CINE / PENÍNSULA, DE YEON SANG-HO
Uno ya pierde la estela de las películas de zombis de todas las nacionalidades desde que en el siglo pasado, en un siniestro blanco y negro, con presupuesto de película Z y aterrorizando, no jugando a dar sustos, George A. Romero dio el pistoletazo de salida con la impactante La noche de los muertos vivientes (1968), película de culto donde las haya. Los intentos del ya fallecido George A. Romero por imitarse, en color y con más sangre e higadillos, no dieron resultado, pero sus discípulos crecieron como setas en todos los continentes y hasta las historias de zombis se convirtieron en series televisivas y en videojuegos que, a su vez, generaron películas. Pero entre un batiburrillo de películas infumables, que lo cifran todo a lo gore, y en las que lo hiperbólico las acerca más al humor siniestro que al terror, encontramos filmes muy notables como No profanar el sueño de los muertos del catalán Jorge Grau, 28 días después del británico Danny Boyle, y su secuela 28 semanas después del canario Juan Carlos Fresnadillo.
Más cercana al videojuego
que a una película es esta Península del coreano Yeon Sang-ho (Seúl,
1978), un realizador que viene del cine de animación y parece instalado
cómodamente en el pulp. Quién haya disfrutado de su anterior film, Tren a
Busan, y piense que Península
está a su altura (en muchos países la titulan Tren a Busan 2 cuando no
hay tren que valga), se va a llevar una sonora decepción. Si la anterior tenía
un cierto hilo narrativo y los ataques de los zombis en ese tren maldito
generaban tensión y angustia en el espectador porque de ese espacio cerrado las
víctimas no podían escapar, en este videojuego disfrazado de película, que
incorpora banda de villanos no zombis salidos de las huestes de Mad Max,
la tensión dramática, la sorpresa y los
mecanismos del miedo brillan por su ausencia devorados por una acción frenética
y un bombardeo constante de efectos especiales. Le da la sensación al
espectador de estar asistiendo a una comedia macabra en la que miles de zombis
perecen y se desintegran bajo las ruedas de macizos todoterrenos que,
literalmente, escalan montañas de esos seres que vienen del más allá con el
estómago vacío y corren que se las pelan (qué diferentes de los lentos
movimientos de los muertos vivientes primigenios) aunque no vean ni jota por la
noche.
Desde Hong Kong, el
soldado Jeong-seok (Gang Don Wong) debe volver a Corea del sur, de la
que huyó perdiendo a su mujer Min-jung (Lee Jung-hyun), a hacerse con un botín por encargo de un
poderoso mafioso local, y allí, tras desembarcar en un país devastado con un grupo de expertos mercenarios,
comprobará que entre los millones de zombis que pululan por las ciudades
devastadas hay una familia de supervivientes capitaneada por una joven madre
Joon (Lee Ree) a la que deberá
sacar de zombilandia tras luchas cruzadas con mafiosos y huestes de muertos
vivientes que se lo pondrán difícil.
Resaltar que entre los
supervivientes hay un par de niños (niños, sí) que se lo pasan en grande
atropellando a diestro y siniestro unos cuantos miles de zombis que crujen bajo
las ruedas de su automóvil (nadie querrá ser peatón cuando a los chavales les
den el permiso de conducir) o se espachurran literalmente contra el parabrisas,
como un juego más; y si ellos no se asustan, pues el espectador menos. El
final, alargado como un chicle, está bien espolvoreado con azúcar glas, y lo
que era un pasar de pantallas frenético se ralentiza y hasta suena música
melódica para poner una forzada nota sentimental a toda esa carnicería de
desechos humanos. La familia que mata zombis unida, permanece unida,
podría ser el leit motiv de la película, en el caso de que Península lo
sea.
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