EL ARTICULO DEL DÍA

Seguimos con la serie de artículos que publicó, en su día, el diario El Sol sobre la guerra de Irak, la primera, la madre de la segunda, la que se nos dijo que era limpia, quirúrgica, pero que fue una matanza despiadada.

Publicado en el diario El Sol, Opinión, el 30 de enero de 1991
Con la guerra de Vietnam, EEUU aprendió que la información puntual de un conflicto contribuía a engrosar las filas de adeptos al pacifismo. Ésta es la razón de que, con el mutismo también interesado de Irak, haya eliminado el elemento humano: los muertos de la guerra.

Los muertos de la guerra
José Luis Muñoz

HAY UN fragmento de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que me viene incesantemente a la cabeza durante todos estos días como una pesadilla. Se trata de uno de los pasajes del libro que más me impresionó. El coronel Aureliano Buendía, paradigma barroco de todos los tiranos militares sudamericanos, perpetuado a través de generaciones, masacra una población, mata a todos, a hombres, mujeres y niños, y luego, para hacer más invisible su acto, amontona los cadáveres sobre las vagonetas de un tren y los aleja del lugar del exterminio. No hay pruebas, no hay testigos, no hay memoria de la masacre; uno puede llegar a pensar que esa matanza no se ha producido realmente.
La pesadilla tan magistralmente registrada por la pluma de García Márquez en Cien años de soledad se está reproduciendo ante nuestros civilizados ojos occidentales, para demostrarnos, una vez más, que la realidad siempre marcha muy por delante de la literatura, y que ésta, por mucho que intente estremecernos, no Ilega sino a palidísimo reflejo de los acontecimientos que tienen lugar a nuestro entorno.
Se ha desatado una guerra anunciada, ignominiosa, y ya no hay lugar casi para la reflexión puesto que se ha impuesto sobre razones y sentimientos la lógica militar, para la cual la vida de un hombre sólo tiene un significado táctico que es muy inferior al de una batería, un blindado o un avión. Esta guerra, que será recordada con vergüenza, se ha puesto en marcha contra el pesar de muchos y también con la aquiescencia entusiasta de otros. Se han esgrimido razones a favor y en contra, se ha negociado poco y mal, se ha subvalorado la sensibilidad árabe y finalmente los cañones han impuesto su demente dialéctica y nos encontramos ante una tesitura terrible.
Como en muchas otras, en esta guerra la primera víctima ha sido Iba verdad. Hacía años, quizá desde los tiempos remotos del franquismo, que no asistíamos con impotencia a tamaña manipulación informativa como la que estamos sufriendo a diario.
La guerra apenas existe. Llueven noticias contradictorias. Un día se tiene un optimismo sin freno y, al día siguiente, reina el pesimismo. Se dice que es la primera guerra televisada de la historia del mundo, pero lo cierto es que nunca, como ahora, hemos estado más huérfanos de imágenes. Las escenas que nos llegan lo hacen con el sello de la censura, son vagas, nos presentan, a lo sumo, a unos pilotos americanos entusiasmados por la capacidad destructiva de sus aparatos, fuegos de artificio con banda sonora sobre la castigada Bagdad, y una y otra vez las plúmbeas imágenes que demuestran la precisión de las bombas y los misiles guiados infaliblemente hacia su blanco.
Hemos enriquecido a marchas forzadas nuestro léxico, sabemos lo que es un Patriot, un Scud un B-52, un avión invisible, y cuando empiecen a actuar los tanques vamos a completar nuestra maravillosa cultura bélica con los nombres de la múltiple variedad de carros de combate que se van a emplear en la zona.
A casi dos semanas del comienzo de esta pesadilla hay gente que se empieza a hacer una pregunta estremecedora. ¿Y los muertos? Los muertos se nos están escamoteando de este conflicto, porque se nos está vendiendo esta guerra, desde el lado americano, como una lid limpia, una serie de operaciones quirúrgicas en la que se han puesto a prueba todas las precisas armas que tenía almacenadas y oxidadas el Pentágono para el hipotético enfrentamiento Este-Oeste que al final ha sido Norte-Sur.
Las bombas y los misiles, las 100.000 toneladas que han caído sobre tierra iraquí haciendo estremecer el desierto como si fuera sacudido por un terremoto, son inteligentes, han sido lanzadas sobre zonas deshabitadas, pero evidentemente nadie puede creer en la exactitud de su precisión. Testimonios directos del conflicto, que no toman partido por uno u otro, hablan de que los muertos en lrak se cuentan a miles, y no son precisamente militares todos ellos. A un muerto por tonelada de bombas, que es una proporción optimista y razonable, podíamos hablar de 100.000 muertos, aunque hay quien triplica esa cifra.
Estados Unidos está aplicando la estrategia militar de tierra quemada a lrak, y a los numantinos dirigentes de Bagdad no les interesa reconocer sus cuantiosísimas bajas para mantener la moral de sus ciudadanos. Esta masacre ─ bombardear ciudades, en donde lógicamente viven civiles, está tan en contra de las convenciones internacionales como las brutales palizas que han sufrido de forma evidente los pilotos aliados capturados- sólo se puede llevar a cabo impunemente si falta la imagen, la información. EEUU aprendió de la guerra del Vietnam que la información puntual de un conflicto sangriento y brutal contribuía a hacer engrosar las filas de adeptos del pacifismo, y ésta es la razón de que, ayudada por el mutismo también intensado de su contendiente, haya eliminado drásticamente el elemento humano de esta guerra, los hombres, mujeres y niños que perecen bajo ese alfombrado de bombas. Por contra se nos bombardea con tecnicismos, cifras macroeconómicas de la formidable inversión diaria que supone esa monstruosidad y de las elucubraciones de estrategas.
La pornografía es a veces necesaria, y en la guerra, para aprender a odiarla, imprescindible. Las únicas imágenes de sufrimiento y crispación, de cuanto terrible existe en esa vorágine de matar que se apodera de los seres humanos, nos han llegado de Israel y de Bagdad. En Israel por la caída de los misiles Scud, el arma provocadora de Saddam Hussein, que constituye su más formidable artilugio militar pese a la escasa mortalidad del mismo. Cada misil que cae en suelo israelí desvela el sueño a la coalición antiiraquí y, por contra, afianza a Saddam Hussein como líder vengador de las masas árabes. Las otras imágenes terribles de la contienda vienen de Bagdad, están en los rostros maltratados de unos prisioneros cuyo futuro es incierto, obligados a la autocrítica. Del resto de víctimas civiles que hayan podido tener los iraquíes, de lo verdaderamente pavoroso de la contienda, sólo nos llegan rumores. Bush habla de juzgar a Saddam Hussein por crímenes guerra. ¿No debería él también ocupar ese banquillo? Es posible que se nos escamotee la mortandad de este conflicto, que las víctimas sean enterradas clandestinamente, sepultadas en el mar o lanzadas al espacio. No las vamos a ver mientras dure este baile de hierro y sangre porque están decididos, en ambos bandos, a que la guerra continúe hasta el final. Es una forma escandalosa de manipulación a la que ya nos vamos acostumbrando, vital para neutralizar a los enemigos más irreductibles de las masacres: los amantes de la paz. Nos quieren ciegos, pero también mudos y paralíticos.

