LITERATURA / CANON DE CÁMARA OSCURA, DE ENRIQUE VILA-MATAS


 

Sigue Enrique Vila-Matas (Barcelona en 1948) enrocado en lo suyo y en los suyos, sus lectores fieles agrupados en lo que podríamos denominar una secta. No hay en España otro escritor tan fiel a sí mismo como el multipremiado barcelonés: Anagrama, Fundación Lara, Rómulo Gallegos... Con el tiempo ha desarrollado un tipo de literatura que ha ido alejándose de la narrativa. En algún fragmento de esta novela, que no lo es estrictamente, habla de la imposibilidad de narrar. En esto me recuerda a lo que decía Vicente Verdú sobre la muerte de la novela. Pero la novela sigue muy viva, a pesar de lo que dijo Verdú y lo que diga Vila-Matas.


Al comprender, yo sin inmutarme, que era un androide con cuerpo humano, percibí los primeros destellos de conciencia. Vidal Escabia, el alter ego del autor de Kassel no invita a la lógica, el protagonista de esta no-narración, es una especie de androide, un Denver 7— Cometo un error y, simplemente por bromear, le pregunto si acaso ella no tiene recuerdos implantados—, y aquí aparece el primer guiño literario, de los cientos, que contiene Canon de cámara oscura, en este caso a Philip K. Dick, a Sueñan los androides con ovejas mecánicas y a Blade Runner de Ridley Scott: …un Denver que no quiere humanizarse más de lo que ya lo está porque podría acabar abatido en cualquier esquina. Vidal Escabia es un escritor / lector al que sus amigos le tienen que ir recordando que no es humano, que su cabeza está infestada de lecturas que son como recuerdos implantados: Pero hombre, mi bendito Vidal, ¿acaso no recuerdas que una parte de tus recuerdos son implantados? Un Vidal Escabia que carece de infancia, quizá porque estuvo abducido por los libros que ya leía entonces y le impedían ir a jugar a canicas: Pero mi bendito Vidal es como si lo viera. No has tenido infancia y eso te afecta a veces porque no tienes ni un pequeño recuerdo implantado de los primeros años de tu vida.


Vidal Escabia, infestado por la literatura, como el propio Vila-Matas, literatura él mismo en su esencia, va cogiendo aleatoriamente 71 libros de su cámara oscura para establecer un canon literario desplazado, despectivo, inactual y disidente de los oficiales con ellos, y saca a la luz un fragmento de cada uno de esos libros con destino a ese canon irreverente y provocador alejado de lo canónico, valga la redundancia. Entre los autores está Kafka, con quien se enreda en un juego de palabras kafkiano— Tal vez sea un mueble que cuando estás solo narra la historia de una cucaracha llamada Gregor Samsa, que soñaba que era una cucaracha llamada K que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregor Samsa, que soñaba que era una cucaracha.—; Stefan Zweig, de quien se permite contar una anécdota —Un pasajero había sintonizado en el receptor de radio del vagón por azar una emisora berlinesa, de modo que, rodando en el tren a través de la llanura de Texas, Zweig tuvo que volver a oír la voz de Hitler—; Elias Canetti —Nueve días exactos desde que ingresó “Auto de fe” de Elias Canetti en el canon desplazad.—, Lope de Vega —…se citan unos versos de Lope de Vega que me llevan a preguntarme si no se da que los libros que de la cámara oscura viajan al ventanal van a veces a su aire —; Juan Benet — Pienso en los viejos de “Catálisis” , el cuento de Juan Benet.—y Chejov — Aquello que decía Chéjov de que a toda narración había que cortarle el principio y el final, porque son los lugares donde más mienten los escritores— entre otros muchos autores que entran en ese canon literario tan caótico como aleatorio y caprichoso que depende del libro que vaya cogiendo de esa cámara oscura a tientas el protagonista.


Pero también hay cine, mucho cine, porque hay que recordar que el autor de Marienbad eléctrico era colaborador de Fotogramas y una de sus hazañas fue colar a la revista una falsa entrevista a Marlon Brando. Así es que hay una doble referencia a Wim Wenders, y al cine de Ozu al que homenajea el director alemán a través de Días perfectos, y hasta a un director tailandés de culto y terriblemente aburrido del que no he conseguido terminar ninguna película suya, Apichatpong Weerasethakul, y a una de las obras más denostadas (y para mí una de sus mejores), el testamento cinematográfico de Stanley Kubrick: En el fascinante Kubrick de “Eyes Wide Shut”, encontré la mejor secuencia que he visto sobre ese tipo de viaje por una noche lineal y sin retorno.


Abundan los aforismos en la no-novela —La respuesta es muchas veces la desgracia de la pregunta—, los juegos de palabras cortazarianos—…y todo para concluir que escribir siempre ha sido tratar de escribir lo que escribiríamos si escribiésemos, aunque no escribamos.—. Apela a la literatura de aventuras cuando su personaje femenino, Violet, cruza la calle Balmes: Y de repente, casi no puedo ni creerlo, veo que Violet, sorteando el nocturno y torrencial tráfico infernal, está cruzando con notable peligro para ella la calle Balmes y abriéndose paso literalmente entre los coches. Hay elogios a la pereza: La noche sigue en mí, lo que tal vez confirme algo que desde mi punto de vista Denver siempre sostuve, que toda fatiga extrema es una fiesta, ya que en contra de lo que se piensa, el cansancio es una máquina de alegría creativa. Se pierde la noción del tiempo y uno se siente más libre que nunca. Elogios al fracaso: En ese mismo instante comprendí mejor por qué le llamaban el fracasista, porque su lucidez le hacía ver que estaba fracasando y aun así seguía escribiendo.


Los libros de Vila-Matas, libros porque no podemos hablar de novelas en sentido estricto, son realmente ensayos literarios desenfadados, y ese desenfado, en medio del que bascula un especial humor del autor de El mal de Montano, los hace deliciosamente divertidos y adictivos, al menos para los vilamatianos, esa secta literaria que se ha formado a su alrededor. Su literatura, sus reflexiones sobre ella, constantes, en donde realmente está hablando de su relación con ella— Mi deseo de que un día escribir y respirar no sean ritmos diferentes—, son profundamente elitistas, no pueden ser leídas por un lector que no tenga sobre sus espaldas un bagaje literario y cultural considerable que le permita captar la agudeza de lo que dice. El autor de Aire de Dylan es mucho más extremo en eso que llamamos autoficción que lo fuera su gran amigo Paul Auster. Hace de la cotidianidad, de esa visita al CAP, por ejemplo, para que le saquen seis puntos de la espalda, alta literatura gracias a su forma de narrar, aunque él diga que ya no hay narración. Un libro más, endogámico, en el que el autor, como le pasa a las películas de Woody Allen, no arriesga, anclado en su zona de confort, pero que satisface a su público.  

Seguimos golpeándonos, devueltos sin cesar al pasado, sin saber dónde empezará todo y ni siquiera porqué empezó…

LA HISTORIA OCULTA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA, LA SUERTE DE LOS 39, LA MEMORIA DE LOS OLVIDADOS






 

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