SOCIEDAD / TANTO ODIO
Tanto odio en esos desalmados que dispararon
a sangre fría contra civiles desarmados, los secuestraron, los asesinaron, aún
los retienen en subterráneos, ancianos, mujeres, niños, jóvenes con futuro por
delante. Tanto odio en ese ejército vengativo enviado por un nuevo rey Herodes
que asesina impunemente niños palestinos a conciencia para que no se conviertan
en vengadores de sus padres, madres, hermanos muertos, que asesina jóvenes que,
al contrario de los secuestrados, no tienen ningún futuro porque nacieron y
seguramente morirán en un campo de exterminio a cielo abierto en donde a diario
caen bombas como la que mató hace unos días en un hospital a esa niña que ya
había perdido las piernas.
Estos días navideños de compras compulsivas,
de comer hasta reventar, de beber hasta perder el sentido y de una alegría
impostada, porque sencillamente toca estar alegre, la sangre nos salta de la
pantalla del televisor a la cara y ya hemos normalizado que humeen las ruinas
de esa Gaza destruida en lo que es una limpieza étnica, un genocidio
planificado, un Guernica a lo bestia. Ese es el belén real en donde reina el
odio más salvaje por el semejante. Un holocausto no justifica otro holocausto,
he leído en alguna parte. La sed de venganza no puede saciarse con la sangre de
veinte mil inocentes masacrados por uno de los ejércitos más poderosos del
mundo. Pero entre tanto odio desatado, destacan algunos odios particulares.
¿Llegaremos a cien mil muertos? Es posible. Israel se ha convertido en una
máquina de matar y nadie le pone freno. Serbia se había convertido en una
máquina de matar a los bosnios hasta que fue bombardeada por la OTAN. ¿Quién va
a bombardear Israel? Nadie. Ni siquiera los países que abogan por su
destrucción total.
Hace unos días unos soldados israelíes asesinaron a sangre fría a tres de sus compatriotas secuestrados que se entregaban a ellos medio desnudos, para hacer visible que no portaban armas, y enarbolando una bandera blanca en la que podía leerse “auxilio”. Dispararon sobre ellos, a sangre fría, y los mataron, del mismo modo que están matando a casi todos los rehenes secuestrados por los terroristas de Hamás, porque su liberación, contra lo que afirma el gobierno fascista de Israel, no es prioritario sino una excusa para arrasar Gaza. La reacción de la madre de uno de esos tres secuestrados por Hamás y asesinado por el ejército israelí, fue, para mí, sorprendente. Exoneró de toda culpa al soldado que a sangre fría abatió a su hijo. Realmente no entiendo su actitud a no ser que sea movida por un fanatismo extremo y un odio visceral hacia el contrario. Hamás secuestró a su hijo, Israel lo asesina.
Ese asesinato, que se ha hecho público, evidencia la catadura moral del ejército invasor que está arrasando Gaza para no dejar piedra sobre piedra: no se hacen prisioneros, se mata a los que se entregan, no hay normas, exactamente como obran los terroristas con sus víctimas. Se asesina a los que se rinden y no ha habido dentro de las filas del ejército israelí la más leve amonestación a ese soldado que asesinó a tres rehenes sino un consejo genérico de sus mandos a la tropa ahíta de sangre inocente: “Tomaros un segundo antes de apretar el gatillo, aseguraros de que es el enemigo y no un rehén o un civil.” Algunos dirán que así son las guerras, que se cometen en ellas un sinfín de tropelías, que sacan de nosotros lo peor que tenemos dentro sencillamente porque se haga lo que se haga no tiene consecuencias y se ha abierto la veda de caza al humano. Asesinan palestinos, y hasta rehenes israelíes, porque pueden, porque nadie se lo impide ni se castiga de modo ejemplar al que vulnera las reglas de la guerra, porque hasta la madre de esa víctima, lejos de condenar a los asesinos de su hijo, de odiarlos con toda su alma, los anima a que sigan matando inocentes en su sed de venganza. Tanto odio.
Una locura tanto odio que se está
sembrando bajo los escombros.
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