que se instruía, mal, al ejército afgano que se ha volatizado en 24 horas (muchos de los varones que corren a hacerse un puesto en los aviones que despegan de Kabul deben haber quemado sus uniformes) se debería haber hecho el esfuerzo de ahogar financieramente a los talibanes arrasando los campos de cultivo de la amapola (el 90% de la producción mundial está ahí) y cortando el suministro de armas. ¿Quién está detrás de esos bárbaros? ¿Quién les vende armas, aparte de las que arrebataron a ese ineficaz ejército afgano? ¿Dónde está el sustento ideológico de esa turba fanatizada? Las cancillerías europeas y la Casa Blanca tienen esa respuesta: Arabia Saudita. Y resulta, oh paradoja, que Arabia es el aliado estratégico de Occidente, que nos da la mano derecha mientras que con la izquierda nos apuñala.

 

Hoy es un día triste para la civilización. Los bárbaros ganan la partida. El progreso recibe un golpe mortal. Duele Afganistán.



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