CINE / OTRA RONDA, DE THOMAS VINTERBERG
Alrededor
de la dipsomanía y sus efectos se han rodado a lo largo de la historia del
cine películas muy notables desde Días
de vino y rosas de Billy Wilder, el melodrama más descorazonador
sobre la adicción alcohólica, o Living Las Vegas de Mike Figgis,
manual del suicidio a través de la botella, a comedias descacharrantes como Entre
copas de Alexander Payne y,
barriendo hacia el cine patrio, la muy notable y bárbara Parranda de Gonzalo
Suárez. Los excesos etílicos, dentro y fuera de la pantalla, se suelen
asociar con la creatividad.
El
director danés Thomas Vinterberg (Frederiksberg, 1969), uno de los
epígonos del Dogma, ese movimiento purista que revolucionó el cine como una nouvelle
vague nórdica, del que abjuró para acercarse a un cine más comercial (Kurks,
sobre la tragedia del submarino ruso hundido, o Lejos del mundanal ruido,
la última versión de la romántica novela de Thomas Hardy), construye en Otra
ronda una especie de budy movie profesoral en la que cuatro colegas,
que imparten sus materias en un colegio de Copenhague, Martín (Mads Mikkelsen), profesor de
historia, Tommy (Thomas Bo Larsen), de educación física, Nikolaj (Magnus
Millang), de canto, y Peter (Lars Ranthe) de filosofía, deciden
experimentar con la bebida al hilo de la teoría del psiquiatra Finn Skárderuk
que aconseja tener un contenido en sangre del 0,050 para ser más
brillante.
El film
de Thomas Vinterberg, que bascula entre la comedia y el drama y también
se centra en esa particular relación de complicidad que se establece entre
profesores y alumnos, acaba siendo un canto a la amistad y a la vida. Martín
cree que con este comportamiento inducido por la bebida va a solucionar sus
problemas conyugales con Anika (Marie Bonnevie) además de conectar mejor
con sus alumnos (magistral la secuencia en la que, sin que ellos lo sepan, les
da a elegir entre tres personajes históricos, dos de ellos alcoholicos,
fumadores y de vidas sentimentales poco ejemplares, frente a un amante de los
perros, la naturaleza y abstemio, y todos eligen a este último sin saber que
rechazan a Thomas Jefferson y Winston Churchill y se han
decantado por Adolf Hitler); Nikolaj está agobiado por sus niños
pequeños que se le mean encima todas las noches y lo separan de su mujer; Tommy,
el profesor de gimnasia, se siente un fracasado en la vida hacia la que no
tiene más apego que su anciano perro medio invalido; Peter ha dejado de
disfrutar con sus clases de filosofía desde hace tiempo, y los cuatro amigos, y
cómplices (en el curso de una larga cena bien regada deciden fundar esa
cofradía clandestina), encuentran en sus rituales alcohólicos un nexo de
confraternización que les traslada a otra dimensión mental y vital, e incluso a
otra época en la que sus vidas eran más interesantes.
Sin ser
una película redonda, Otra ronda rezuma simpatía y verismo por todos sus
poros y tiene muchas opciones de obtener el Oscar al mejor film no hablado en
inglés de la cosecha pandémica que se añadiría a otros muchos galardones con
los que ha sido distinguido (mejor actor para Mads Mikkelsen en el
festival de Donostia). Subyace en el film de Thomas Vinterberg, que en
algunos momentos parece volver a sus principios del Dogma en su realización
ascética (me viene a la memoria, por la forma de dirigir a los actores, Los
idiotas de Lars von Trier), las largas secuencias dialogadas y los
escasos movimientos de cámara que incluyen barridos, algunas preguntas que el
espectador se hace fuera de pantalla. ¿Es positivo el alcohol como elemento
desinhibidor y su ingesta controlada (aunque en más de una escena de la
película reine el descontrol más absoluto) puede ofrecernos un estado de
felicidad transitoria? ¿Qué habrían escrito sin el alcohol Edgar Allan Poe,
Scott Fitgerald, Malcom Lowry, Ernest Hemingway, Truman
Capote y tantos otros? Thomas Vinterberg plantea al espectador este
dilema con una puesta en escena realista y unos intérpretes en estado de
gracia, y remata la función con esa última escena elegiaca en la que Martín,
ante sus sorprendidos alumnos que celebran con alcohol su graduación, se marca
un épico baile con el que regresa a su juventud, y ese, la nostalgia de esos
maduros profesores por la chispa perdida y la vitalidad de sus años mozos que
intentan concitar con su adicción, es el tercer tema subyacente de este film
que rebosa vida por todos sus poros y nos regala ese salto épico e icónico al
vacío de Mads Mikkelsen, broche genial que consigue que el film suba
muchos enteros.
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