CINE / ÁGATA LYS VERSUS MARGARITA GARCÍA SAN SEGUNDO
Las muertes amargan este
fin de año que se solapa con una nueva variante del Covid. Con retraso
considerable, 40 días, y sin saber de qué, nos enteramos de la muerte de la
actriz conocida como Ágata Lys, musa
del destape español, ese subgénero erótico que afloró cuando el dictador estaba
tocado y la censura se disolvía. Eran tiempos de guiones infumables en los que
ella, Bárbara Rey, María José Cantudo, Mary Francis, Sandra Morazowsky, Nadiuska,
Amparo Muñoz, Susana Estrada y un nutrido elenco de chicas jóvenes y sexys debían
mostrar sus encantos en largas secuencias de aseo personal, un cine ínfimo que
no ha sobrevivido a su época y en el que Ágata
Lys rodó sin descanso al mismo tiempo que se exhibía en las revistas de
entonces: Interviú (varias portadas), Lib, Playboy y Penthouse, todas ellas
desaparecidas.
Como dato relevante
habría que decir que la vida de estas actrices, enterrado el boom del destape, tuvo una suerte
diversa y muchas veces el drama las acompañó convirtiéndolas en juguetes
rotos. Amparo Muñoz cayó en el pozo
de las drogas; Sandra Morazowsky, de
su balcón, un suicidio en muy extrañas circunstancias, y embarazada, cuando se
la relacionaba con el huido Emérito, que también se relacionaba, como todo el
mundo sabe, con otra diosa del destape, Bárbara
Rey, cuyo silencio hemos comprado con fondos reservados; la polaca
/alemana Nadiuska ha acabado en la
indigencia y con problemas mentales; y Mary
Francis recuperó su nombre verdadero de Paca Cabaldón para desaparecer del cine.
A alguien, en los
setenta, se le ocurrió la luminosa idea de teñir de rubio a Ágata Lys y lo cierto es que la
voluptuosa actriz vallisoletana daba el pego como la Marilyn Monroe española de la misma forma que la polaca Nadiuska era una réplica de Sophia Loren. Se hartó la musa rubia de
trabajar con los directores del momento, con Tulio Demicheli, Pedro
Lazaga, José Antonio de la Loma
(La nueva Marilyn), Julio Diamante, Javier Aguirre, Ignacio
Iquino, Paul Naschy, en filmes olvidables
o que deberían revisarse a efectos antropológicos porque retrataban una España
casposa y rijosa después de 40 años de nacional catolicismo, y luego dio un
giro brusco reorientando su carrera y se libró de ese cliché de chica sexy en
la que la habían encasillado.
Ágata
Lys recuperó el color natural de su pelo, y con él su personalidad, y en
1984, agotado el filón erótico, empezó a participar en buenas películas, a ser
actriz, en definitiva, y ahí están Los
santos inocentes de Mario Camús,
El regreso de los mosqueteros de Richard Lester, Asunto interno de Carlos
Balagué, Taxi de Carlos Saura o Familia de Fernando León de
Aranoa, entre otras, hasta el año 2004 en el que rodó su última película.
La noticia de su muerte me llena de
consternación y tristeza. Ella, y todo ese elenco de actrices (de recursos
dramáticos muy exiguos, hay que decirlo), fueron los referentes de una
generación que comenzó a respirar cuando el dictador fue sepultado en el Valle
de los Caídos. La libertad corría pareja a ese período de epicureísmo carnal
cuya imagen más sonada fue la del Viejo Profesor, el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, con la mirada
desviada hacia ese seno rebelde que afloraba del vestido de Susana Estrada. Margarita
García San Segundo no pudo superar la peor de las depresiones, la pérdida
de su amor, y murió en el olvido más absoluto. No siempre se entierra bien en
España. Ágata Lys llevaba muchos
años muerta.
Todo lo que quería saber sobre el amor y no se atrevía a preguntar. MALDITOS AMORES
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