LITERATURA / VIVIR PARA CONTAR / ESCRIBIR TRAS AUSCHWITZ DE PRIMO LEVI
Habría que releer con cierta
frecuencia a Primo Levi y, sobre todo, debería ser objeto de materia de estudio
en los centros de enseñanza. El autor de Si
esto es un hombre, que terminó quitándose la vida y fue un modelo de
dignidad ética e intelectual, forma parte de aquellos escritores que como Jorge
Semprún, Hannah Arendt, Vasili Grosmman o Jean Améry arrojaron luz testimonial
sobre el genocidio del pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial. En Vivir para contar / Escribir tras Auschwitz están
algunos de los textos menos conocidos de Primo Levi sobre su experiencia al
límite en el Láger, artículos y conferencias relacionados con el Holocausto y
su negación. Para escribir este libro, he
usado deliberadamente el lenguaje mesurado y sobrio del testigo, no el lamentoso lenguaje de la víctima ni el iracundo lenguaje del vengador.
La literatura del autor de
la estremecedora crónica novelada Si esto
es un hombre se sustenta sobre el
compromiso ineludible de luchar contra el olvido y reivindicar la memoria de
los perseguidos y asesinados por el nazismo de los que él fue un sobreviviente.
Contradiciendo el conocido adagio de Theodor Adorno, Primo Levi, judío y
superviviente la barbarie nazi, demostró que era necesario escribir tras
Auschwitz para que esa locura no vuelva a producirse. ¿Puede justificarse este silencio? ¿Podemos justificarlo nosotros, los
supervivientes?
Primo Levi, en los escritos
reunidos en este libro, se pregunta sobre la barbarie del genocidio de unos
hombres contra otros: Somos hombres, pertenecemos
a la misma familia humana a la que pertenecían nuestros verdugos. Unos
verdugos que tenían el mismo aspecto que sus víctimas, que en un momento de sus
vida se deshumanizaron para convertirse en psicópatas: También ellos, los grandes responsables, son Menschen; la materia prima
de la que están hechos es la nuestra, y no costó mucho trabajo ni fue precisa
una verdadera coacción para transformarlos en fríos asesinos de millones de
otros Menschen: bastaron algunos años de escuela perversa y la propaganda del
doctor Goebbels. Alerta de la posibilidad de que no hayamos aprendido nada
de esa atroz experiencia: Somos hijos de
aquella Europa donde está Auschwitz: hemos vivido en el siglo en el que se ha
torcido la ciencia y que ha alumbrado las leyes raciales y las cámaras de gas.
¿Quién puede estar seguro de que es inmune a la infección?
Resalta Primo Levi el
carácter industrial de esa fábrica de la muerte (Sus cuerpos se quemaban en instalaciones colosales, construidas para
este propósito por la honorable Topf e hijos de Efturt) que se convirtió,
además de matadero, en un negocio infame:
Tras la liberación, se encontraron
en Auschwitz siete toneladas de pelo de mujer. La sistematización alemana,
su carácter empresarial, la monstruosa frialdad de su comportamiento durante
los años del nazismo, hace que se mire a las víctimas como simple materia prima
a procesar en los campos de exterminio: El
gas era producido por ilustres industrias químicas alemanas, y a fábricas
alemanas iba el pelo de las mujeres masacradas y a los bancos alemanes el oro
de los dientes extraídos a los cadáveres. Se pregunta sobre la incredulidad
ante esa matanza espantosa por sus dimensiones hasta ahora nunca conocidas: Esbozaban una masacre de proporciones tan
bastas y de una crueldad tan desmedida que el público tendía a rechazarlas por
su propia enormidad.
Rechaza Primo Levi
frontalmente que el genocidio sea el producto de una guerra: Pero Auschwitz no tiene nada que ver con la
guerra, no es un episodio bélico, no es una forma extrema de la misma. La
guerra es un triste hecho de siempre: es despreciable, pero está en nosotros,
es un arquetipo, está germinalmente en el crimen de Caín, en cualquier
conflicto entre individuos. Y que dicha operación monstruosa de intentar
hacer desaparecer de la faz de la tierra al pueblo judío fue fruto de una
planificación rigurosa y estudiada al milímetro por sus ejecutores: Pero en Auschwitz no hay cólera: Auschwitz
no está en nosotros, no es un arquetipo, está fuera del hombre. Los autores de
Auschwitz, que aquí se nos presentan, no se dejan llevar por la ira o el
delirio: son diligentes, tranquilos, vulgares y planos; sus discusiones,
declaraciones, testimonios, aún los póstumos, resultan fríos y vacuos.
En buena parte de sus
escritos se pregunta Primo Levi sobre la responsabilidad del pueblo alemán en
todo lo que sucedió, sobre la imposibilidad del no saber que se esgrimió cuando se descubrieron las cámaras de gas,
porque si el crimen fue posible fue gracias a los que colaboraron activamente
en él, denunciando a sus víctimas para quedarse con sus patrimonios, o miraron
hacia otro lado por comodidad moral. ¿Sobre
quién pesa la culpa del mal cometido, o que se dejó cometer? ¿sobre el
individuo que se ha dejado convencer o sobre el régimen que lo ha convencido?
se pregunta. Porque hay que resaltar que Hitler llega al poder gracias a los
que le votaron, un tercio de la población alemana, y se convirtió en el Fhürer
del pueblo alemán por la entusiasta voluntad de la mayor parte de los alemanes:
Es cierto que queda mucho por descubrir y
explicar sobre las motivaciones de la masacre, sobre la distribución de las
responsabilidades y sobre la parálisis de las conciencias que caracterizó a la
Alemania nacionalsocialista. Esgrime argumentos de peso para denunciar el
silencio del pueblo alemán sobre lo que estaba sucediendo: Los mismos prisioneros fueron obligados a desenterrar aquellos restos
lastimosos y a quemarlos en hogueras al aire libre, como si una operación de
estas proporciones y tan inaudita pudiera pasar completamente desapercibida.
