CINE / POBRES CRIATURAS, DE YORGOS LANTHIMOS
No es bueno para un director de cine creerse
un genio, aunque hay algunos, inmodestos, que se lo creen, ni ir de provocador.
Dalí solo ha habido uno. El griego Yorgo Lanthimos (Pangrati, 1973) saltó al
estrellato internacional con una película áspera y esquemática donde las haya
llamada Canino. Con las siguientes
películas de holgado presupuesto y con presencia actoral internacional, Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado, rozó lo insoportable en su
extravagancia, pero hubo quien alabó esos dos filmes pretenciosos,
superficiales y aburridos hasta decir basta. La sorpresa la dio con La favorita, una película de época
impecable rodada con exquisito gusto y contención que no parecía suya. La
última, Pobres criaturas, que se
postula para arrasar en la carrera de los Oscar, es un monumento a lo kitsch
que deslumbra en los primeros fotogramas, por el espectacular diseño de
producción que nadie le niega y será recompensado, pero que acaba cansando una
vez los ojos se sacian de tanta originalidad y pretendida subversión.
El doctor Godwin Baxter (un William Dafoe con
el rostro lleno de costurones que es de lo mejor de la función) consigue
revivir a una suicida que se arroja a un río estando embarazada trasplantándole
el cerebro del bebé que esperaba: el resultado es Bella Baxter (Emma Stone, que
repite con el director, y es sin duda la guinda del pastel), una niña metida en
el cuerpo de una mujer adulta para la que el doctor es sencillamente Dios. El
ayudante del doctor, el joven Max McCandles (Ramy Youssef), encargado de anotar
la evolución de Bella y educarla en su comportamiento social, acabará
enamorándose de ella y pidiéndola en matrimonio, pero la mujer niña se dejará
arrastrar por Duncan Wedder (Mark Ruffalo), un seductor que la lleva a conocer
mundo, la saca de su jaula de oro en la que siempre estuvo encerrada y le
descubre el sexo, y es a través de un sinfín de experiencias sexuales con él y
con los clientes de un burdel parisino en el que presta su servicios, que Bella
Baxter va madurando y tomando conciencia de su poder.
La película tiene la apariencia visual de un
cuento infantil para adultos. Los escenarios de Lisboa, París, el trayecto en
mar hasta Alejandría, el interior del barco, recreados por IA, resultan fascinantes.
Las secuencias en blanco y negro, sobre todo, son de un virtuosismo exquisito
gracias a una fotografía bellísima. Las rodadas en color remiten a los de las
postales de época. Yorgo Lanthimos funde lo victoriano, lo surreal y lo punk en
esta versión femenina de Frankenstein cuyo resultado es un monstruo libérrimo
ávido de sexo. Hay humor, imaginación (esos eructos del doctor Baxter
encapsulados en burbujas que explotan; los gansos/perro que corren por el
jardín de la residencia del doctor; el coche de época que lleva una cabeza de
caballo cortada), secuencias hilarantes (el baile de salón entre Bella y Duncan
Wedder), chistes visuales y orales constantes en esta historia barroca y
bizarra de iniciación. La fascinación formal que pueda tener el último film de
Yorgo Lanthimos, gracias a su deslumbrante diseño de producción (yo me quedo
con Amelie, puestos a comparar, y con
todas las películas de Jean-Pierre Jeunet) se amortiza a la hora de proyección
por saturación, porque tras esa deformidad resaltada por el empleo casi
constante del objetivo ojo de pez, que Yorgo Lanthimos parece haber descubierto
y utiliza sin ton ni son, y una planificación enloquecida se esconde la nada
absoluta de una enorme burbuja de aire, como las que expele continuamente el
doctor Baxter cuando eructa después de comer.
Quien quiera ver un mensaje de liberación
femenina porque Bella, cuando se encuentra con su verdadero marido, Alfie
Blessington (Christopher Abbot), un militar tan machista como estúpido al que
le trasplanta el cerebro de una cabra y lo tiene a cuatro patas en su jardín
comiendo hierba (autorreferencia del director a Canino en donde los hombres ladraban como perros), allá él. Bonito
envoltorio, eso sí, para una película que sufre un proceso de jibarización en
cuanto uno sale del cine y de la que destacaría la prodigiosa interpretación de
Emma Stone.
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