EL VIAJE

Publicado en la revista VIAJES NATIONAL GEOGRAPHIQUE nº 13 DICIEMBRE 2000
VALLE DE ARÁN, UN PARAÍSO CERCANO
texto y fotos: José Luis Muñoz
Aislado durante siglos, ha sabido conservar casi intacta, la pureza de los mejores paisajes pirenaícos.
El cambio de estación flota en el ambiente. Ha nevado en el Aneto y el viento lleva hasta los confines del valle el olor a nieve, un aroma frío y limpio que junto al de los leños ardiendo en las chimeneas de las hermosas casas y el aliento apetitoso que desprenden las carnes dorándose en las brasas, configuran el cambio de la estación y lo hacen entrar por los sentidos, un tránsito que hermosea la montaña y la viste de ocres antes de ponerle el manto blanco de la hibernada. El Val d'Aran, una vez más.
En este paraíso de 633 km. 2 - el 1,9% de la extensión de Cataluña - de bosques y prados cubiertos por flores y coronado por altivos picachos, más cerca del cielo que de la tierra y orientado hacia el Atlántico, hay más naturaleza que casas, más lagos que pueblos, más fauna - rebecos, ciervos, jabalíes, urogallos, marmotas, vacas, caballos, ovejas y osos - que personas. ¿Qué lo hace tan distinto a los otros valles pirenaicos? Quizá en su forzado aislamiento esté la clave de tanta belleza. Una muralla de roca sellaba el valle y, hasta que no se abrió el túnel de Vielha en 1948, el único paso natural con España era a través de los puertos de Vielha, impracticable en cuanto caían las primeras nieves. Estas duras condiciones geoclimáticas hicieron de la Sanghri La de los Pirineos un territorio aparte habitado por unas gentes que no son catalanes, ni castellanos, ni franceses, sino araneses, habitantes de un micropaís con territorio delimitado por fronteras naturales, con una unidad paisajística, idioma, estilo arquitectónico peculiar, gastronomía e instituciones políticas propias que giran alrededor del Conselh Generau d'Aran.
Subo a Plan de Beret, un rito iniciatico que efectúo cada vez que regreso a Aran, por una carretera que serpentea en un ascenso continuo hasta la cota de los 1.800 metros, y el valle queda abajo con sus casas de bellos tejados de pizarra y sus chimeneas humeantes destacando sobre el tapiz verde del paisaje. No hay más seres vivos que un grupo de tripudos caballos de carne de largas crines que relinchan antes de hacerse a un lado de la carretera. El silencio va a durar dos meses, la quietud se ha de truncar en diciembre cuando la nieve llene la oquedad de los valles y los esquiadores de todo el país rueden por esta carretera, ahora vacía.
En los años cincuenta, antes de la construcción de las pistas de esquí , el Plan de Beret era uno de los parajes más espléndidos de la geografía aranesa donde, desde tiempos medievales, se reunían las brujas en las noches de aquelarre; hoy, hoteles de dudoso gusto, edificios de apartamentos y tiendas devoran lo que antes era paisaje virgen: es la contrapartida que ha tenido que pagar el Valle para conseguir el progreso económico, su peaje por ser la mejor superficie esquiable de España.
No hay esquiadores aun en el Plan de Beret, pero sí vacas, unos cientos, consumiendo los últimos pastos antes de que el invierno se eche encima y tengan que bajar a los pueblos a comer su pienso en los establos. El aire que viene de las cumbres nevadas del Aneto, de las que desde Baqueira Beret se obtiene una magnífica panorámica, corta las mejillas. No más ruido que el mugido de los bovinos y el relajante campanilleo de sus esquilas, el recuerdo de una economía tradicional, que se sustentaba en los pilares de la agricultura y la ganadería, y ahora se aboca por completo al turismo. Pero las vacas siguen para recordar a los araneses su pasado ligado a la naturaleza.
Busco el río que nace allí y configura la orografía del valle: un pequeño charco que un cartel señala como origen oficial del río Garona y, a poca distancia, el Noguera Pallaresa. Tan juntos y tan distintos, porque van a tomar caminos opuestos; uno, despeñándose desde las alturas hasta el fondo de la Val d'Aran, recorriendo 48 kilómetros hasta cruzar la frontera francesa en donde cambiará su nombre por el de Garonne que mantendrá hasta desembocar en el Atlántico, cerca de Burdeos; otro, el Noguera Pallaresa, cruzando el Pla de Beret, entre espléndidos bosques de coníferas, acariciando las vetustas casas del abandonado Montgarri , y descendiendo, cada vez más bravo, hasta Esterri d'Aneu y Sort, tras lo que tributará sus aguas al Segre, y del Segre al Mediterráneo. Dos ríos, dos mares, dos sistemas naturales distintos.
Seguir el curso del río Garona, colector común a una serie de pequeños valles configurados por sus afluentes, es la forma natural de descubrir Aran. Valles bajos, valles altos, ríos y torrentes que hacen fluir sus aguas al cauce principal, aguas que proceden de los lagos alpinos de sus cabeceras y poblaciones que se asientan en su curso, en la intersección de esas corrientes de agua cristalina, borboteante y truchera. Siempre lo mismo, y, sin embargo, siempre tan distinto, porque cada río, cada pueblo, cada lago, cada espeso bosque, cada prado es substancialmente distinto del vecino: cambian las perspectivas, las fragancias, la gama de los verdes, la sinfonía de sus aguas.

