DIARIO DE UN ESCRITOR
Miami, 19 de noviembre de 2011

Terminó mi trabajo, para lo que había venido a Miami, y casi se me había olvidado. Presenté mi libro junto a un cuentista cubano, Rolando Tarajano, que presentaba el suyo: Sexo salvaje. Buena audiencia, aunque a las 12 pocas personas, cinco, que fueron creciendo hasta alcanzar la cincuentena según pasaban los minutos. Dos conocidos sentados escuchándome: la simpática limeña y Gilberto Aguilera, al que conozco de años, un escritor dominicano que me regala su libro dedicado La otra cara del fuego. Gracias, Gilberto, y gracias limeña de ojos verdes. Hablo de que el sexo está en el ADN caribeño. Y el en mío, aunque eso no lo digo. Dedico, al sol, algunos libros cuando terminamos la charla y tras responder a preguntas. Hablo con jóvenes cubanos e hijos de cubanos, con una muchacha dulce y expansiva de risa fácil y su novio guapo; con la madre, más guapa, rotunda, del chico guapo, cubana que aparenta la mitad de los años que tiene. Le pregunto a su hijo cómo consigue conservarse su madre tan bien. El aire acondicionado. Picoteo algo en la sala de la hospitalidad de los autores de la Universidad y regreso al Hilton. Trabajo de forma incansable el texto de Pat Pong Road. Hay mucho sexo existencial y trágico en esos paseos terminales por Bangkok, tanto que me deprimo, que debo parar en la lectura y tomar aire.
La profesora de tango que ve alienígenas me llama para que me haga una foto con ella en el hall del Hilton. Bajo con la cámara y un tercero nos inmortaliza. Luego cojo un taxi para ir a la cena de la embajadora. Pero el taxista es un viejo haitiano que ve mal y anda despistado. Recorro Miami con él y me exaspero. Me va diciendo en francés que esa calle es difícil de encontrar. Damos vueltas y más vueltas y el contador sigue corriendo. Finalmente llego, al borde del infarto y soltando fuego por la boca.
En el patio interior de la residencia, junto a una hermosa piscina, me espera la embajadora. Soy de los primeros en llegar a pesar del taxista incompetente. Es una mujer delgada y encantadora que fuma mucho. y habla con una dicción perfecta. Luego llega la corte de autores hispanos: Jorge Volpi, Sergio Ramírez, Vicente Molina Foix, Javier Serra, María Dueñas, Espido Freire, Agustín Fernández Mallo, Margo Glentz, Alan Pauls. La cena es exquisita. Hablo con mis vecinas de mesa de literatura, de política, de lo que se nos viene encima con Rajoy. También del Valle de Arán. Los postres son la guinda: profiteroles con chocolate caliente y mouse de maracuyá. La embajadora es un encanto de persona, nos colma de atenciones. Da gusto ser escritor. A las dos nos devuelven al hotel en una van que conduce María, la muchacha que nos convocó. Por el camino hablo con Agustín Fernández Mallo del Valle de Arán, de Oriente, de Birmania, con la vehemencia que acostumbro.
Mañana, a estas horas, estaré cruzando el Atlántico.
Terminó mi trabajo, para lo que había venido a Miami, y casi se me había olvidado. Presenté mi libro junto a un cuentista cubano, Rolando Tarajano, que presentaba el suyo: Sexo salvaje. Buena audiencia, aunque a las 12 pocas personas, cinco, que fueron creciendo hasta alcanzar la cincuentena según pasaban los minutos. Dos conocidos sentados escuchándome: la simpática limeña y Gilberto Aguilera, al que conozco de años, un escritor dominicano que me regala su libro dedicado La otra cara del fuego. Gracias, Gilberto, y gracias limeña de ojos verdes. Hablo de que el sexo está en el ADN caribeño. Y el en mío, aunque eso no lo digo. Dedico, al sol, algunos libros cuando terminamos la charla y tras responder a preguntas. Hablo con jóvenes cubanos e hijos de cubanos, con una muchacha dulce y expansiva de risa fácil y su novio guapo; con la madre, más guapa, rotunda, del chico guapo, cubana que aparenta la mitad de los años que tiene. Le pregunto a su hijo cómo consigue conservarse su madre tan bien. El aire acondicionado. Picoteo algo en la sala de la hospitalidad de los autores de la Universidad y regreso al Hilton. Trabajo de forma incansable el texto de Pat Pong Road. Hay mucho sexo existencial y trágico en esos paseos terminales por Bangkok, tanto que me deprimo, que debo parar en la lectura y tomar aire.
La profesora de tango que ve alienígenas me llama para que me haga una foto con ella en el hall del Hilton. Bajo con la cámara y un tercero nos inmortaliza. Luego cojo un taxi para ir a la cena de la embajadora. Pero el taxista es un viejo haitiano que ve mal y anda despistado. Recorro Miami con él y me exaspero. Me va diciendo en francés que esa calle es difícil de encontrar. Damos vueltas y más vueltas y el contador sigue corriendo. Finalmente llego, al borde del infarto y soltando fuego por la boca.
En el patio interior de la residencia, junto a una hermosa piscina, me espera la embajadora. Soy de los primeros en llegar a pesar del taxista incompetente. Es una mujer delgada y encantadora que fuma mucho. y habla con una dicción perfecta. Luego llega la corte de autores hispanos: Jorge Volpi, Sergio Ramírez, Vicente Molina Foix, Javier Serra, María Dueñas, Espido Freire, Agustín Fernández Mallo, Margo Glentz, Alan Pauls. La cena es exquisita. Hablo con mis vecinas de mesa de literatura, de política, de lo que se nos viene encima con Rajoy. También del Valle de Arán. Los postres son la guinda: profiteroles con chocolate caliente y mouse de maracuyá. La embajadora es un encanto de persona, nos colma de atenciones. Da gusto ser escritor. A las dos nos devuelven al hotel en una van que conduce María, la muchacha que nos convocó. Por el camino hablo con Agustín Fernández Mallo del Valle de Arán, de Oriente, de Birmania, con la vehemencia que acostumbro.
Mañana, a estas horas, estaré cruzando el Atlántico.
Comentarios
Ben tornat a la terra, amigo.
Cariños
Susana
Eres genial!!!