LITERATURA / NADIE CORRE MÁS QUE EL PLOMO, DE IGNACIO MARÍN
Si hay que poner un ejemplo
de lo que debe ser una novela negra, la segunda de Ignacio Marín (Madrid,
1984), escritor y periodista afincado en Vallecas tras Edificio España, publicada en 2022, un policial sobre el
tardofranquismo y las desigualdades en el Madrid de los años 70, cumple todos
los requisitos del género: velocidad narrativa, personajes bien dibujados,
trama bien construida, raigambre social, lenguaje brillante y adecuado a lo que
se narra, final impactante y además, y no es una minucia, título perfecto: Nadie corre más que el plomo.
El autor, que además es un
activista cultural que dirige Vallecas
negra, el primer festival de novela negra de su popular barrio, y colabora
con sus artículos de denuncia social en Vallecas
va, retoma al policía protagonista de su anterior entrega y lo sitúa en la
nada modélica Transición — Ni las
iglesias servían ya como refugio en esa Transición de sangre y plomo.—en la
que aún eran muy visibles los tics franquistas, y de tranquila—… en unos años en los que los
muertos, ya fuera por terrorismo, en enfrentamientos con la policía o por
cualquier tipo de crimen, se contaban por decenas cada semana. —, como bien ha documentado
Mariano Sánchez Soler, nada aunque se nos haya querido vender exactamente lo
contrario. Una transición hacia la democracia que se hizo sin depurar a una
policía franquista: El seno de la Policía
tampoco se modernizó, más bien lo contrario, parecía como sí con la llegada de
la democracia la impunidad de torturadores y corruptos hubiese incluso
aumentado.
Eugenio Martín, subdirector
del Cuerpo Superior de la Policía—Es
difícil quererse incorruptible en un cuerpo gangrenado.—, viaja desde
Madrid a Benissa de la Safor, pueblo de pescadores de la costa levantina en el
que reina una especie de omertá —Mientras, allá afuera, el pueblo callaba con
ese silencio tan característico que provocaba el miedo.—, con el objeto de
investigar el asesinato de un alcalde. Al policía le persiguen los fantasmas del pasado —Nunca superará lo que pasó en el edificio España. ¿Verdad? Y lo de
Vitoria fue una puntilla.., le dice uno de los suyos—, lo que hizo o vio hacer
en una época en la que el cuerpo era un ente poderoso e impune que no debía dar
cuentas a nadie de lo que hacía: Lo torturábamos porque ese
día le había tocado a él, Aquello era la guerra: o ellos o nosotros. Ni nos
importaba lo que pudiera decirnos. Lo habíamos acallado como al segundero del
reloj. Pero sus ojos gritaban en silencio. Incluso cuando ya no respiraba.
Gritos que aún retumban en mi cabeza.
Ignacio Marín denuncia el
machismo de esa sociedad patriarcal que se resistía a cambios drásticos: Lo hizo además en una época en la que cualquier paso que dieran las
mujeres tenía que ser un paso de plomo, bien cimentado, porque como en un
descuido, el sistema retrógrado y machista las haría retroceder ya no a pasos
sino a saltos.
El novelista maneja dos
puntos de vista narrativos, el de Eugenio y Paco, su amigo junto con Rosa en la
población, más una serie de flash backs
esclarecedores, e introduce un elemento mágico y telúrico que resulta
determinante: la Polseguera, —Por esa
Polseguera roja que hacía aquel lugar más fascinante y misterioso de lo que ya
de por sí era el Levante.—, un viento extraño que lleva consigo tierra en
suspensión: Y todo es rojizo, más que
rojizo, rosa claro, como salmón, como una pintura desgastada por el acoso del
sol. Todo, la arena, el mar, la barraca, todo tiene ese color. Parece como si
lo hubiese todo a través de unas gafas pintadas de rosa.
Hay tiroteos narrados con
precisión cinematográfica —Eugenio salió a toda prisa,
sorteando el cuerpo tendido del pistolero herido. Se retorcía violentamente
mientras trataba de detener la hemorragia del cuello, que manaba como un grifo
abierto.-—, ritmo creciente que se acelera en el último
cuarto de la novela, excelentes descripciones —El cielo encapotado, el mar encabritado, incluso el viento, que parece
transportar esa tierra colorada como en una tormenta de arena. / La vivienda de
Febrer era una construcción cúbica, moderna, acristalada casi en su totalidad,
que parecían nacer directamente en las rocas, proyectándose desde ellas como si
fuera una especie de nave alienígena.—, denuncia de la especulación
inmobiliaria que se sirve de la gallina de los huevos de oro del turismo y,
sobre todo, verismo narrativo, porque nada está impostado, ni el lenguaje ni la
brillante resolución del conflicto.
Res escapa a la Polseguera. No dejen escapar esta novela.
UNA NOVELA NEGRA SOBRE FONDO BLANCO
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