LA PELÍCULA

SÓLO QUIERO CAMINAR
Agustín Diaz Yanes

Vuelve en lo quiero caminar su realizador, Agustín Díaz Yanes (Madrid, 1950), a sus orígenes, a la modélica película de cine negro que lo encumbró dentro del panorama cinematográfico español, Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto, de la que este film es una secuela y, aunque diste mucho de ser redondo, es una película que se ve con agrado y permite que olvidemos desatinos como Sin noticias de Dios, inexplicablemente nominada a doce premios Goya de la Academia, o Alatriste, film tan ambicioso como fallido, adaptación de la exitosa serie literaria de Arturo Pérez Reverte en el que el director se abocó tanto en la ambientación de época, ciertamente notable, que se olvidó de la trama narrativa con el resultado de película aburrida, lo que en cine de aventuras es pecado mortal.
Gloria (Victoria Abril), Aurora (Ariadna Gil), Ana (Elena Anaya) y Paloma (Pilar López de Ayala), planean un rififí a una banda de mafiosos que termina con Aurora detenida y en prisión. Mientras tanto Ana, prostituta de lujo, anima una reunión de narcotraficantes mexicanos que han llegado a España a hacer negocios y seduce al jefe de la banda, Félix (José María Yazpik), que la pide en matrimonio para ir a vivir a México. La banda femenina, con Aurora rescatada de prisión gracias a los favores sexuales que ofrece Paloma al juez de turno, se traslada a DF para dar un golpe y apropiarse del dinero de los narcos mejicanos, pero Gabriel (Diego Luna), sicario y amigo íntimo de Félix, sospecha de todas ellas cuando vienen a visitar a Ana, hospitalizada a causa de los malos tratos que le infringe su marido. El turbulento enamoramiento de Gabriel de la bella y dura Aurora hará que el sicario, llegado el momento, dude entre los sentimientos y la fidelidad debida a su jefe.
Hay en el film de Agustín Diaz Yanes encendidos homenajes a algunos de sus maestros cinematográficos, muy evidentes. A John Cassavettes ─ no es casualidad que una de las protagonistas, Victoria Abril, quien también lo fuera de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, se llame Gloria, en clara referencia a una de las mejores películas del emblemático realizador norteamericano desaparecido ─ ; a Quentin Tarantino ─ una durísima, estilizada y bella Ariadna Gil, convertida en ángel vengador que maneja con similar soltura el bate de beisbol o la escopeta de repetición contra los que la humillaron y vejaron, emulando a la Uma Thurman de Kill Bill; y a Sam Peckinpah, en la violencia ralentizada de muchas escenas, y en el guiño de que uno de los secuaces mejicanos no se entere del butrón porque está abducido por las electrizantes imágenes de Grupo salvaje que visiona en un televisor.

Deja el film de Agustín Diaz Yanes, mientras se ve, una sensación de dèjá vu más allá de los homenajes cinéfilos citados. No es muy creíble, y resulta bastante tópica, la parte mejicana de Sólo quiero caminar, especialmente en el dibujo de sus personajes, pues el bronceadísimo José María Yazpik, que encarna al capo, no resulta creíble como jefe de peligrosos narcos, y a Diego Luna, con su rostro angelical a los Jacques Perrin apenas endurecido por una incipiente barba, cuesta imaginarlo como frío sicario. Algo parecido sucede con las protagonistas femeninas, especialmente con Elena Anaya, tan impensable en el papel de prostituta como en el de esposa, una Victoria Abril muy por debajo de su nivel de actuación y una Pilar López de Ayala absolutamente anodina. Sólo Ariadna Gil, transformada físicamente, que luce un rostro anguloso con pómulos marcados y una delgadísima figura, es creíble en su personaje.
Sólo quiero caminar parte de una premisa increíble, la de que una banda de mujeres, sin demasiada experiencia, se atreva a dar un golpe de este tipo contra un peligroso grupo de narcos mejicanos, y más sabiendo cómo se las gastan esos delincuentes, y a las noticias de la prensa me remito.
Loable intento de hacer cine negro, loable pero fallido a causa de no haber acertado con el casting y a un guión inconexo lleno de vacíos. JOSÉ LUIS MUÑOZ

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