LA PELÍCULA



El taiwanés Ang Lee, tras su etapa estadounidense – en donde hubo westerns como Cabalga con el diablo, suntuosas películas de época como la oscarizada Sentido y sensibilidad, fantasías como Hulk, dramas como Brokeback Mountain y La tormenta de hielo, en mi opinión su mejor película, y films de artes marciales como Tigre y dragón - regresa a los temas orientales con Deseo, peligro, título muy ilustrativo de lo que es la película.
Una intriga de espionaje ambientada durante la invasión nipona de China le sirve al realizador de Sentido y sensibilidad para desarrollar este melodrama sensual y romántico en donde las miradas sustituyen muchas veces a las palabras. Wong Chia Chi (Joan Chen), una joven estudiante cuyo padre huyó a Inglaterra un poco antes de que empezara la II Guerra Mundial, es actriz aficionada de una compañía de teatro patriótico de Shangai que se opone a la invasión china y lanza soflamas desde los escenarios. Cuando el grupo de jóvenes estudiantes, liderado por Kuang Yu Min (Wang Leehom), que está enamorado en secreto de la joven actriz, decide pasar a la acción y le encomienda la labor de seducir a un importante colaboracionista de los japoneses, el jefe de policía Yee (Tony Leung), para tenderle una trampa y ejecutarlo, la joven acepta el encargo sin vacilar, pero entre el chino traidor y la muchacha nace una compleja y apasionada relación sexual que acaba en enamoramiento y complica el curso de los acontecimientos.
Organizada alrededor de un largo flash-back, Deseo, peligro rezuma clasicismo por todos los poros de su impecable armazón cinematográfico. Con un arranque, deliberadamente moroso, que enlaza claramente con el cine costumbrista de la etapa taiwanesa de Ang Lee – El banquete de boda, Comer, beber, amar –, las primeras secuencias del film, en las que las esposas de los colaboracionistas chinos, supuestamente ignorantes del comportamiento traidor de sus maridos, juegan al majong con la espía de apariencia inocente, nos sitúan magistralmente en la época, la sociedad y el ambiente en que tiene lugar la historia. Luego, lo que parece una película de espías con trasfondo político se convierte, a partir de un brutal tour de force – la primera y violenta secuencia de sexo entre Tony Leung y la virginal Joan Chen – en una historia de pasión incontrolada que hace presagiar su dramático final
Demoledora, difícilmente digerible a la vista, resulta la larga secuencia del asesinato del colaboracionista que perpetra el grupo de actores metidos a subversivos, más sangriento y cruel precisamente por su condición de aficionados y que abona la tesis de los hermanos Coen en Sangre fácil de que a veces cuesta mucho matar, porque se es amateur, y todo resulta mucho peor para la víctima, que sufre más de la cuenta, y el verdugo, que se pone histérico. Y cargadas de una sensualidad extrema, bellamente concebidas y creíbles en su intensidad, resultan todas las escenas de sexo, filmadas como si de un ritual se tratara, que recuerdan por su osadía a las de El imperio de los sentidos de Nagisha Oshima, una sensualidad que Ang Lee traslada al vestuario de sus actrices, a sus elegantes movimientos o a los cruces de miradas impregnadas de deseo de sus protagonistas.
Deseo, peligro, como todo buen cine que se precie, crece luego y se sedimenta cuando la palabra fin aparece en la pantalla y los espectadores abandonan la sala. La película de Ang Lee, bella, dura y sensual, confirma, una vez más, el extraordinario estado de salud del cine que se hace en Oriente: de allí vienen los soplos más frescos que están revolucionando el séptimo arte.


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