SOCIEDAD / REFLEXIONEMOS
El 23 de julio España se juega su modelo de
país aunque las derechas hayan escenificado entre ellas que de lo que se trata
es de acabar con el sanchismo, esa excrescencia radical del PSOE, según ellos,
con la que ni siquiera comulgan muchos de sus dirigentes (la vieja troika de la
pana ahora mucho más próxima del PP que del partido fundado por Pablo Iglesias)
y votantes. Las derechas barrieron el pasado 28 M a las izquierdas de este país
no solo por el abstencionismo de los votantes de Unidas Podemos (formación que
se ha empeñado en disolver Yolanda Díaz en Sumar), cansados de las luchas
intestinas por monopolizar ese espacio a la izquierda del PSOE y que,
quedándose en casa, emitieron su voto de castigo, sino también por esa fuga de
votos (entre un 10 a 13 por ciento) de un PSOE que consideraban muy escorado a
la izquierda a un PP que parecía copar el centro, pero el problema lo tiene
ahora el PP que aparece como marcado por su escisión claramente franquista
(algo más que la marca oficial) de VOX con quien ha tenido que pactar en
comunidades autónomas y municipios y que entrará con toda seguridad en el nuevo
gobierno de la nación (Santiago Abascal de vicepresidente, Ortega Smith de
ministro de interior, Jorge Buxadé de ministro de cultural y que Dios nos coja
confesados). Las consecuencias de esa entente derechista (ahí Pedro Sánchez ha
demostrado habilidad política al convocar tan rápidamente las elecciones para
que se visibilizaran los pactos de la vergüenza en Extremadura, Valencia,
Aragón y Canarias) han quedado meridianamente expuestas: censura cultural con
la prohibición nada menos que de obras de Virginia Woolf (Orlando) y William
Shakespeare (Romeo y Julieta), retirada de la simbología LGTBI, supresión de
concejalías relacionadas con la violencia de género, que VOX rechaza, e
igualdad y un tufillo que a los más mayores nos retrotrae a épocas felizmente
superadas.
De un tiempo a esta parte, y seguramente por
la dejación de la izquierda, que alguna autocrítica debería hacer para que
hayamos llegado a este punto, ha cambiado por completo el paradigma social. Si
hace unos años el voto a la derecha y a la extrema derecha era vergonzante
(pocos se atrevían a declararse abiertamente de derechas, los votantes del PP
hasta ocultaban su intención de voto en las encuestas), ahora sucede
exactamente lo contrario, que los que votan derecha y extrema derecha se
muestran orgullosos y desafiantes de su predilección electoral, que entre determinada juventud, y eso es lo más
preocupante, las actitudes machistas, xenófobas y abiertamente fascistas están
bien vistas y no es algo que hayan de ocultar. Por otra parte la generación de
los luchadores antifranquistas va desapareciendo por ley de vida con lo que la
memoria democrática de este país se va resintiendo (si se pregunta a buena
parte de la juventud quién fue Franco el desconocimiento resulta desolador:
casi nadie lo conoce aunque el exhumado del Valle de Cuelgamuros siga teniendo
muy atado el país).
En estas elecciones, como viene sucediendo
desde hace tiempo, se va a dar la paradoja de que muchos de los votos que van a
ir a la derecha y extrema derecha van a venir de esas clases trabajadoras
explotadas que no llegan a fin de mes y que tradicionalmente votaron a la
izquierda. La conciencia de clase hace decenios que se ha perdido, los
sindicatos han dejado de ser plataformas de lucha y reivindicación obrera para
ser gestorías, y el mismo paradigma de la clase trabajadora ha sufrido una
transformación extrema: ya no hay grandes centros fabriles con miles de
obreros reivindicativos y con fuerza social sino infinidad de microempresas con
pocos trabajadores temerosos de reivindicar sus derechos, muchos de esos
obreros de antaño se han convertido en autónomos o en esa añagaza que subvierte
su condición y que se llama emprendedores, ha desaparecido, de no ejercitarlo,
el músculo de la lucha social que se vio a finales del pasado siglo en las
marchas de la dignidad que se saldaron con manifestaciones masivas, unos medios
de comunicación privados que, en su mayoría, envilecen, deforman, calumnian y
son expendedores de fake news sin que tengan consecuencias penales, una falta
de conciencia crítica desde las escuelas...
Suele decirse que no hay tipo más tonto que
un obrero de derechas, que siendo explotado se muestre agradecido y sumiso ante
sus explotadores con la promesa de empleos basura. Solo de ese modo se explica
que en una reciente intervención del líder de la derecha Núñez Feijóo. el
público estallase en aplausos cuando, entre sus muchas promesas de derogación
de las leyes del sanchismo, abogó por suprimir el impuesto a la grandes
fortunas. ¿Tenían los asistentes cuentas en las Islas Caimán? ¿Sueñan con
amasar fortunas?
El ticket Feijóo-Abascal no tiene otra meta
que derogar el sanchismo según dicen una y otra vez de forma machacona sin
aportar nada más a un programa vacío de contenidos que no sustenta ninguna otra
propuesta que no sea una bajada de impuestos para que los servicios públicos
vayan desapareciendo paulatinamente y vayan siendo sustituidos por los privados
en sanidad y educación, los dos últimos nichos económicos que les queda por
fagocitar al capitalismo del que ellos son sus representantes. Y, ¿qué es ese
sanchismo demonizado con ataques personales al actual presidente del gobierno
que ha llegado hasta el insulto desde los medios de comunicación afines?
