LITERATURA / EL JUEGO DE MORIRSE, DE SANDRA MARTÍNEZ-RAGUSO
EL JUEGO DE MORIRSE
Sandra Martínez-Raguso
Hubo un tiempo, ya lejano, en el que las editoriales españolas
tenían un cierto interés por lo que se conoce por literatura erótica,
seguramente relacionado con la falta de libertades y la asfixia de los cuarenta
años de franquismo en los que fuimos protegidos de los desmanes del sexo por la
censura. Sin ir más lejos, recuerdo la colección La Sonrisa Vertical de
Editorial Tusquets, completamente abandonada, y La Fuente de Jade de la
Editorial Martínez Roca. Ese erotismo, en el que cabía la elegancia de Pierre Choderlos de Laclos y la
explicitud de Henry Miller, en el
caso de La Sonrisa Vertical, y las joyas de la literatura erótica oriental y
los surrealistas que nos descubría La Fuente de Jade, ha quedado huérfano
editorialmente hablando y desbancado por el erotismo light de Sombras de Grey y sucedáneos. La primera
novela de Sandra Martínez-Raguso,
una madrileña que vive en Estados Unidos, tras licenciarse en Filología
Hispánica por la universidad de Buffalo, dedicada a impartir clases de español,
bien podría haber sido publicada en cualquiera de esas colecciones eróticas
antes mencionadas y desgraciadamente desaparecidas.
El
juego de morirse es un thriller erótico que funciona mejor como
lo segundo que como lo primero. La delgada línea que separa lo erótico de lo
pornográfico (El erotismo es la
pornografía vestida por Christian Dior, decía el erotómano director de La
Sonrisa Vertical Luis García Berlanga)
no la traspasa esta madrileña en las poco más de doscientas páginas de esta su primera
novela. El asesinato de una joven en el portal de su casa es el arranque de la
trama en la que una serie de jóvenes de ambos sexos, vinculados con el mundo
del espectáculo —la autora fue miembro de la Compañía Teatral universitaria Nohayquórum dirigida por Sergio Peris-Mencheta e intervino en un
film de terror yanqui—, ponen en práctica todo tipo de experiencias sexuales,
algunas de alto riesgo, en su afán de quemar la adrenalina y vivir al límite.
La protagonista, Alicia, tan desinhibida como sus comparsas de juegos sexuales,
sospechará de uno de ellos como asesino de su amiga Silvia.
Se inicia la novela con una utilización de la arriesgada
segunda persona de la que sale airosa su autora —Estás tan nerviosa que te aprieta el corazón. No te gusta salir sola de
noche. Te aterra. Te atormentan un bombardeo de imágenes y noticias truculentas
sobre violaciones secuestros asesinatos. Chicas jóvenes y guapas. Como tú. Mierda.
—, para luego meternos de lleno en esos juegos sexuales en los que el
componente Eros/Tanatos resulta medular —Existe
un placer oscuro, una pulsión de muerte freudiana. Un morir orgásmico cuando
los dedos del amante rodean tu cuello y el aire te huye despacio. —. Relata
con obsesión cuantitativa la autora las sucesivas orgías a las que se entrega
el grupo —Hasta el punto de que cuando
Max se despertaba en mitad de la noche y miraba a su alrededor, nunca sabía
cuáles eran sus extremidades. Sus cuerpos juntos formaban un monstruo con ocho
brazos y ocho piernas, dos penes y dos vaginas, cuatro bocas, cuarenta dedos, cuatro
lenguas… Un amasijo de cabello y piel. Un monstruo invencible. —, ya que
esos ejercicios sexuales forman parte del imaginario erótico de media humanidad,
y apunta, como en esa película espléndida del cineasta británico Steve McQueen titulada Shame (puede que el más logrado retrato
de la obsesión sexual) a que la necesidad compulsiva de sexo no genera placer
sino angustia: Alicia sentía una insatisfacción
que crecía a medida que devoraba hombres.
Hay sexo entre mujeres —Alicia
se quedó hipnotizada mientras observaba como sus pechos enormes se rebelaban
contra los aros del sujetador, demasiado pequeño para ella. Entonces sus ojos
se posaron en el pubis de Martina. Tenía
un vello amelocotonado, de reflejos rubios, casi aniñado. Alicia sintió
el impulso de acariciarlo con los labios. —; violaciones —Las persianas estaban abiertas y la luz de
la luna se colaba en la habitación iluminando la escena. Max estaba erguido en
la cama penetrando de rodillas a Silvia, que yacía boca abajo desnuda,
completamente inconsciente. Le tiraba del pelo que tenía sujeto en su mano derecha, como las bridas de una
yegua, mientras la embestía con violencia.
Su cuerpo de dios nórdico brillaba sudoroso, entregado al placer de
poseer a su presa. — y un sinfín de cópulas descritas con precisión.
A los personajes de El
juego de morirse, no tan
alejados de la realidad en su consumo compulsivo de sexo, les sucede lo que Catherine Millet narraba en sus
memorias sexuales La vida sexual de
Catherine M., publicado por Editorial Anagrama y que fue un notable éxito
comercial: el coito sin implicación emocional, como el que practicaba, según
propia confesión, esa comisaria de exposiciones y especialista en Salvador Dalí
que iba cada noche al Bois de Boulogne para ser poseída por decenas de
desconocidos puestos en fila, produce un enorme vacío. Estamos pues ante una
novela erótica, la de Sandra
Martínez-Raguso, alejada de la línea light de Grey y compañía, que gira
sobre esa banalización del sexo tan frecuente en nuestros días.
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