Sendas, lagos, montes y románico
En Baqueira Beret tomo la pista que recorre el valle del Ruda a través de un paisaje dominado por extensas praderías que luego dan paso a bosques de pino negro y abetales y sigue el tortuoso curso del río Saboredo. Aparco el todoterreno cuando la pista se hace intransitable y camino. Asciendo luego por un paisaje yermo y escalonado por la fenomenología glacial del cuaternario, con pequeños estanques por el camino, hilos tranquilos de agua, peñascos enormes desprendidos de los canchales entre los que, si hay suerte, se puede descubrir a las marmotas, hasta alcanzar el refugio de Saboredo, sacudirme el frío con un café con leche e intercambiar impresiones con el guarda. Ya no queda nadie en el pequeño refugio: quince días más de aislamiento y ese joven y barbado urbanita cerrará con llave la puerta y regresará a la civilización y al ruido después de tantos meses de paz. Unos pasos más y avisto el primero de los lagos del Circo de Saboredo: la superficie de agua refleja cielo, nubes, montes. Flota un silencio sólo roto por el río invisible que lo alimenta y por el rumor de los cantos rodando de las montañas hasta el fondo del lago.
De regreso, me detendo en Salardú, paseo por el entramado de su casco antiguo y me acerco a la iglesia de Sant Andrèu, magnífico ejemplar románico de transición con campanario octogonal del siglo XIV, erigido sobre la vieja torre maestra del castillo, y una espléndida portada con cinco arquivoltas sostenidas por columnas y capiteles esculpidos. Y hay suerte: la vieja y tachonada puerta de madera está abierta y me permite espiar los tesoros que guarda: el Crist de Salardú, magistral talla románica del siglo XII con cruz policromada perteneciente al taller de Erill, y el conjunto pictórico del siglo XVI en la zona presbiteral, una diminuta capilla Sixtina.
Sigo camino. Unha y Baguergé, dos pequeñas poblaciones del Naut Aran., están a un tiro de piedra. La primera edificación con la que tropiezo al entrar en Unha es la casa fortificada de Cò de Brastet, del año 1580, que todavía conserva sus defensas y los ventanales renacentistas. La iglesia, que está en la parte más alta del pueblo, data del siglo XII presenta una curiosa cubierta rematada en forma de bulbo que recuerda las típicas formas de muchas iglesias centroeuropeas. Prosigo hasta Bagergue, que se encuentra algo más arriba, junto al curso del río Unhòla. Un gos de atura sale ladrando de un portal en cuanto bajo del todoterreno, husmea mis botas, se tranquiliza y vuelve a su casa. Es mediodía y el apetito se abre paso en el estómago. Mi olfato me guía hacia un establecimiento acogedor en cuya chimenea crepitan los leños. El dueño se dirige a mí en aranés, quizá por descuido, y luego cambia rápidamente al castellano ante un ligero gesto de incomprensión por mi parte. No hay barreras lingüísticas en el Valle, como si ya hubieran tenido bastante con las naturales. Del aranés, que viene del gascón, al castellano, del castellano al catalán, del catalán al francés.
Pido una olla aranesa y una trucha. No puedo hacer una comida más sencilla ni más suculenta. Y mientras saboreo el postre, unas exquisitas crêpes rellenas de crema, le pregunto al dueño del restaurante por el estado de la pista que va de Baguerge al lago de Liat. "Hombre, la pista es peligrosa, más que nada porque bordea el barranco y hay que tener buen pulso con el volante, pero se puede transitar con precaución".
Podría ser una excusa para desistir, pero no lo hago. Me conozco las curvas, las peligrosos tramos peraltados, los torrentes que muerden la pista y la hacen aun más estrecha, pero la posibilidad de ir una vez más a Liat puede con mi sentido de la prudencia, y me pongo en ello.
Liat es uno de mis lugares preferidos del Valle, y eso que no es un enclave especialmente bello: desnudo de árboles, inhóspito, un valle alpino estrecho y alargado entre la serra de Pica Palomera y la Serra dera Comossa, que hace frontera con Francia, cubierto con hierba rala que bordea un lago mediano que desagua en un pequeño torrente y con una misteriosa sima profunda que debe bordearse con precaución. ¿Por qué me gusta especialmente este sitio? Quizá me atraiga el silencio total que reina, o la sensación de desolación que transmite con sus minas abandonadas en la mitad del monte. Vuelvo sobre mis pasos cuando atisbo la proximidad de nubes amenazadoras de tormenta.