El sanchismo es haber combatido la pandemia
con un estado de alarma que evitó muchas más muertes de las que se produjeron
pese a los palos en las ruedas que puso la derecha patriotera de la pulserita;
el sanchismo fue blindar con ERTES miles de puestos de trabajo que con la
pandemia del COVID se habrían perdido; el sanchismo fue implementar la Ley de
Memoria Democrática para recuperar los miles de cuerpos esparcidos en las
cunetas víctimas de la represión franquista y darles entierro digno y
reparación a sus familias; el sanchismo es dotar de un escudo social a los más
frágiles de nuestra sociedad mediante el Ingreso Mínimo Vital; el sanchismo es
subir un 8 por ciento las pensiones y blindarlas con el IPC; el sanchismo es
subir el salario mínimo hasta un 8 por ciento; el sanchismo es convertir los
empleos temporales en fijos y reducir el desempleo; el sanchismo es sufragar el
elevado precio de los combustibles con ayudas directas a los consumidores; el
sanchismo es abogar por la sanidad y la enseñanza públicas; el sanchismo es
haber conseguido la excepción ibérica para reducir los precios de la energía;
el sanchismo es una política de diálogo para apagar el incendio provocado en
Cataluña por los independentistas y el gobierno del PP asumiendo el coste
electoral que tendría; El sanchismo es defender al colectivo LGTBI y a las
mujeres de los mensajes de odio y machistas. ¿Y eso es lo que va derogar el
ticket Feijóo-Abascal?
Frente al sanchismo la ráfaga de mentiras
disparadas por Núñez Feijóo en su entrevista en la televisión amiga (el grupo
A3 Media), ejemplo del periodismo chapucero que contó con la complicidad
silente de dos periodistas indignos de ser llamados así, Ana Pastor y Vicente
Vallés. Primera: El juez archiva la causa del caso Pegasus por falta de
colaboración del gobierno. Mentira: lo hizo por falta de colaboración del
gobierno de Israel. Segunda: VOX firmó en su día el pacto de Estado contra la
violencia de género y Unidas Podemos no lo hizo. Mentira: fue justo al revés.
Tercera: el PP votó a favor de la revalorización de las pensiones: Mentira,
votó en contra. Tercera: Núñez Feijóo afirmó haber calificado 2500 viviendas
protegidas mientras fue presidente de la Xunta. Mentira: apenas una docena.
Cuarta: España fue el último país en recuperar el PIB prepandemia. Mentira:
España tuvo un crecimiento interanual del 4,2, cuatro veces más que en la UE.
Quinta: La UE derogará la excepción ibérica. Mentira: la UE nunca se ha planteado hacerlo. Quinta: Feijóo culpa a Sánchez de la quiebra de Caja Madrid.
Mentira: la quebró el PP, Miguel Blesa y Rodrigo Rato como bien sabe el líder
del PP. Una batería de mentiras encadenadas, diseñado por Miguel Ángel
Rodríguez, que consiguió su fin: descolocar y sacar de sus casillas al
presidente del gobierno. Alarde de trumpismo el de la televisión privada en la
que Núñez Feijóo se sintió tan a gusto sin que la verificadora de datos Ana
Pastor dijera esta boca es mía.
Frente ese cara a cara basura de la
televisión privada, el debate a siete y a tres de la televisión pública,
moderados por el periodista Xavier Fortes, o la visible incomodidad de Núñez
Feijóo cuando la periodista Silvia Intxaurrondo le afeó sus datos falsos en
plena entrevista con un Eso no es cierto,
señor Feijóo, marcan el abismo existente entre lo privado y lo público. El
líder del PP rehusó asistir a ese debate a cuatro en la televisión pública y lo
perdió sin estar y lo habría perdido de estarlo porque Yolanda Díaz, que conoce
muy bien al líder de la derecha y sus debilidades (la amistad con el narco
Marcial Doral que todo el mundo conocía en Galicia) lo habría machacado del
mismo modo que machacó a Abascal que, para ser el representante de la extrema
derecha franquista, estuvo muy comedido para captar el voto del PP, la
derechita cobarde, ausente. En ese debate a 3, como en el anterior debate a 7,
el tándem PSOE-Sumar desplegó la batería incuestionable de aciertos del
gobierno de la nación que quiere cargarse de un plumazo el gobierno PP VOX el
próximo 23 de julio si dan los números.
La ciudadanía está suficientemente informada,
o puede estarlo si lo quiere (esa es otra cuestión porque el votante de
derechas a menudo se parece al hooligan
de un club de fútbol, fiel a su equipo haga lo que haga), antes de depositar
ese voto decisivo en las urnas el próximo domingo, y debe optar entre un
retroceso en lo económico, social y cultural de este país con ese tándem
formado por un partido corrupto una y otra vez condenado en los tribunales por
sus actividades delictivas (si algún partido merece ser ilegalizado sería el PP
por todo su historial) y una formación nostálgica del nacional catolicismo que venera
al Caudillo, o un gobierno de progreso formado por PSOE y Sumar que coloque a
nuestro país entre los más avanzados en derechos sociales de Europa, entre un
presidente marrullero como Feijóo, la voz de su ama Isabel Díaz Ayuso que es la
mano que mece la cuna, desinformado y mentiroso, y un presidente formado, que
habla idiomas, se crece ante las adversidades, arriesga por el bien de la
ciudadanía y tiene prestigio europeo.
Es el pueblo el que decide y es responsable de sus actos. Es ese pueblo
el que en Italia ha colocado a la fascista Meloni, en Hungría al reaccionario y
xenófobo Orban, en Polonia al ultraconservador Mateusz Morawiecki, entre otros.
Dos modelos enfrentados los que se verán las caras este 23 de julio, hijos de
esas dos Españas que no son historia sino presente.
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