CINE / LA ISLA DE BERGMAN, DE MIA HANSEN-LOVE
Decepcionante en todos sus tramos narrativos el último trabajo de la brillante directora francesa tras sus tres últimas y extraordinarias películas (Eden: Lost in music, El porvenir y Maya). Cine dentro del cine y en un escenario para mitómanos de Ingmar Bergman, la isla de Faro en donde vivió y rodó buena parte de sus obras, excusa que le sirve a Mia Hansen-Love para que sus protagonistas Chris (Vicky Krieps), una guionista, y su marido Tony Sanders (Tim Roth), un afamado director de películas de terror, expongan sus opiniones sobre el maestro sueco, su vida, no siempre modélica (mala o nula relación con alguno de sus hijos: ¿pueden los genios ser buenos padres o esposos?) y su cine (angustioso y atormentado salvo alguna excepción luminosa como Fanny y Alexander o Sonrisas de una noche de verano).
Una
primera parte, la del descubrimiento de la isla y sus escenarios, las películas
que van a ver en esa filmoteca monotemática en donde solo se proyectan filmes
del director, el paseo de Chris por la vivienda en donde vivió y murió Bergman
en compañía del estudioso Hampus (Hampus
Norden), puede tener un cierto interés hasta que entra en escena la
película que está escribiendo la propia Chris y cuenta de forma pormenorizada a
su marido mientras dan un paseo. Esa otra historia dentro de la película
principal es una especie de parche narrativo protagonizado por dos jóvenes,
Joseph (Anders Danielsen) y Amy (Mia Wasikowska), que se conocen a raíz
de la boda de una amiga común en la isla de Faro, que se incrusta en la trama
principal como relleno vacuo, para alargar el metraje, carece de sentido. Y
como broche final, la pirueta última: todo lo visto, incluida esa película
insertada, no es más que el rodaje de La
isla de Bergman. Ficción y realidad se confunden hasta no saber qué es una
u otra.
Comentarios