El refinamiento de Arties
Arties, al atardecer, se recorta delicada ante la impresionante cumbre nevada del Montardo. Las torres de sus dos iglesias se iluminan: es una imagen de pessebre. Ya los romanos anduvieron por esta villa atraídos por sus aguas y en la pista que une la población con Casarilh se despedazan las bañeras y las paredes de un antiguo balneario termal . Paseo por el casco antiguo, entre exquisitas casas restauradas, cuyas balconadas adornan mares de geranios, y admiro las casas medievales de Cò de Paulet, de 1549, y la casa des Portolà, robusta torre del siglo XVI que forma parte del actual parador y de la que salió uno de los pocos conquistadores de origen catalán, Gaspar de Portalá. Cruzando el río Valarties llego hasta la iglesia románica de Santa María, declarada Monumento Histórico Artístico, y luego me dirijo a las afueras, en donde hay un par de osos en cautividad a los que he visto crecer en cada una de mis visitas al valle, copias de los que andan sueltos por las montañas y han sido objeto de toda clase de polémicas, desde ganaderos y cazadores que los satanizan por su instinto predador, a ecologistas que los ven como baremo con el que medir la buena salud medioambiental del Valle.
Anochece, el aire se hiela y se abre el apetito. Es la hora de visitar el mejor fogón del valle, Casa Irene, un clásico de la restauración, una dulce obligación de todo gourmet que se precie, excusa para dejarse caer por Arties y para visitar el valle. Esta mujer vital lleva desde el año 1974 creando platos innovadores y ligeros, dentro de una rigurosa tradición, y ha alimentado a monarcas, jefes de gobierno, hombres de negocios, artistas, turistas y excursionistas. Irene España, que ahora ha delegado en su hijo Andrés Vidal la cocina y la administración de su pequeño hotel, es tan buena cocinera como anfitriona, y en ese amor a todo lo que hace, que ella denonima simplemente profesionalidad - "Para mí tiene la misma importancia el primero que el último día de la temporada" -, reside la clave de su merecido reconocimiento. Recompongo fuerzas y gozo de su exquisitez culinaria.
Aunque la noche es fría, la cena me aconseja deambular por los pueblos de Aran. Escunhau tiene casas notables, como Cò de Jançò y Cò de Pejuan, con un escudo nobiliario de 1393, que es el más antiguo de la Val d'Aran. El edificio de la iglesia de Sant Pèir, s. XI y XII, famosa por la cubierta del campanario del s. XVII en forma de apagavelas octogonal, se vislumbra en lo alto del pueblo. Hay que abrir la puerta metálica que cierra el cementerio y pasar entre sus tumbas para admirar su magnífica portada, pero el acto no tiene nada de macabro y la recompensa a la incursión nocturna en el camposanto bien merece un pequeño escalofrío: las figuras esculpidas en las columnas, las pequeñas cabezas que hacen de capiteles y el Cristo que preside nos hablan de un arte románico primitivo cuajado de símbolos paleocristianos.
El cielo está estrellado: mañana hará buen tiempo. Quizá sea una buena idea retirarse a dormir. ¿Dónde? Puedo dormir como un príncipe en los dos paradores nacionales ubicados en el valle, reposar en alguna de las cientos de casa rurales que por módico precio ofrecen cama y desayuno, o pernoctar en esos pequeños hotelitos con encanto, cómodos, acogedores, exquisitamente decorados. Opto por esta última oferta y caigo rendido en la cama, dispuesto a dormir ocho horas y levantarme sin ayuda de despertador no bien despunte el sol.

