LITERATURA, LA MAESTRA DE STALIN, DE CRISTINA CERRADA
Sucede muy de tarde en tarde
el que uno tropiece con un libro deslumbrante que te atrape desde el primer
párrafo al último. Todas las historias parecen ya haber sido contadas, pero es
la forma de contarlas, su estilo narrativo, el punto de vista adoptado, lo que
diferencia unas de otras. Siempre he dicho que lo peor que le puede pasar a un
escritor cuando publica un libro es la indiferencia, que el lector lo cierre
sin haberse sentido sacudido o conmovido por él. Esto no sucede con La maestra de Stalin. El punto fuerte de
este libro de Cristina Cerrada, una escritora con una voz propia muy potente,
es el estilo preciso, depurado, minimalista, de frase corta que golpea una y
otra vez la retina del que lo está leyendo y hace que sea una de las autoras más
interesantes de la escena nacional, en la primera fila de la generación de jóvenes
narradoras españolas.
Doctora en estudios
literarios por la UCM, licenciada en teoría de la literatura y Literatura Comparada
por la UCM, y en Sociología por la UNED, Cristina Cerrada ha publicado las
novelas Europa, Cosmorama, Cenicienta en
Pensilvania, Premio Internacional Ciudad de Barbastro, Anatomía de Caín, La mujer
calva, Premio Lengua de Trapo de novela, Alianzas duraderas, y Calor
de hogar, S.A., Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla. Colabora en
diversos medios y forma parte del colectivo artístico Hijos de Mary Shelley.
Como premonición de lo que
está pasando ahora en nuestro continente, la novelista madrileña habla de un
conflicto de identidades en Europa del Este, en un país fronterizo con Asia, en
donde se gesta una revuelta nacionalista que va a enfrentar a unos con otros / La separación está próxima. Brindemos por
nuestro nuevo gobierno, que con ayuda de la Gran Madre Patria limpiará nuestra
tierra de indeseables extranjeros y la devolverá a sus legítimos herederos.
/, y de ahí el horror de una guerra que se ceba, y Cristina lo remarca, contra
las mujeres, como ha sucedido en todas las guerras, las secuelas que duran
mucho más que las mismas guerras, y enfrenta a vecinos que llevaban muchos años
conviviendo y se han envenenado con el fantasma del nacionalismo y las
banderías./ No tendrías ni que estar aquí.
Por culpa tuya y de los tuyos estamos los demás así. / Una guerra que deja
tras sí un paisaje desolador.
Pasa un perro y luego otro, y luego otro más. Silenciosos, como en una
película muda, los perros la esquivan y hurgan en la basura. Ella sortea los
perros, los escombros, los sofás de despanzurrados con sus hierros retorcidos
saliendo de un cojín, los coches abandonados, los frigoríficos oxidados y los
neumáticos ennegrecidos al sol. Surgen más perros y más gatos. Se diría que hay
más perros y gatos que personas en esta ciudad.
La prosa de Cristina Cerrada
que, al que esto escribe, le remite a Elfride Jelinek o Ertha Müller, dos de
las escritoras ganadoras del Premio Nóbel de Literatura que más admiro, es todo
un ejercicio de síntesis, es una exploración constante de la capacidad del
lenguaje para transmitir sensaciones, una reivindicación del menos es más que
cristaliza en un fraseado corto, muchas veces reducido a una sola palabra sin
acompañamiento verbal y renuncia a la adjetivación con lo que obtiene
sorprendentes resultados dramáticos en un dominio de ese estilo sobrio y
afilado del que hace gala con una maestría absoluta: En cada parada se baja una persona. Cuando las puertas se abren, entran
hojas secas empujadas por el viento. El otoño es muy frío este año. Todo se
llena de escarcha. Los coches. La superficie de los charcos. Los bancos de los
parques.
La novela gira en torno
a Eka, que en la adolescencia tuvo que
huir de su pueblo a causa de la guerra: Durante
años siempre están en guerra. Las personas tienen que abandonar sus hogares
porque sus vecinos de toda la vida les odian y los expulsan de allí. Antes no
les odiaban, pero ahora sí. Ese trauma gestado durante su niñez la marca
cuando, años después, Eka es agente de policía que sueña con marchar a Canadá: Ha querido contárselo mil veces a alguien. Lo de robar. Está segura de que tiene que ver con todo aquello. Todo
tiene que ver siempre con aquello. Con el pasado. Al menos, eso se dice a sí
mismo para acallar su conciencia, igual que diría un terapeuta. Un terapeuta
diría que robar es solo el síntoma. De todas formas, ella necesita dinero. De
agente de policía no se gana lo bastante como para conseguir un visado a Canadá.
Los traumas sufridos durante
la adolescencia / Eka echa a correr y se
refugia en un portal. Ve pasar mujeres corriendo sin dirección, como peonzas
erráticas. Cuando los hombres las alcanzan, les arrancan el bolso y la ropa, lo
que llevan encima. / incapacitan a la protagonista para ser esposa, madre /
Un día, mientras se ducha, Eka expulsa
sangre por abajo. Junto con la sangre expulsa también algo más. Trozos de
tejido grandes. No sabe punto algunos con formas reconocible, / e hija debido a sus carencias afectivas
y el peso del dolor, porque la novela aborda también el tema de la familia, el
pasado que vuelve y no se olvida y la violencia que se ejerce muy especialmente
sobre la mujer: ¿Qué prefieres? ¿Que la
follemos o que la matemos? Si la matamos, lo haremos de un tiro. Será rápido y
sin dolor. Si la follamos, lo haremos todos. Tu amiga querrá haber muerto antes
de que acabemos.
Cristina Cerrada nos sitúa
en un ambiente sombrío y sin esperanza con descripciones someras de, por
ejemplo, la pobreza arquitectónica de las instalaciones policiales en donde
presta servicio la protagonista: La
comisaría central de policía no se parece a las que salen por televisión. Es
antigua, como todo en el país. Un resto de la Perestroika. Está construida con
materiales de otra época, hierro oxidado y hormigón. Aunque en Occidente estén
de moda, lo de aquí es pura necesidad.
La violencia, soterrada,
hermana al ser humano con el mundo animal, porque la violencia es hija de la
propia naturaleza: Mata a dos gallinas.
Cuando el gallinero queda en calma, ve al hámster. Está acurrucado en un rincón.
Le golpea con todas sus fuerzas. Tirado en el suelo, parece un trapo, tiene la
cabeza abierta y las tripas al descubierto. Las gallinas que han quedado se han
congregado a su alrededor y lo picotean. Al principio, tímidamente. Con ganas,
después. Una violencia que del reino animal pasa al humano: Eka coge la pala del suelo y la deja caer
sobre su cara. Kopla da un grito. Eka vuelve a golpearlo. Su cabeza se abre
como un melón.
La maestra de Stalin se devora rápido (una tarde empleé en ello), es literatura adictiva, inspiradora, enriquecedora, necesaria y profunda que permanece en el lector una vez cerrado el libro.
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