En Londres comienzan las prohibiciones de las películas de guerra ambientadas en el desierto, de las canciones pacifistas de los sesenta. En Italia empiezan a haber recortes en los Informativos porque, según los divos de la RAI, se habla demasiado de la guerra. En nuestro país comienza el macarthismo liderado por nuestro presidente que advierte de los peligros de infiltrados entre los manifestantes de buena fe por la paz, o por alguno de sus acólitos sucursalistas que acusa a los que estamos contra la masacre de hacerle el juego a Saddam Hussein.
Estados Unidos y sus aliados se han extralimitado en su funcíón, que era la de recuperar Kuwait, cosa que, de momento, ni han intentado, y se han limitado a devastar Irak con el silencio de la comunidad Internacional y de Naciones Unidas. Autorizar el uso de la fuerza no es necesariamente declarar una guerra, recuperar Kuwait no es destruir Irak. El país del Tigris y el Éufrates acabará siendo una dantesca alfombra de muerte y podredumbre que se nos va a ocultar a todos los occidentales que con nuestra acción u omisión, o nuestra reacción tardía, hemos sido en parte cómplices de este desastre. No creo que nos den opción a ver los muertos, como mucho cuando todo haya acabado, y al verlos nos encogeremos de hombros, reconfortados por el bajo precio del petróleo, por los buenos resultados bursátiles, diciendo para nuestros adentros: "Ellos se lo buscaron".

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