Sauth deth Pish y Artiga de Lin
La luz que se filtra por la contraventana me despierta. La entreabro y entra una bocanada de aire perfumado a heno. Soy casi el único cliente del pequeño hotelito. El desayuno es copioso, con buena leche, aceptable café, embutidos del valle, incluido un delicioso paté, mantequilla, mermelada y algunas piezas de bollería. La dueña es locuaz, o quizá es que le mueva a piedad mi situación de solitario huésped.
El día se presenta hermoso y el sol caldea el aire y evapora la humedad de la noche que ha olvidado jirones de niebla en las oquedades más recónditas. Salgo rumbo al Saut deth Pish, cuyo acceso se localiza en el Puente de Arros, recorro 15 km. de pista aceptable por una espléndida zona de prados y bosques y llego hasta la cascada más espectacular de la Val d'Aran: 25 metros de caída. Un privilegio contemplarla casi en privado, descender por el pendiente repecho de la montaña hasta donde chapotea incesante el grueso chorro de agua, sentir en el rostro la humedad de sus miles de gotas y dejarse ensordecer durante unos minutos por su fragor.
Regreso a la carretera principal y me dirijo a Es Bodes, de dónde sale la pista a La Artiga de Lin que se prolonga 8 kilómetros a lo largo de la Val de Joeu subiendo hasta los 1800 metros. Los Uelhs deth Joeu, manantiales por los que aflora una importante cantidad de agua procedente del Forao d'Aigualluts, bellísimo enclave del valle de Benasque, están escondidos; hay que dejar la carretera y bajar por una empinada senda guiándote por el oído: el agua baja a borbotones, con ímpetu, saltando por encima de rocas, troncos atravesados, cualquier obstáculo. El agua me amansa, hipnotiza, me obliga a contemplarla desde un tronco caído-banco. Sigo hasta Plan dera Artiga. Me tumbo en el colchón de hierba, un rato, al sol del otoño, mirando a las montañas de enfrente fijamente, hasta que bailan, se alejan, crecen.

Vielha, antes Vetula
El tiempo se mide de otra manera entre estas montañas. No es ni siquiera mediodía y aun me sobran unas horas para perderme por las calles de Vielha, la antigua Vetula, capital del Pagus Aranensis romano, hoy Vielha, o Viella, capital del Valle de Arán, centro comercial y de servicios en lo que lo moderno y lo antiguo conviven.
El Museu dera Val d'Aran, ubicado en la antigua casa solariega del s. XVI Tor deth Generau Martinhon, resulta imprescindible para comprender mejor la realidad, historia y tradiciones de este singular enclave pirenaico. Soy su único visitante. Paseo luego por las calles de Vielha, junto al río Nere que la atraviesa impetuoso buscando sumar sus aguas al Garona, hasta llegar a la Iglesia de San Miguel, un edificio románico de finales del s. XI, modificado en los siglos XIII y XV, que destaca por su campanario octogonal y el alto techo apuntado con tres naves desiguales y tres ábsides. En su portada gótica el arcángel guerrero preside las 59 figuras en relieve, que representan la Resurrección, las figuras inferiores, y la Gloria, las superiores, con Jesucristo flagelado y curando a un enfermo. Dentro, su retablo mayor, del siglo XV, es un bellísimo ejemplar gótico, pero la joya de la iglesia es la talla románica del Crist de Mitjaran, una obra más del maestro d'Erill, fragmento de una talla mayor, hoy perdida, que representaba el descendimiento de la Cruz y procedía de Iglesia de Sta. María de Mijaran, volada durante la guerra civil del 36 cuando era utilizada como polvorín. Me siento, la admiro.

El Clot de Baretges: adiós al Valle
El valle, siguiendo el Garona, baja en altitud, y el río crece en anchura, se hace más impetuoso y caudaloso, salta por encima de las muchas rocas que hay en su fondo y forma rápidos ideales para la práctica del rafting. Nos acercamos a Francia y las poblaciones pierden el encanto virginal de las del Naut y Mig Aran y se convierten en las típicas poblaciones fronterizas de carretera, con viviendas descuidadas, tiendas de souvenirs a derecha e izquierda y autocares que desembarcan turistas. En Bossòst es donde más se nota la influencia del país vecino, tanto por el aire gascón que rezuman las calles como por los rótulos trilingües de los escaparates del paseo de Eth Grauèr. La puntiaguda cubierta de pizarra de la iglesia parroquial de Era Assumcion de María, espléndido ejemplo del románico aranés del siglo XII , se distingue desde lejos ocupando el centro de su casco antiguo en Eth Cap dera Vila.
Atardece con celeridad en el fondo del valle. Del cuartel de bomberos parte una estrecha carretera que conduce a Francia, a El Portilhon, que abandono en su último tramo, cuando corona el puerto de montaña, para adentrame por una pista de montaña que me lleva hasta el Clot de Baretges, otro de los lugares mágicos del Valle. Pastan los caballos y beben las vacas de un abrevadero en el que siempre hay agua. Los montes del lado francés aparecen nevados y viene de ellos un viento que me transmite toda su frialdad. Asciendo lentamente por una de las laderas que delimitan el cuello de montaña buscando una panorámica del valle cuando se ponga el sol, en zig zag, y cuando alcanzo la meta me derrumbo sobre una piedra que hace de asiento. La calma y el silencio caen sobre el valle, sólo roto por las esquilas de vacas y caballos de carne y el graznido de los cuervos. ¿Para qué quiero más música? El cielo platea y despunta la primera estrella. Oigo un ruido suave a mi espalda, un ligero trotar de pezuñas amortiguado por la hierba, y me vuelvo justo a tiempo para ver la esbelta figura de un ciervo que se detiene un segundo, para mirarme, y prosigue su carrera hasta perderse en el bosque. Una forma hermosa de despedirme del valle al que seguiré volviendo una y otra vez, puntualmente, año tras año, como a una cita con una antigua amante de imborrable recuerdo que nunca me defrauda y me enseña nuevas artes. El de Aran es un valle que amo.