Acusa al tejido industrial y empresarial, que fue juzgado con una benevolencia
insultante en los juicios de Nüremberg, esas grandes familias que apoyaron el
nazismo como Krupp, Thyssen, Bayer, Voss (Schindler fue una honrosa excepción
entre la miseria moral de los demás), de connivencia con el genocidio y de
lucrarse con él de forma directa: Los
crematorios fueron proyectados, construidos y probados por una empresa de
nombre Toft y radicada en Wiesbaden todavía en activo, al menos hasta hace
escasos años: construye crematorios para uso civil. Es poco probable que los
empleados de estas empresas no se dieran cuenta de la finalidad de las extrañas
instalaciones encargadas por los mandos de las SS. Y cuantifica, si es que
se puede, a los responsables que jamás fueron juzgados, a los colaboradores
necesarios para que esa barbarie sistemática cumpliera su siniestro fin: Los responsables, aunque sólo sea por
omisión o connivencia, se cuentan aún hoy por centenares de miles. Para
acabar preguntándose una y otra vez sobre la responsabilidad del pueblo alemán
que optó por el nazismo y lo arropó masivamente durante la Segunda Guerra
Mundial: ¿Puede considerarse, y en qué
medida, la existencia de una responsabilidad colectiva del pueblo alemán por
los crímenes de genocidio?
El escalpelo de Primo Levi
se extiende también a esa Francia vencida que colaboró con el nazismo desde el
gobierno de Vichy: Detrás de estas
tentativas de redimensionamiento, quizá no se esconda solamente una búsqueda de
ruido periodístico, sino la otra alma de Francia, aquella que deportó a Dreyfus
a la Guayana, aceptó a Hitler y siguió a Petain. Y carga contra el cínico
negacionismo de lo evidente que llega hasta nuestros días: Aquel profesor Faurisson que el año pasado intentó obsesivamente que se
hablara de él sosteniendo que las cámaras de gas de Auschwitz no habían matado
a nadie y que, en realidad, habían sido construidas después de la guerra con el
objetivo de difamar al régimen nazi.
Frente a los que intentan comparar
el genocidio nazi con el Gulag estalinista, Primo Levi es meridianamente claro:
Nadie ha atestiguado jamás que en el
Gulag se llevasen a cabo selecciones como las de los Lager alemanes, tantas
veces descritas, donde a los médicos de las SS les bastaba una ojeada de frente
y otra por la espalda para decidir quién podía seguir trabajando y quién debía
ir a la cámara de gas. Contrapone al horror estalinista, que masacró por
hambruna fundamentalmente, y esgrime la naturaleza perversa del Holocausto nazi
que lo hace único en la historia de la humanidad: El exterminio de los judíos no fue la consecuencia de una acción de
guerra. Fue un crimen planeado fríamente, teorizado por una ideología fanática
y bárbara. No me parece que haya ocurrido otras veces a lo largo de la historia
una masacre a una escala tan enorme y que haya sido preparada por una
persecución tan larga y cruel.
Y de esa responsabilidad en
lo sucedido no se libran tampoco las potencias que tumbaron al nazismo, los
aliados que derrotaron a Hitler para los que no fue prioridad liberar los
campos de exterminio cuya existencia conocían sobradamente: Es verdad que los americanos rechazaron
bombardear las líneas ferroviarias que conducían a Auschwitz mientras que
bombardearon en abundancia la zona industrial contigua; y también es verdad que
probablemente, la omisión de socorro por parte de los aliados se debió a
motivos sórdidos, es decir, al temor a tener que acoger y a mantener a millones
de refugiados o de supervivientes. La humanidad, en su conjunto, fue
responsable de lo sucedido, casi nadie estuvo libre de culpa salvo las víctimas
de esa tragedia: Culpables en menor
medida, pero siempre despreciables, los muchos que consintieron a sabiendas y
los muchísimos que evitaron saber por hipocresía o poquedad de ánimo.
Un Primo Levi desengañado
con la naturaleza humana, escéptico de que el Holocausto sea una lección
aprendida que nunca vuelva a repetirse: Nunca
he tenido fe en el instinto moral de la humanidad, el del hombre bueno por
naturaleza. El intelectual italiano alerta sobre lo que puede venir sin
saber que, de nuevo, el fascismo regresa a su patria de nacimiento votado por
sus electores para que la historia sea un bucle infernal que se repita
constantemente: El fascismo es un cáncer
que prolifera rápidamente y nos amenaza con una recidiva: ¿es demasiado pedir
que nos opongamos a él desde el principio?
Pues en eso estamos con una
Italia que gobernará una admiradora confesa de Mussolini. No aprendemos. No
queremos aprender. La sombra de Caín es alargada.
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