CINE / AL OTRO LADO DEL RÍO Y ENTRE LOS ÁRBOLES, DE PAULA ORTIZ
Falso
drama bélico en el que apenas hay sangre ni disparos. Sangre en color,
impactante, en un único flashback en
un film intimista en blanco y negro rodado casi exclusivamente en una Venecia
vacía, lo que tiene aires de distopía. Pero estamos en los años 40, en plena
Segunda Guerra Mundial y cuando los norteamericanos ya han desembarcado en las
playas de Anzio y empiezan a acorralar a los alemanes. Al otro lado del río y entre los árboles huye de lo estrictamente
bélico, aunque tenga una importancia capital en la actitud de su protagonista,
para gravitar alrededor de la vida cuando ya no merece ser vivida, la del
protagonista, ese coronel curtido de físico hosco llamado Richard Cantwell que
perdió a toda su compañía en una emboscada en un río (sentimiento de culpa que
lo atormenta) y no para de fumar pese a que el médico, el capitán Wes O’Brien
(Danny Huston), le da semanas o días de vida al principio de la película. Fumar
y beber de la petaca que siempre lleva, porque Richard Cantwell, desencantado,
destruido por dentro por dramas familiares y bélicos, es nada más y nada menos
que un alter ego diáfano de Ernest Hemingway, el autor de esta curiosa novela
que escribiera el escritor norteamericano como premonición a su propio fin y
que la directora española Paula Ortiz (Zaragoza, 1979), tras un proyecto previo
frustrado que debería haber dirigido el neocelandés Martín Campbell con Pierce
Brosnan y María Valverde, lleva a la pantalla con notable acierto en su tono y
forma.
Al otro lado del río y entre los árboles es la historia de una relación
platónica entre ese rocoso militar interpretado por Liev Schreiber, al que por
fin vemos en un papel protagónico, y la joven taxista acuática Renata (una
bellísima y fresca Matilda de Angelis), hija de una aristócrata tronada, la
condesa Contarini (Laura Morante), que lo lleva por los canales y le descubre
las otras caras de esa ciudad decadente y mortuoria.
Ambientes
exquisitos en ese hotel viscontiano al que va a parar el militar, con algún
destello de Casablanca en las
conversaciones con el Gran Maestro (Enzo Cilenti), escenas muy plásticas (ese
baile nocturno entre los dos protagonistas en una plaza de San Marcos vacía),
fotografía magnífica en formato cuadrado de Javier Aguirresarobe, expresionista
cuando el coronel tiene un encontronazo violento con dos camisas negras en un
callejón, diálogos existenciales entre el militar y la joven aristócrata que
recuerdan a los de los filmes de Michelangelo Antonioni e interpretaciones de
primer orden por parte de todos los actores, especialmente por Josh Hutcherson
que encarna al soldado Jackson, una especie de niñera del oficial que lo lleva
a todas partes en coche y cuida por su salud,
hacen de este film de la española Paula Ortiz , coproducción entre Reino
Unido e Italia, y hablada en esos dos idiomas, una pieza exquisita de cine
intimista y clásico, de otra época, que se disfruta con la vista y el oído.
Hemingway estaría orgulloso de su adaptación.
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