Guía de viaje
Cómo llegar.

N-230 Lleida-Alfarrás-El Pont de Montanyana-El Pont de Suert-Túnel de Vielha-Pònt de Rei-Francia
C-142 y C-147: Balaguer-Tremp-Sort-Port de la Bonaigua
C-144: La Pobla de Segur-El Pont de Suert-Castejón de Sos
C-141: Bossòst-Portillo-Bagneres de Luchon
Servicio regular autobuses Lleida y Barcelona: Alsina Graells, S.A.

Alojamientos
El Valle de Arán dispone de una importante infraestructura hotelera de 8.000 camas. Destacan los Paradores Nacionales de Turismo de Vielha y Arties, los hoteles Valarties y Besiberri de Arties, hoteles Tryp Royal y Montarto de Baquèira, el Husa Tuca de Betren, Vilagarós de Garós, Petit Lacreu de Salardú, Hotel Tredòs y Es Banys de Tredòs en Tredòs y un sinfín de casas rurales.
Oficina de Turismo de Vielha: tel. 973647244
torisme@aran.org

Las mejores mesas
Es difícil comer mal en la Val d'Aran, cuya gastronomía tiene como ejes la olla aranesa, la trucha, las carnes, las butifarras del valle y el pato, además de los patés y civets. Una lista de las mejores mesas es esta: Casa Irene, P.N. Gaspar de Portolá y Montagut en Arties; Casa Benito y Eth Sanglièr en Casarilh, Es Bòrdes, Artiganè y Cal Manel de Pònt d'Arròs, Es Banhs de Tredòs, Neguri y Txakoli Ibargüen de Vielha.

Excursiones imprescindibles
Sauth deth Pish, Artiga de Lin, Montgarri, Llac de Liat, Clot de Baretja, bosque de Baricauba, Bassa d'Ules, Valle de Toran y Era Fonderia, lagos de Colomers. Existe una red de pistas de montaña practicables en 4x4 y en bicicleta de montaña. Hay refugios en Restanca, Colomèrs, Saboredo, Besiberri y Molières. Escaladas a los picos Montardo, Mauberme, Mulleres y Besiberri Nord.

Estaciones de esquí
Tuca y Baqueira-Beret con 47 pistas que suman 77 km. de longitud que se extienden entre cotas de 1.500 y 2.510 m de altitud, telesillas y telesquís, 24 remontes, 245 cañones de nieve, 10 cafeterías y restaurantes, terrazas-solarium, 4 parques infantiles de nieve, 2 estadios de slalom, un circuito de 7 km. de esquí nórdico y todo tipo de servicios complementarios.

Monumentos
Cada población del valle tiene un monumento visitable. Las mejores iglesias son las de Bossòst, Salardú, Vielha, Vilac, Escunhau, las dos de Arties, Tredòs, la portada de San Sernilh de Betren. Las iglesias de Salardù y Arties tienen magníficos murales. En Les se conservan los restos de una antigua fortaleza.

Museos
Tres son los museos importantes del Valle: la Torre del general Martinhon, en Vielha, la Casa Joanchiquet, en Vilamòs, y la Iglesia de Sant Joan, en Artie, más el. Museo Eth Corrau de Bagergue.

Actividades deportivas
Descenso de cañones, rafting, hipica, quads, senderismo, tiron con arco, tirolina, mountain bike en Deportur de Les y en Horizontes de Vielha, en donde también hay una escuela de equitación. La caza se puede practicar en el municipio de Naut Aran, previa autorización, y lo mismo sucede con la pesca en ríos y lagos. Y por supuesto, esquí en Tuca y, sobre todo, en Baqueira Beret:

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