CINE / CUANDO CAE EL OTOÑO, DE FRANÇOISE OZON
Si
hay algo que caracterice a François Ozon (París, 1967), uno de los actuales
enfant terribles del cine francés, es su irregularidad. El realizador galo
tiene en su haber películas muy buenas, Frantz, especialmente, Joven
y bonita y Bajo la arena, junto a otras decididamente olvidables
como El amante doble, Mi crimen y 8 mujeres.
La
última película de este prolífico realizador, Cuando cae el otoño, tiene
tan buen guion como pésimos actores y peores diálogos y bascula entre el drama
familiar y el thriller criminal sin ahondar en ninguno de los dos géneros,
entre los que no acaba de decidirse, aunque guarda alguna similitud con Bajo
la arena, una de sus mejores obras, cuando se decanta por presencias
fantasmales: ese marido que se ahoga y reaparece en el filme interpretado por
Charlotte Rampling, aquí la hija que se aparece a su madre.
Una
abuela entrañable, Michele (Helène Vicent), que vive su jubilación en un
tranquilo pueblecito de Borgoña, está encantada de tener en vacaciones a su nieto
Lucas Tessier (Garlan Erlos), pero unas setas que cocina y ha recogido del
bosque con su amiga Marie Claire (Josiane Balasko) causan una intoxicación a su
hija Valérie Sagnier (Ludvine Sagnier), con quien siempre tuvo una tensa
relación, y las idílicas vacaciones se van al traste. La entrada en escena del
hijo de Marie Claire, Vincent Perrin (Pierre Lottin), que acaba de salir de la
cárcel y monta un bar, produce un inesperado acercamiento entre esa abuela, que
no es tan entrañable como parece, y nieto al eliminar el obstáculo que los
distanciaba.
El
guion, del propio Ozon y de Philippe Piazzo, es muy inteligente,
deliberadamente ambiguo y sutil, tiene
aristas morales suficientemente inquietantes, sobre todo cuando abuela y nieto
parecen confabularse para ofrecer un relato de los hechos que beneficie a ambos
—Lucas, el nieto, lo que menos desea es irse a vivir a Dubai con su padre
(Vincent Colombe); Michele, la abuela, haría lo que fuera para tener al hijo de
su hija a su lado—, algún discreto guiño de humor negro, pero las interpretaciones desganadas de sus
actores, los pésimos diálogos y alguna escena muy poco creíble —la del
interrogatorio de abuela y nieto por la policía femenina (Sophie Guillemin) en
la casa de campo—, y el pasado turbio de las dos amigas, metido con fórceps en
la historia, que se desvela a mitad de la película, echan por tierra la última
ocurrencia de uno de los realizadores más irregulares del cine francés. Veremos
la próxima.
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